Editorial

Los blancos y la bala en el pìe

César García Acosta

Es cierto que las elecciones del domingo, además de primarias, fueron internas para los partidos políticos. En ellas se eligieron las autoridades institucionales que rankean para las futuras listas al parlamento. Por eso (y por algún argumento más), no es menos cierto que, por acción u omisión, alguno de los dilemas existentes más allá de las fronteras partidarias, los que pueden constituir un error, podrían oficiar de causa para impedir reeditar un gobierno de coalición. Intentar ganar una elección requiere apelar al sentimiento, pero también a la razón para quienes encarnarán coyunturas comunes. Debe reconocerse la diferencia en los perfiles, los objetivos sectoriales, y hasta las tradiciones distintas, pero hay hechos que refieren a la intimidad de lo que sucederá en una futura coalición que son imposibles de obviar. Para prosperar en esta empresa habrá que construir allende a las fronteras del imaginario político, que quienes la votarán buscarán confianza y certidumbre. Sin embargo la nominada vicepresidente, Valeria Ripoll, ex directiva de la Adeom y actual funcionaria de la Intendencia, con su campaña en contra de la LUC y por su pasado comunista, se la observa desde ya como una detractora del más íntimo sentimiento coalicionista. La obligatoriedad de una fórmula que debe apostar desde su inicio, más a lo suprapartidario que a lo sectorial, si algo debe evitar es pegarse un “tiro en el pie”.

En junio de 2007, Oscar Botinelli, en una columna en EL OBSERVADOR, titulada “Lo blanco y lo nacional”, argumentaba sobre la importancia de las raíces y las consecuencias por el detrás de las bambalinas.

Parea Botinelli “… lo blanco es lo que entronca con la tradición de la divisa, con la de los `Defensores de las Leyes´… la que se consustancia con el Gobierno del Cerrito y con la Heroica Paysandú. Lo nacional puede ser sinónimo de lo blanco, que es una de las interpretaciones, pero puede ser algo más: es la idea de un partido que busque aglutinar a todos los que tengan, como dice la Carta Orgánica, propósitos eminentemente nacionales; es decir, ser el Partido de la Nación, partido al cual pueden adherir blancos, colorados o gente sin partido. Esta dicotomía entre lo blanco y lo nacional no es un debate histórico ni historiográfico. Es un dilema que tiene planteado actualmente el Partido Nacional: ser el partido que comunica a la ciudadanía la simbología de las lanzas y las tacuaras, la de las conmemoraciones en Masoller y en El Cordobés, o ser el partido – como en los hechos y más allá de la voluntad partidaria – resultó serlo en las elecciones nacionales, un partido que convocó esencialmente no solo a los blancos, sino también a los colorados y a la gente independiente que quería evitar el triunfo del Frente Amplio o, dicho por la positiva, quería un gobierno que conservase los valores y las ideas que en conjunto aportaron al país ambos partidos tradicionales.”

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La duda que surge y sobre la cual hay dos grandes posiciones, es si al Partido Nacional le basta con lo blanco para seguir siendo uno de los dos grandes partidos del país o debe proyectarse hacia un partido que convoque más allá de lo blanco, que en esencia es convocar a lo colorado. Una de las posturas es considerar que así como medio país se ha frenteamplizado (o tricolorizado), la otra mitad del país se está blanqueando, es decir, no solo compartiendo una visión de presente y de futuro con el Partido Nacional, sino que además pasa a compartir una visión del pasado y una raíz. Esta perspectiva es la que regodea a muchos dirigentes blancos que ven la posibilidad de la venganza histórica de enterrar al coloradismo  y al batllismo (en tanto visión del país). Como quien dice, lograr la triple venganza de la caída del Cerrito, los fusilamientos de Paysandú y la bala de Masoller.”

Esta dicotomía entre lo blanco y lo nacional, que es explícita, aparece subyacente en muchas actitudes como la de ayer de Alvaro Delgado al proponer a Valeria Ripoll como candidata a la Vicepresdencia de la República. Lo que no logra visualizar el presidenciable más blanco que nacionalista, es que la libertad tiene el límite la propia libertad; es decir, que no habrá una contraposición más eficaz que las ideas de otro político, simplemente porque el uno no podrá mantenerse en competencia sin la existencia del otro. Pero el gran dilema –para los blancos de la tacuara- es pretender dar por sentado lo que será sólo atribuible al votante en la soledad del cuarto de votación. Allí, sólo con su alma, un colorado y batllista –si es que se llega a una instancia de balotage, deberá plantearse votar a vicepresidente no a una ex integrante del Frente Amplio, sino a alguien que proviene de sus sectores más radicales.

El senador Sebastián da Silva precisamente habló en los medios sobre esto, y simplificándolo como es su costumbre, dijo que Ripoll “no tiene nada Masoller y nada de Saravismo”. Y omitió –como también es costumbre de da Silva hacerlo- el apoyo del coloradismo para acceder a un nuevo gobierno de coalición. Sobre esto apenas dos apuntes: los colorados ya ven ridículo el perfil `Delgado/Ripoll´ como fórmula para un balotage. Quizá los colorados podamos captar a muchos descontentos nacionalistas por causa de este divague, pero si algo se percibe desde quienes fueron los mejores socios en una compleja coalición, es que con esto el presidenciable Alvar Delgado se transformó en más blanco que nacionalista, y esa es una señal tan mal perfilada que se parece mucho a pegarse un tiro en el pie.

Y convengamos que ya no es hora para seguir admitiendo el trauma de la “bala” que los mató, porque este tiro se lo están pegando ellos mismos.

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