Historia

Ejemplaridad o muerte.

Gustavo Toledo

Ay, ay, ay… ¡qué fácil es confundir un bonsái con una secuoya gigante cuando se pierde de vista el bosque! La dirigencia política (a la que algunos de sus integrantes llaman “clase”, ubicándose del otro lado del mostrador, en el cómodo y engañoso espacio del “pueblo”) debería reflexionar sobre sus actos y más aún sobre sus actitudes con relación a esos actos. Se me dirá, quizás, que no existe algo llamado “dirigencia política”, sino “dirigentes políticos”, y que cada uno de ellos (y ellas) es un ser único con características y marcos morales propios.

Ahora bien, sucumbir a esta interpretación, tan de moda por estos días, implica asumir un grado de relativismo incompatible con la existencia de partidos orgánicos e incluso de un sistema político basado en valores y principios comunes. Si cada uno obra a su manera y no hay puntos de acuerdo entre tirios y troyanos, ¿qué nos une? ¿El espanto?

Deberíamos tener claro que la salud y vigor de las democracias representativas (como la nuestra) descansan sobre los hombros de aquellos hombres y mujeres que ejercen la función pública con espíritu docente y ejemplaridad republicana. Parafraseando a Bergamín, la democracia no se enseña, se contagia. Y se destruye, como enseñó Jean François Revel, desde adentro, y, a menudo, poco a poco, casi en cuenta gotas.

Por eso, más que el delito, la omisión o la picardía del gobernante de turno, lo que hiere a la república es la actitud que asumen sus pares frente a los hechos consumados. La negación, el doble rasero, el silencio cómplice, las justificaciones infantiles, el “sí, yo lo hice, pero fulano o mengano también lo hizo”, así como las sobreactuaciones amnésicas, los pedidos de castigos ejemplarizantes (para la tribuna) y las puestas en escena forman parte del vademécum al que nos tienen acostumbrados. Y con ello, le hacen el campo orégano a los viejos-nuevos enemigos de la democracia, que aguardan su momento con las fauces abiertas y un hilo de baba indisimulable. ¿Acaso no leemos las noticias que llegan de otras partes, y algunas de no muy lejos de aquí? ¿Acaso no sabemos, por experiencia propia, qué pasa cuando bajamos la guardia y caemos en el nihilismo y la anomia?

Si hoy es siempre todavía, como escribió el poeta, el almanaque nos sirve una oportunidad en bandeja: 19 de abril, desembarco de los Treinta y Tres Orientales y punto de inicio del proceso que desembocó en nuestra independencia. Una fecha para pensar alto y lejos, o al menos intentarlo.

Eso sí, rememorar a los héroes de la Agraciada en este día, que debería ser de encuentro y no de rencillas oportunistas, sin resignificar la consigna de la bandera (aún desaparecida) que plantaron en la arena dos siglos atrás, más que un error constituiría una traición. Como en el pasado, no hay libertad (para todos) sin responsabilidad (de todos), ni patria sin «paters» que den el ejemplo. Volvamos a ver el bosque, que de eso se trata hacer política.

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