El triunfo del miedo
Jorge Nelson Chagas
Y bien. Pasó lo que todos sabíamos que iba a pasar. Nayib Bukele ganó la elección en El Salvador- una pequeña nación de 6,3 millones de habitantes – por amplísimo margen. Si bien es cierto que hubo irregularidades, no puede haber duda alguna que su popularidad es inmensa. Como decía el profesor José Pedro Barrán: el historiador no debe juzgar, primero debe comprender.
Bukele es el quinto hijo de Armando Bukele, un influyente empresario de origen palestino que fundó algunas de las primeras mezquitas de Latinoamérica. Inició su carrera política en el año 2012 cuando fue elegido Alcalde de Nuevo Cuscatlan, un pueblo montañoso y de clima tropical que está a un cuarto de hora en auto desde San Salvador. Contrariamente a lo que podría suponerse no proviene de la derecha política sino que era miembro del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), el partido clásico de la izquierda salvadoreña. Fue a partir de ese cargo que comenzó a desplegar un carisma muy particular, con ciertas dosis de arrogancia, que fascinó a mucha gente.
Pero el FMLN le vetó su candidatura a la presidencia, con el argumento que era demasiado joven (42 años). Por cierto esto no detuvo a Bukele que tenía una meta bien definida y se enfrentó a su partido que lo terminó expulsando. Como era previsible Bukele no se rindió y fundó la Gran Alianza por la Unidad Nacional, conquistando la presidencia.
Asumió el cargo el 1 de junio del 2019 y, algo poco recordado, tuvo un muy buen desempeño en la gestión durante la pandemia, preocupándose de que no faltara comida en miles de hogares afectados por la situación. Pero, sin dudas, su objetivo prioritario era poner fin al reinado de las “maras”
¿Cuál es el origen de estas pandillas? Muy simple: tras el fin de la guerra civil que azotó a El Salvador, en 1992, miles de pandilleros que vivían en EE.UU. fueron deportados a su país de origen y se mezclaron con las pandillas que ya estaban ahí. Los pandilleros locales quedaron fascinados con las identidades, estilos y la organización que traían los deportados. Entre todas las pandillas terminaron imponiéndose la Mara Salvatrucha 13 (MS-13) y Barrio 18. Sin embargo, no estaban coordinadas ni se conocían.
Esto cambió en el año 2000 cuando el Estado salvadoreño empezó a aplicar la mano dura y encarceló a cientos de pandilleros. En las cárceles los miembros de las diferentes pandillas se conocieron, establecieron redes de contacto en todo el país y códigos mafiosos de cooperación, formando un verdadero sindicato del crimen. Paradojalmente, la mano dura avivó el fuego.
Este sindicato del crimen, dedicado principalmente a la extorsión, compuesto por jóvenes de infancias quebradas que no les importa matar o morir para ganar el respeto de sus jefes, termino superando al Estado salvadoreño y provocando en la inmensa mayoría de los ciudadanos un sentimiento de impotencia e indefensión que trastocó todos los aspectos de su vida cotidiana. El reinado de las maras sumergió al país en el miedo y al mismo tiempo, aumentaron los ruegos para que se terminara con el caos.
Bukele comprendió cabalmente este sentimiento de miedo colectivo.. Durante 2019-2024 forjó la imagen de un líder de hierro, decretando un régimen de excepción vigente hasta hoy en día, con el que ha golpeado de lleno a las dos principales pandillas. Tuvo una ventaja: los integrantes de las maras son fácilmente identificables porque exhiben sus tatuajes de pertenencia a las pandillas con orgullo. Los arrestos masivos sin garantías legales y la construcción de una megacárcel – donde los detenidos no pueden comunicarse con sus abogados ni familiares y no ven siquiera el sol – fueron la punta de lanza de una suerte de plan para devolverle la integridad al Estado salvadoreño.
Obviamente el retorno a la normalidad en la vida cotidiana de los salvadoreños le generó una abrumadora popularidad. Si algo ha demostrado la historia es que las sociedades no pueden vivir eternamente en un clima de inseguridad. De ahí que la inmensa mayoría de la ciudadanía salvadoreña le importe un comino el tema de los Derechos Humanos de los detenidos y hace oídos sordos a que la comunidad internacional haya mostrado su preocupación porque el personalismo de Bukele ha hecho que la oposición termine evaporándose. El Salvador parece ir derecho a un régimen autocrático con un líder mesiánico que, momentáneamente, cuenta con un sólido respaldo.
¿Qué pasará de aquí en más? No me animo a hacer pronósticos tajantes. Sólo diré que la desaparición de las garantías constitucionales, de la separación de poderes y del libre ejercicio de la oposición, por más que haya un breve período de paz, terminan generando males mayores.