Política nacional

La salvación de las palabras

Diego Martínez

Hay palabras que nos abrazan con la vida. Respiran, tienen color, el viento las lleva, corren, hasta lloran, o sonríen. Vigilan, llaman, anuncian, dicen en secreto y a veces gritan. Sacan de la inminente muerte a personas y romances que han quedado atrapados en el silencio. Son ángeles escritos.

En su “Medianoche de amor”, Michel Tournier escribe sobre la salvación a través de las palabras. Oudalle y Nadège deciden separarse pues ya no se entienden y a veces “hasta les faltan las palabras”. Lo hacen invitando a todos sus amigos a una cena, en la que luego de escucharlos, anunciarán la venta de su casa y que se alejarán cada uno por camino diferente.

Sin embargo, los diecinueve cuentos que relataron los invitados, fueron ganando en tanta belleza y fuerza durante la madrugada, que la separación finalmente no se produjo. “… tal vez lo que nos faltaba era una casa de palabras en la que habitar juntos”, comentaron para celebrar la resurrección de su unión.

En abril de 1983, Manuel Flores Mora, Maneco, herido de muerte por una maldita enfermedad, fue a la Convención colorada a pronunciar la palabra amnistía. Era vulnerar todo. La dictadura se estremeció. La asamblea del coloradismo le aplaudió de pie y muchos lloraron. “La palabra amnistía no es una palabra más, es el secreto del reencuentro del país consigo mismo”, proclamó Maneco. Y agregó “es una palabra que se echa a andar y camina sola”. Así fue. Esa palabra levantó ilusión en un país que necesitaba superar el enfrentamiento de sectores radicalizados. Y aunque por varios actores no fue escuchada desde las grandezas del alma sino desde las bajezas de la venganza, llevó esperanza y libertad a quienes apostaban a mirar hacia adelante.

Otras palabras nos acercan al sacrificio, a la muerte y sus incertidumbres, a los sufrimientos épicos tan propios de nuestras revoluciones por la libertad.

Por ejemplo, yertos.

Como amnistía, yertos es una palabra que posee fuerza, poder. Aunque un poder diferente.

Desde su raíz griega la palabra amnistía expresa la negación de la memoria, la superación o directamente el olvido sobre algo y en cuanto se vuelve figura jurídica también perdona conductas ilícitas. Es una palabra que decide sobre la vida de personas y pueblos. Es transformadora.

Con la palabra “yertos” no ocurre eso. Su origen latino manifiesta rigidez, enderezamiento, inmovilidad. Es una palabra que no decide sobre los demás, no cambia sus vidas o circunstancias. Rotunda, anuncia que la muerte está cercana. No le cambiará la situación a nadie. Se la hará saber. Luego cada quien decidirá si poner voluntad para superar el mensaje fatídico.

Antonio Machado escribe en Las moscas, “… yo sé que os habéis posado… sobre los párpados yertos de los muertos”. Los párpados, yertos. Ahí está su fuerza, un certificado de muerte hecho poema.

En El siglo de las luces, Alejo Carpentier escribe sobre el rumor de las olas. Lo describe como semejante “al silencio que el hombre tiene por silencio cuando no escucha voces parecidas a las suyas. Silencio viviente, palpitante y medido, que no era, por lo pronto, el de lo cercenado y yerto”.  De nuevo yerto, esta vez opuesto a lo “viviente”, aún silencioso.

En “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo”, su autor Haruki Murakami ubica en un profundo pozo al personaje central Tooru Okada. Al tercer día está hambriento, sediento, casi sin aire. La escalera con la que bajó ha desaparecido. No podrá regresar. Es el fin. Su conciencia está turbada.

Desde arriba, la joven May Kasahara le envía voces preguntándole si sabe que en breve puede morir. El joven japonés apenas puede responder que descendió para reflexionar. Ella se va, él se duerme. May Kasahara fue quien retiró la escalera.

Okada despierta gracias a la voz de Creta Kanoo, mujer que lograba ingresar en sus sueños. Le llamó. Al abrir los ojos el sueño y la vigilia no tenían una frontera clara para él quien sentía “el cuerpo yerto”. La escalera le fue devuelta y logró salir. Esta vez la palabra, yerto, se desvaneció ante la superación de la muerte. 

El 21 de setiembre de 1825, avanzada la noche, las tropas del general Fructuoso Rivera acampan en el Paso de la Tranquera. Las lluvias y el insomnio cabalgan con cada lancero. El frío es cruel. Van hacia el Rincón de las Gallinas a dar un golpe de muerte a los invasores brasileños.

En el camino “varios de los soldados se cayeron de los caballos yertos”, relata el general Brito del Pino. “Uno de ellos quedó en el campo, el piquete que cubría la retaguardia lo encontró y dio parte al Gral. que lo hizo abrigar perfectamente”. Dos jornadas después, todos ellos dieron un día de gloria a la patria al derrotar a los brasileños y apropiarse de ocho mil caballos fundamentales para la inmediata batalla de Sarandí.

Yertos. Cuánto anuncia y pronuncia esta palabra!

¿Sabremos en Uruguay, a las puertas de una nueva definición electoral que siempre divide, coincidir sin embargo en los valores esenciales e irrenunciables que sustentan nuestro camino de república independiente?

Sólo la salvación a través de las palabras puede lograrlo.

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