Política Internacional

De castas y excrementos

Ricardo J. Lombardo

“El peso no puede valer ni un excremento” sentenció el candidato a la presidencia argentino Javier Milei, que propone dolarizar la economía como forma de terminar con la inflación.

Vale la pena un breve análisis de esta afirmación tan escatológica como rotunda. Lo que Milei quiere decir es que Argentina debe deshacerse de la autonomía monetaria. Si se dolariza la economía, es decir si se toma como moneda de cambio la divisa estadounidense, el banco central argentino (si es que subsiste), perdería la potestad de emitir moneda y las transacciones se deberían realizar todas en dólares. Si eso ocurriera, el estado argentino no tendría más remedio que equilibrar sus cuentas o endeudarse si no lo consigue. La capacidad de recurrir a la emisión para hacer frente a sus obligaciones ya no existiría más. En ese caso, la potestad de los políticos de gastar más de lo que pueden se esfumará. Pero también desaparecerá la capacidad de impulsar la economía a la manera keynesiana, es decir que, en momentos de recesión, el sector público se convierta en impulsor de la economía.

Así planteado, parece una afirmación consistente con lo que pregona Milei en su campaña política.

Pero esta medida acarrea una serie de problemas que a menudo se soslayan.

El dólar norteamericano lo emite el Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos. Y a menudo depende del déficit fiscal norteamericano, y de la política monetaria que se establezca en función  del nivel de actividad y el empleo en el país del norte.

Dicho de otra manera, más extrema, si la Argentina se dolariza, los políticos de la “casta” dejarán de tener la potestad de gastar según sus necesidades, y se la trasladarán a los políticos de la “casta” estadounidense. De alguna manera, los senadores de Oklahoma u Ohio, al empujar el crecimiento del gasto público, al final del día estarán determinando el nivel de financiamiento que obtengan las provincias de Jujuy o Tucumán en el vecino país.

Lo que se pretende es buscar un ancla nominal a la que se aten los precios. Pero esa ancla nominal debe ser muy bien elegida. El dólar tiene sus problemas, si se decide quemar las naves.

En 2008, al estallar la crisis económica en Estados Unidos, 1 dólar equivalía a 1,45 euros. Hoy 1 dólar se cambia a 0,95 euros. O sea que el dólar se desvalorizó un 34% respecto al euro en estos últimos 15 años. Si el peso argentino hubiera estado ligado al dólar, habría corrido la misma suerte.

En las antípodas está lo que sucedió en los años 80s. con el súper dólar, donde la moneda norteamericana se valorizó de manera extraordinaria  como consecuencia de los cuantiosos depósitos que recibía debido a una forzada distorsión en las tasas de interés.

Dolarizar equivale a una pérdida de soberanía monetaria y entregársela a Estados Unidos. Esta afirmación no debe vincularse a la noción de patria o independencia. Simplemente a que un país busca un ancla nominal para sostener su moneda y con ella sus precios.

El problema es dónde la busca.

La Unión Europea  decidió que la política monetaria común la fije el  Bundesbank, o sea el banco central alemán.  Los países integrantes voluntariamente acordaron ceder su soberanía monetaria a los alemanes que eran los que tenían una conducta más disciplinada en ese sentido.

Es que para los alemanes hablar de inflación es un cruel recordatorio de la hiperinflación que ocurrió hace un siglo y que trajo como consecuencia el nazismo, la segunda guerra mundial y  la consiguiente destrucción de la sociedad.

Como consecuencia, en el ADN de su cultura incorporaron la incuestionable necesidad de cuidar la moneda.

Así que con la impecable conducta de sostenibilidad de lo que antes era el marco, los demás países dejaron en sus manos la política monetaria común.

Pero esto implicó serios problemas para algunos. Portugal, Italia, Grecia y España, los PIGS (en inglés, cerdos), tuvieron grandes dificultades políticas y sociales para alinear sus cuentas públicas con los requerimientos del ancla nominal fijada desde Berlín.

Pero lo hicieron.

El problema de dolarizar la economía argentina, o de cualquier otro país, sin ninguna válvula de escape, no es tanto la pérdida de soberanía monetaria, sino elegir el ancla nominal adecuada, pues con esa decisión se elimina toda posibilidad  de corrección si es que la referencia elegida, como en este caso el dólar, experimenta variaciones que se tornan perjudiciales para la propia economía.

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