Editorial

Coalición y apostasía

César García Acosta

Leo con profundo respecto lo que argumentan compañeros de partido sobre la coalición como instrumento de gobierno. Su historia reciente, la caída del gobierno, los actuales desencuentros desde la oposición parlamentaria, y la incertidumbre de construir una plataforma de contenidos comunes, con gente de otras tendencias, hacen que recrear sea todo un desafío en la antesala de una futura competencia electoral, que de no prosperar, como esquema para la sumatoria de votos, habrá fracasado como alternativa política para quienes se sienten moderados con futuro. Si los blancos cada vez son más blancos, y los colorados apelan al debate ideológico como argumento para su existencia, no podrá reeditarse un espacio posible para la transformación política.

Me resulta difícil entender qué habrán pensado muchos colorados, batllistas o no, cuando a sabiendas de que su voto iba a una coalición, liderada por un blanco, sus ideas, idiosincracia y hasta sus utopías, podían concretarse prescindiendo de lo que pensaban todos los demás.

En lo personal, creo, las tradiciones no tienen que morir para que un nuevo tiempo o proyecto sea posible, porque las tradiciones, su idiosincrasia y objetivos, constituyen a partir de la unión coalicionista nuevas metas capaces de otra individualidad. Sus historias son las que serán propias, auténticas y con un presente que lejos de enterrar a las ideologías que fueron sus pilares individuales, hoy son la traza necesaria pata construir acuerdos y nuevos consensos con el solo fin de no extinguirse.

¿Qué sucedería si blancos, colorados o independientes decidieran retornar solos a las urnas sin un proyecto común al margen del paraguas de una coalición? Quizá les sucedería lo mismo que a Cabildo Abierto, donde su gente, apelando a la ideología individual, la de origen de sus votantes, desoyendo a sus dirigentes, empiezan a migrar retornando a los partidos con más historia y alineamiento tradicional.

La respuesta a estas interrogantes pasa por no ignorar al Frente Amplio y su lógica coalicionista, buscando fortalecer el perfil político de las cosas comunes, buscando afianzar el costo país, las necesidades de la estructura burocrática estatal, evitando perder certeza, liquidez monetaria, evitando créditos más caros, y subvenciones paraestatales cuyo foco está puesto en las organizaciones civiles que pasaron de un momento a otro, de la nada, a sistematizarse en la base de la economía real.

Decía Vaz Ferreira sobre la democracia que “lo más triste no es que los hombres de alma tutorial absolutista, dictatorial, ¡que son tantos!, combatan la democracia, sino que tengan el refuerzo de los desencantados… los desencantados de la democracia en general y los desencantados de la democracia particular (generalmente la que existe y existió en el propio país). Los primeros abandonan la fe en la democracia en sí; los segundos conservan esa fe en una democracia teórica, ideal, pero para ellos ninguna organización real es o fue democracia”.

Sobre esto, que por cierto, no es menor, Enrique Tarigo en mayo de 1976 decía en el diario EL DÍA: “no creemos que el desencanto por la democracia se deba, en muchos casos por lo menos, a que la democracia haya sido la fundada desde el punto de vista racional, y, tampoco creemos –una cosa como consecuencia de la otra- que habría bastado que –la democracia hubiera sido bien fundada racionalmente y predicada y enseñada así, para que el triste proceso de desencanto no hubiera sido posible.”

Parafrasenado a Stuart Mill, decía Tarigo que, “la democracia no es favorable al espíritu de veneración, y es que la democracia –y esto es precisamente lo que la distingue de todos los demás regímenes políticos- debe someterse a un cuestionamiento y a un desafío perpetuos”.

Siguiendo con esta lógica, reafirmaba: “en ese desafío, y especialmente en las épocas en que las dificultades se acrecientan, y como acontece en otros órdenes de la vida, son muchos –en grado creciente- `los que se desencantan´, los que retroceden, los que huyen, los que incurren en apostasía. Y es que, en materia política también existen –siempre han existido- los hombres de poca fe. Con ellos ninguna época ha contado para construir el provenir”.

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