Política nacional

 La culpa no es del chancho…

Ronald Pais

Agustín Laje, ese brillante joven escritor, conferencista y politólogo cuya lectura no me canso de recomendar, afirma que. “La batalla cultural busca dominar los elementos de la cultura porque a través de la cultura nosotros vemos el mundo y a través de como vemos el mundo, nosotros actuamos en el mundo.” (Agustín Laje. La Batalla Cultural).

Esto motiva que uno se pregunte si, aunque se obtenga la victoria en una determinada puja electoral, es posible que los derrotados predominen en la batalla cultural y ello les permita alcanzar más adelante el triunfo electoral. Y lo que es peor, si ese predominio se puede lograr con la tolerancia, la pasividad y hasta el apoyo de aquellos que presuntamente deberían oponérseles

Un referente en este tema para la izquierda es Gramsci, un comunista autor de “Los Cuadernos de la Cárcel” que desarrolló la doctrina de llegar a la hegemonía cultural y política a través de los intelectuales, penetrando a los grupos sociales con su ideología.

Frecuentemente me preguntan “¿Cómo es posible que casi la mitad de los uruguayos quieran votar al Frente Amplio que no solamente no tiene buenos candidatos sino que fue un fracaso gobernando durante 15 años el país y es un desastre gobernando más de 30 años a Montevideo? Y casi enseguida, antes que les pueda contestar, agregan sus propias hipótesis o comentarios sobre la “ignorancia” de los uruguayos o que “son hinchas y por tanto no razonan ni lo harán, sino que adhieren ciegamente”.

Que el Frente Amplio y la izquierda en general han sabido despertar la adhesión emocional antes que la racional de manera mucho más efectiva que los partidos que hoy integran la coalición gobernante creo que no es novedad para nadie. Pero, además, hay una inmensa “mea culpa”.

Como ya he dicho y argumentado anteriormente, la coyuntura venezolana ha desnudado como nunca antes, quienes están del lado de la democracia y quienes defienden a la dictadura mostrando su verdadera veta totalitaria.

Cuando aquí un grupo de iluminados pretendió convertir a la Democracia uruguaya en una dictadura a la cubana, la responsabilidad no fue solamente de los que empuñaron las armas, también fue de los que simpatizaban con su “revolución”, los que los juzgaban benévolamente a pesar de las terribles violaciones a los derechos humanos que cometieron o los que se llamaron a silencio y no condenaban explícitamente a los subversivos ni apoyaban al gobierno legítimo que los combatía.

Al recuperar la democracia, en 1985 también hubo mucho de esto. Se “compró” desde el principio el verso de los “jóvenes idealistas” que habían combatido contra la dictadura. Se reconoció sólo el sufrimiento de uno de los contendientes en aquella guerra interna, se contribuyó a alimentar el mito de mártires que no fueron tales y se desconoció el sufrimiento de las víctimas de la sedición, el que aún después de 50 años, el Frente Amplio no reconoce.

Y así, mediante la indolencia, la comodidad, la indiferencia, la tolerancia y la tibieza de las fuerzas democráticas, los partidos que habían alimentado y prohijado a los Tupamaros & Co. fueron llenando espacios, copando organizaciones, consolidando mandos medios en el Estado y acumulando un ejército de comunicadores a su servicio.

El Frente Amplio logró triunfar electoralmente en Montevideo, en 1990. Desde entonces nada de importancia se puede señalar como hecho en beneficio del departamento. Los cuantiosos recursos percibidos se han orientado desde el principio al clientelismo desenfrenado, donaciones a organizaciones no gubernamentales (ONG´s) “compañeras”, contrataciones “dirigidas”, la partidización descarada de TV Ciudad con la plata de todos los montevideanos, ¡10 millones de dólares en horas extras en el 2023!, etc.

En todos estos años de este decadente gobierno departamental, los partidos políticos opositores no tuvieron ni la fuerza, ni la perseverancia, ni la organización ni la planificación y ni siquiera la presencia de ediles o dirigentes combativos – salvo contadas excepciones – siquiera para poner en evidencia las falencias de la gestión frenteamplista y posicionar en el imaginario colectivo la alternativa cierta y posible de otra opción.

Parece que el interés en Montevideo es secundario. Les ha costado enormemente tratar de comparecer electoralmente con un lema común y solamente la evidencia de que aisladamente seguirán perdiendo elecciones, parece haberlos decidido finalmente a tratar de unirse.

Y la omisión contumaz no ha sido sólo en el pasado. Se continúa en estos tiempos.

Si miramos la evolución de la Educación, sea ésta primaria, secundaria, técnica o universitaria, la pasividad a través de los años, llevó a que niños y jóvenes estudiaran en un medio dominado por la izquierda. Con docentes militantes, con materiales de estudio flechados, con programas influidos por las concepciones marxistas, socialistas y comunistas.

Respecto a la UDELAR, se ha convertido en un coto de caza de la izquierda donde los profesores que no les son afines ideológicamente son las presas, perseguidas y postergadas, en una práctica muy similar a las purgas stalinistas.

Tampoco se ha hecho nada para cambiar esta situación. Ni siquiera comparecer con fuerza en las elecciones universitarias para disputar la hegemonía izquierdista.

Ahora bien, la reciente reforma educativa parcial significó un cambio de rumbo y creo que es justo reconocerlo, pero no es suficiente. Sobre todo cuando se acaba de anunciar que el Programa de Historia de Educación Media Superior (EMS) incorpora la enseñanza del “terrorismo de Estado”, al abordar la última dictadura y el “terrorismo político” para considerar el período previo.

El Consejero blanco del Codicen Juan Gabito dijo que “el concepto de terrorismo de Estado no estaba” en los Programas. “Ahora aparece porque lo ponemos nosotros”.

No es de extrañar esta postura porque el Directorio del Partido Nacional engalanó el 20 de mayo pasado el frente de la sede nacionalista con una pancarta en la que se leía- “¡Nunca más Terrorismo de Estado!”

O sea que, o bien todo el Partido Nacional o bien un importante sector del mismo adhiere a la tesis de la izquierda sobre el llamado “Terrorismo de Estado”.

Nuestra opinión es que no existe, no existió ni existirá un Terrorismo de Estado.(Ver Opinar N° 693 “La falacia del Terrorismo de Estado”. El Terrorismo es sólo uno”)

No es el Estado sino un gobierno determinado el que puede cometer actos que entren en las definiciones de Terrorismo.

De las violaciones a los Derechos Humanos en Venezuela o en Cuba son responsables la dictadura venezolana o la dictadura cubana, no el Estado de Venezuela o el Estado de Cuba.

Erra entonces una vez más la Comisión Interamericana de Derechos Humanos  en la declaración que ha elogiado nuestro Embajador en la OEA, Dr. Washington Abdala. En un excelente discurso del funcionario que compartimos, creemos sin embargo que se equivoca al dar como bueno el concepto que cuestionamos.

Así como se ha cedido y concedido a la izquierda en este aspecto, seguramente podríamos analizar lo que ha sucedido con los sindicatos, el Carnaval, el Teatro, varios medios de comunicación y programas periodísticos, organizaciones no gubernamentales, reparticiones estatales como el Instituto de Derechos Humanos, la Fiscalía de Corte, etc. Y así como hablamos de organizaciones o instituciones también podríamos examinar los temas que constituyen banderas de la izquierda y en cuyo discurso y expansión avanzan sin encontrar resistencia ni respuesta.

Un capítulo especial merecería la vergüenza histórica de que habiendo tenido mayoría parlamentaria la coalición gobernante en esta legislatura, no se haya derogado la Ley de la Mentira Histórica: N° 18596 que fija el inicio de la “Actuación ilegítima del Estado” el 13 de junio de 1968” o sea, pleno gobierno democrático de Jorge Pacheco Areco.

En lugar de preguntarnos el porqué de las intenciones de votos de una parte importante de la población, peguntémonos por qué no, atendiendo al campo libre que se les ha dejado y se les sigue dejando a quienes han continuado sin descanso su labor de zapa, ganando en la batalla cultural.

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