La fuerza de la convicción
Daniel Manduré
Siempre es bueno hacer un alto en el camino, sobre todo en esos momentos donde la intolerancia nos va acorralando. Donde se aprecia un clima enrarecido en el que parece haber ingresado la campaña.
Más allá del resultado del próximo 27 de marzo y sin dejar de reconocer la importancia de lo que digan las urnas, hay un país que continuará su marcha después de esa fecha.
Sin importar en que lugar nos ubiquemos desde lo ideológico hay algo que nos une: luchar por nuestras convicciones.
Esa seguridad que mueve a los individuos a luchar por lo que cree, a pelear por sus ideales. Con tolerancia y respeto por las ideas del otro y que debemos intentar preservar por todos los medios.
Ese estado de la mente que lo lleva al individuo a dar batalla por una causa, a la que considera justa.
Las convicciones no nacen ni se forman solas, son un largo camino de experiencias vividas, son esos principios y valores con los que nos formamos y sobre los que nos vamos construyendo. Con ideales que vamos abrazando cada vez más.
Para poder considerarla como tal la convicción debe estar sujeta a nuevos desafíos o amenazas, los que deberá sortear e ir midiendo nuestro compromiso con esas ideas.
Debe existir coherencia entre el decir, el hacer y el ser.
Esa convicción es nuestro sello, lo que nos identifica, lo que nos distingue de otros. Estar comprometido con la causa. Amar la causa que decimos defender.
La convicción no como un fin absoluto y único. Debe estar alejado de todo dogma o posturas ortodoxas. Esa convicción que debe basarse en la razón y la tolerancia.
Ser conscientes de que al igual que luchamos por nuestras ideas hay otros con ideologías opuestas que luchan por las suyas. Ambas deberían ser respetadas.
Defender las ideas con convicción en todos los planos, en lo filosófico, religioso, social y también en lo político.
Hay hombres que incursionan en política y que desaparecen tan rápido como aparecen. Son como una estrella fugaz.
Hombres que ocupan una banca y que casi no sabemos como piensan, otros que aparecen cuando brilla un cargo en el horizonte y que desaparecen cuando se esfuma la posibilidad de tan preciado trofeo. Los que el oportunismo y la conveniencia son su exclusivo motor.
Por otro lado, están los hombres que hacen de la política su vida. Los que luchan por sus ideales y las causas que consideran justas. Los que no miden réditos políticos. Los que conjugan con sabiduría aquello de lo que hablaba Max Weber, la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Ambas pueden marchar juntas, no son contradictorias.
Julio María Sanguinetti es un claro ejemplo de ello. Con sus jóvenes 86 años nos demuestra a diario lo que es luchar por las causas en las que se cree y por las que vale la pena dar la batalla.
Sanguinetti podrá acertar o errar. Con el podremos estar de acuerdo o discrepar. Nos podrá, con uno de sus discursos, conmover hasta las lagrimas o llenarnos de ira por dichos no compartidos. Podrá estar cercano o alejado ideológicamente de nosotros. Podremos aprender y reflexionar con su reconocida intelectualidad o también ofuscarnos con algunas de sus verborràgicas afirmaciones. Hacernos cambiar de idea, hasta mover nuestros propios cimientos o llevarnos a reafirmar nuestras creencias.
Lo que seguramente nadie debería dudar y estar todos de acuerdo es sobre sus profundas convicciones y de su lucha por amor a una causa.
Un hombre dos veces presidente, que volvió a ser candidato sin medir consecuencias ni réditos políticos. La política le dio todo y el le da todo a la política.
Un hombre que perdió la interna y que luchó como el que más, por la candidatura de quien ganó.
Que se puso sobre sus hombros la campaña de la coalición republicana que llevó a Lacalle presidente y que ahora encabeza la lucha por el NO en el próximo plebiscito, intentando mantener los 135 artículos que se pretenden derogar.
Sanguinetti parece no agotarse nunca, recorre el país de punta a punta, con alegría y optimismo. Nada lo detiene, ni las inclemencias del tiempo pueden con él. La pandemia tampoco ha sido un impedimento.
Hace algunas semanas, en un acto en Pando comenzó a llover torrencialmente, justo unos minutos antes de su oratoria. Algunos allegados le alcanzaron un paraguas que no aceptó, ¡“gracias muchachos! úsenlo Uds.”, fue su respuesta. Un instante después, diluvio mediante, comenzó su discurso, ante la ovación y admiración de los presentes.
Un periodista lo consultaba sobre su edad y si era necesario someterse a ese desgaste, con viajes y recorridos continuos, a lo que el dos veces presidente contestaba: “¿Qué edad?, acá están en juego las grandes causas, esas causas por las que siempre vale la pena luchar”
Eso es Uruguay.
Hombres que en todos los partidos y que más allá de las diferencias, se juegan por sus ideales, con convicción y responsabilidad.
Hombres que se la jugaron por sus ideas, en el acierto o en el error: Wilson Ferreira Aldunate, Seregni, Frugoni, José Pedro Cardozo, Amilcar Vasconcellos, Batlle y Ordóñez, Baltasar Brum, Hugo Batalla, Jorge Batlle entre tantos otros.
A esos hombres se los respeta siempre, aún a los que se encuentren en las antípodas de nuestro pensamiento.
Va más allá de triunfos o derrotas electorales, habla de nosotros como nación, de nuestros valores republicanos.
De jugarse por nuestros ideales, por amor y fe en una causa.
En momentos de tanta intolerancia y mezquindad consideraba importante este reconocimiento.
Admiración por los que se la juegan por sus convicciones.
Sanguinetti, un claro ejemplo de ello.