Política nacional

Cuba, de eso mejor no hablar

Daniel Manduré

La frase del título corresponde al último libro del intelectual Carlos Liscano, escritor, dramaturgo, periodista. Un exguerrillero, que vivió un buen tiempo en Suecia, que integrara el MLN tupamaros, preso por más de una década y que ocupara cargos de relevancia en gobiernos frenteamplistas.

Fue director de la Biblioteca Nacional y subsecretario del Ministerio de Educación y Cultura.

“Cuba es la más cruel dictadura” fue algunos de los conceptos que aparecen allí. En el expresa una abierta y muy valiente crítica al régimen cubano.

“Es algo que debía hacer, reconocerlo, me lo debía a mí mismo” expresaba Liscano.

Nunca es tarde, podríamos agregar nosotros.

Hubo un tiempo que muchos intelectuales, representantes de las más variadas disciplinas y la revolución cubana caminaban juntas. Como sucedió también de alguna manera en Nicaragua o en la propia Venezuela.

Creyeron en ella, la defendían, la idolatraban, luchaban por ella y escribían a su favor. Con el tiempo a muchos de ellos, la mayoría podríamos decir, se les fue cayendo el velo.

Mientras aún queda, aunque menos, una tribuna tan enardecida como ciega que insiste en mostrarnos el modelo de la revolución cubana como el gran ejemplo a seguir, mientras algunos acorralados por una realidad irrefutable hablan de Cuba, con mucho de justificación y poco de verdad, refiriéndose al gobierno cubano como “una democracia diferente”, están quienes, poco a poco y cada vez más, comienzan a llamar las cosas por su nombre.

Ello ha ocurrido con importantes sectores de la intelectualidad latinoamericana, que con el tiempo comenzaron a denominar al régimen cubano como lo que es: una dictadura.

Ese importante núcleo de intelectuales, escritores, poetas, músicos que creyeron en la promesa del hombre nuevo y que lucharon por esa revolución.

Pero ese gran idilio fue poco a poco desmoronándose, el desencanto fue cada vez mayor.

Regímenes como el cubano, pero también el venezolano o nicaragüense a los que casi no les quedan escritores que los alaben, poetas que escriban en sus versos sus supuestas bondades o músicos que en sus letras los endiosen.

Muchos intelectuales fueron reconociendo las miserias, mentiras, degradación moral de esas dictaduras y de sus opresores. Algunos dejaron de creer, pero nunca hablaron, otros en silencio solo prefirieron exiliarse y están quienes con valentía, dignidad y honestidad, desde su patria mientras pudieron o desde el exilio después, comenzaron a expresar su gran decepción.

Lo hizo la escritora nicaragüense. Gioconda Belli quien supo ser integrante del Frente Sandinista de Liberación (FSLN), ocupando varios cargos en el gobierno sandinista pero que hoy es una gran opositora al régimen autoritario en Nicaragua encabezado por Daniel Ortega.

La escritora, exiliada en Madrid, decía: “Ni Somoza se atrevió a tanto” cuando Ortega decidió cerrar la Academia de lengua por considerarla, “agente extranjero”. Daniel Ortega y Rosario Murillo, su esposa y vicepresidente, han perdido la razón, expresaba en otra oportunidad cuando eran apresados 19 candidatos opositores al régimen.

También el ex vicepresidente de Ortega, el escritor Sergio Ramírez cayó en desgracia para ese régimen autoritario quien ordenó su detención, con acusaciones por “actos que fomentan el odio y la violencia”.

“La mano torpe de la injusticia dictatorial en Nicaragua está persiguiendo y tomando como rehenes a gente justa, hombres y mujeres dignos, de todas las condiciones sociales y aterrorizando sus hogares” denunciaba Sergio Ramírez.

Tal vez el caso más notorio en su momento fue el del escritor peruano Vargas Llosa, quien después de su adhesión inicial a la revolución castrista se volvió su más duro adversario. “Fui bañado en mugre”, habría declarado al recordar esos años. “Recuperé un espacio de libertad que no me había dado cuenta que había perdido y desde entonces no dejo de decir lo que pienso” enfatizaba el escritor peruano

En Cuba, con un régimen dictatorial que lleva más de 60 años pasa lo mismo. La promesa del hombre nuevo ha dejado únicamente pobreza y hambre para la gran mayoría del pueblo y riqueza y opulencia para unas pocas familias.

“Yo le canté a la revolución mientras creí en ella. Ahora ya no es nada de lo que fue” expresaba y reconocía Pablo Milanés.

“Hasta aquí llegué” decía en otro momento Saramago y muy tímidamente el propio Galeano llegó a esbozar un: “Cuba duele” en 2003 cuando la dictadura cubana detenía a decenas de disidentes en la llamada primavera negra y fusilaba a tres personas.

Si bien, en estos últimos dos casos no rompieron relación y seguían apoyando al régimen, ya era un apoyo relativo, ya no incondicional y ciego. Expresaban que la decisión final debía estar en manos del pueblo cubano, que debería decidir.

El gran problema era y es que al pueblo no le permiten decidir.

Pero me quisiera detener en el libro del escritor uruguayo, Licandro,

“Yo fui un fervoroso creyente y defensor de la revolución cubana, su admirador. “Es la crónica de un desencanto largamente procesado y una severa acusación a buena parte de la intelectualidad y de la izquierda en general, crítica a veces en la intimidad, pero obsecuente en público” admitía con claridad el escritor. “El socialismo real era una patraña, inventada por la propaganda comunista”. “Las dictaduras de derecha tenían término, las socialistas, en camino al comunismo en cambio iban a ser eternas.

“Cuba es la más cruel dictadura, con una población empobrecida, con una casta comunista-militar gozando de privilegios, millones de exiliados, libertades hechas cenizas, violación de los derechos humanos y represión y más represión”

“De aquella promesa de independencia, libertad y justicia social no queda nada” afirma el escritor. “Pobreza, libertades hechas cenizas, millones de exiliados y represión y más represión “continuaba diciendo.

En el libro hay un desafío a todo el pensamiento progresista a abandonar el silencio vergonzoso y un llamado a defender al pueblo cubano sometido a todas las injusticias cometidas por el partido único.

A varios dirigentes y seguidores frenteamplistas les harían muy bien leer el libro de Liscano, sobre todo a aquellos en los que el velo aún sigue firme, donde su mirada e interpretación del concepto de libertad está distorsionada, los que aún permanecen defendiendo lo indefendible y hacen piruetas para no llamar las cosas por su nombre, cayendo en la ridiculez y hasta inmoralidad de hablar de “democracias diferentes”.

Seguramente, como sucede en estos casos, el libro le acarreará a su autor varios dolores de cabeza y duras críticas. Aunque también mucha tranquilidad de conciencia. Siempre va a reconfortar la honestidad intelectual y el coraje personal de quien se anime a decir lo que piensa con libertad y sin medir ni evaluar futuras consecuencias.

Esos reconocimientos serán siempre bienvenidos.

Nunca será tarde para ello, sobre todo cuando se trata de pueblos sometidos y que imploran por democracia y libertad.

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