Noticias

Honor sin causa

Ricardo Acosta

El título de Doctor Honoris Causa debería reconocer trayectoria, pensamiento y claridad. Pero el acto dejó más preguntas que certezas sobre quién nos representa. Hay cosas que uno siente pero no siempre se anima a escribir. Por respeto, por prudencia… pero a veces el silencio es peor. Este es uno de esos momentos.

El reciente discurso de Yamandú Orsi en Argentina, al recibir un Doctor Honoris Causa, fue más que un momento protocolar.

Indicó que algo no anda. No solo por las palabras ,confusas, vacilantes, sino por lo gestual: la rigidez, la descoordinación en el saludo, la forma de pararse y moverse. No fue un accidente, fue la exposición en vivo de alguien que no sabe hablar en público con solvencia.

A eso se sumó el ritual de saludo con el rey de España, en el que quedó “pegado” y evidenció una falta de preparación. No es minimizar un error de etiqueta. Es notar que estamos frente a una persona que subestima el peso simbólico de esos gestos, y no está preparada para cumplirlos sin dañarnos.

Hace apenas unos meses, cuando aún no se había puesto la banda presidencial, podía haber margen para desdramatizar ciertos errores. “Es su estilo”, decían. “No está armado”, justificaban. Se lo toleraba porque era candidato, porque jugaba en terreno político y no institucional.

Se le perdonaba el desorden verbal y la improvisación como parte de su identidad: el estilo campechano, el tipo sencillo que no necesita pose. Pero ahora es el presidente. Y con la investidura, viene otra exigencia: la de estar a la altura. No del micrófono, sino del país.

Ya no se trata de si cae bien o no. Ya no se trata de si habla como el vecino o como un académico. Se trata de que cada vez que habla, representa a Uruguay. Y cuando falla ,una vez más, otra vez, ya no es simplemente un tropiezo suyo: es un momento incómodo para todos nosotros.

Y hay algo más, que se escucha en voz baja, en las sobremesas, en los grupos, en las redes: que el Doctorado Honoris Causa se ha devaluado. Que ya no se otorga por pensamiento ni por trayectoria, sino por simpatía ideológica. Que se convirtió en un gesto político, marketing y no en un reconocimiento académico verdadero.

Y eso también duele.

Porque uno quiere creer en los símbolos.

Uno quiere que, cuando el presidente de su país se para frente a una universidad para recibir un título así, lo haga con palabras que lo justifiquen. Con ideas que emocionan. Con presencia. No con frases perdidas, con nervios mal disimulados, ni con silencios que nadie sabe si son pausas o vacíos.

Tabaré hablaba poco, pero transmitía claridad. Mujica era informal, pero sólido e inteligente. Lacalle Pou manejaba como nadie cada vez que  aparecía. Y no hablo de los anteriores presidentes por estaban en otro nivel.

Pero Orsi, en cambio, sufre cada vez que se enfrenta a un micrófono.

Dicen que es auténtico, que no necesita guion. Pero ¿quién le dijo que eso alcanza cuando se representa un país? No alcanza con decir que sos honesto, honesto se demuestra. No alcanza con presumir humildad, humildad se ejerce. Y no alcanza con ser “autónomo”, si al final el país queda expuesto frente a magnas audiencias a un presidente que no es capaz de hablar sin dudar.

Esto sigue.

Y si no sale de esta zona de incomodidad, uno empieza a preguntarse si alguien está midiendo el peso de lo que significa estar en el lugar que está.

Compartir

Deja una respuesta