Entre baldes y votos
Ricardo Acosta
En el actual contexto previo a las elecciones en Uruguay, la competencia por el poder se ha intensificado, pero no solo en términos de propuestas o soluciones para el país, sino en una carrera para demostrar quién es «menos corrupto». En lugar de un debate constructivo, lo que se ha instalado es una narrativa donde se prioriza denigrar al adversario por encima de aportar ideas. Este fenómeno afecta tanto a la izquierda como a los sectores que conforman la Coalición Multicolor, y genera una peligrosa espiral de polarización que amenaza con fragmentar aún más a la sociedad.
Uno de los aspectos más preocupantes de este clima es la defensa ciega de ideologías, donde los partidarios de cada sector justifican cualquier acción del «equipo propio» mientras demonizan las del «oponente». Esta actitud, de ponerse el balde, implica una falta de autocrítica y un enclaustramiento en posiciones rígidas, sin espacio para el diálogo o la reflexión. La política, en lugar de ser una herramienta para construir una mejor sociedad, se ha convertido en un campo de batalla donde la lógica binaria de «nosotros contra ellos» predomina.
La polarización no solo se manifiesta en las campañas electorales, sino que ha permeado en las interacciones cotidianas, especialmente en las redes sociales. Las discusiones políticas han dejado de ser espacios de intercambio de ideas para convertirse en peleas virtuales donde la agresión y el insulto predominan sobre el respeto y la tolerancia. Este fenómeno no solo debilita la calidad del debate democrático, sino que también fractura el tejido social, enfrentando a amigos, familiares y compañeros de trabajo.
En este punto es importante recordar la tradición democrática del Partido Colorado y los valores batllistas que marcaron una época clave en la historia política del país. El legado de José Batlle y Ordóñez, uno de los líderes más influyentes de nuestro pasado, se basaba en la idea de que la política debía ser una herramienta para el bien común, y que las diferencias ideológicas debían enriquecerse a través del diálogo. Don Pepe fue un defensor de los derechos sociales y las libertades civiles, y su visión del Estado como protector de los más vulnerables fue un ejemplo de cómo el debate político puede centrarse en la construcción de una mejor sociedad, sin recurrir a la agresión o la descalificación del adversario.
Esa herencia batllista debería ser una guía en tiempos tan polarizados como los actuales, donde la democracia no se basa en la uniformidad de pensamiento, sino en la convivencia de diversas opiniones. La pluralidad es lo que enriquece a una sociedad, y es esencial para el funcionamiento de un sistema democrático. Sin embargo, esta pluralidad debe estar acompañada por el respeto y la disposición al diálogo. Cuando estos valores se pierden, la democracia corre el riesgo de convertirse en un espacio de confrontación constante, donde el objetivo no es construir un futuro común, sino ganar una discusión.
A medida que nos acercamos a las elecciones, es crucial que los actores políticos y la ciudadanía en general hagan un esfuerzo por bajar el nivel de agresividad en el debate público. Las elecciones no deberían ser una excusa para dividirnos, sino una oportunidad para que, desde nuestras diferencias, podamos encontrar puntos en común y trabajar juntos por el bienestar de todos.
El futuro de Uruguay, como el de cualquier democracia, depende de nuestra capacidad para escucharnos, debatir con respeto y entender que, al final, todos queremos lo mejor para nuestro país, aunque tengamos distintas formas de verlo. La política debe volver a ser una herramienta de construcción y no de destrucción.