Editorial

“Tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario”

César García Acosta

En la columna de la semana pasada insistía en que había que cuidarse de no entrar en el juego del Frente Amplio. Su objetivo para alcanzar adhesiones centristas, parece ser encasillar al Partido Colorado en un doble debate: el que marca el peso de la historia del primer batllismo ante la cohabitación política con sectores herreristas (en el contexto de la coalición republicana), y el potencial atractivo de sus candidaturas que se enfrenta al desinterés de la dirigencia por ocupar un lugar que se ve de poca relevancia a futuro, fundamentalmente porque integrar un gobierno es un objetivo que nada tiene que ver con liderar al Partido como candidato sobre la base de tener que triplicar su votación para acceder al espacio más privilegiado de la coalición.

Ser precavidos con ambos asuntos es una cuestión más de supervivencia que de conveniencia, porque del mismo modo que, por ejemplo, la Argentina se desmorona por la pérdida de confianza de la gente en su sistema político, aquí, en Uruguay, y focalizando la atención en el Partido Colorado, resulta un hecho muy controversial intentar levantar perfiles con candidaturas sin gente, cuya potencialidad política sólo puede provenir de los votos para llegar a su justo término. El símil con la Argentina es cada vez más claro: el problema no es el dólar, sino lo que significa el peso argentino fronteras adentro, el que por efecto directo de la pérdida de credibilidad de su gobierno deriva en una desconfianza que ineludiblemente provoca tal desazón que más que lograr adhesiones provoca el efecto contrario.

Las candidaturas en los partidos políticos de limitado caudal electoral por la coyuntura, deben provenir de figuras con liderazgo cuya trayectoria es quien los ubica en ese contexto y no la búsqueda de una renovación o reperfilamiento político del partido.

El Partido Colorado desde 1985 cuando el país retomo la senda de la democracia obtuvo tres veces la presidencia: Julio María Sanguinetti y Jorge Batlle fueron los soportes de un andamiaje que desde fines de los años cincuenta venía deteriorándose, atravesando hasta el cambio conceptual de la forma de gobierno del país, dejándose de promover el colegiado para instalarse definitivamente en un presidencialismo liso y llano por más Consejo de Ministros que se haya consagrado en la Constitución como paso intermedio entre una y otra forma de gobernanza.

No entender los colorados que la lista 15 viró una vez desaparecido Luis Batlle Berres, es no darse cuenta que la matriz ideológica del partido más que dispararse hacia otros comportamientos, lo que hizo fue acompasarse a un centro imaginario de país, al que sólo podía administrarse desde el equilibrio fiscal, la racionalidad política y la sistemática pérdida del caudillismo hacia cuestiones conceptualmente más corporativas.

Jorge Batlle en toda su trayectoria política dejó plasmada la idea del liberalismo político, mientras que Julio María Sanguinetti, más cauto y disciplinado con las cosas del Estado, mostró un apego mayor de salvaguarda para los intereses del sector público.

Más allá de estas opiniones (que son solo eso, opiniones) en esta edición de Opinar pretendemos ir más allá y reeditamos dos columnas magistrales de Hugo Batalla y Enrique Tarigo. Una habla de la renovación del aparato estatal, mientras la otra ingresa fuertemente al concepto liberal moderno de la política, basado en la existencia de un Estado despojado del poder excesivo y con el solo fin de no perder libertad, poniendo más énfasis en la gestión que en el formato único estatal.

En Uruguay el batllismo está asociado al Estado. De eso no hay duda, pero en el transcurso de su historia (y lo vemos en cada instancia de rendición de cuentas), se nos deja clara la necesidad de que debe darse un proceso reformista del Estado como objetivo sustancial. Ejemplo de esto lo son las normas sobre los empleados públicos o la reforma jubilatoria.

“Tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario”, ha sido la base de la socialdemocracia que para los colorados significa batllismo, pero veamos si esa estructura en buena medida medular y hasta cultural, ciertamente se condice con un sistema que para trascender, y permitirse seguir existiendo, debe modificar el imaginario social de sus presupuestos sin deshacer el camino andado, respetando lo básico, pero no sujetando a la acción del Estado llámese fiscal en lo impositivo, o de objetivos corporativos en lo pragmático, y todo ello asociado al costo para educar, impartir salud, co-administrar la seguridad pública garantizando un sistema carcelario que sancione el delito.

Poner docentes en las aulas con un programa de estudios es un objetivo, otro es que los alumnos asistan alimentados y preparados desde sus familias para recibir la debida formación, tanto como lo es impartir justicia y recluir al transgresor, o prevenir en salud pública, vacunar y gestionar un sistema de salud integral que abarque tanto al que tiene más como al que tiene menos.

Todo esto amerita definiciones; requiere que el Partido como estructura esté presente, y para eso podría apelar desde un gabinete en las sombras hasta su apoyo en cada espacio del aparato estatal con el fin de tener presencia sin perjuicio de tener o no representación política por la asignación de puestos en cada lado.

Si sólo tenemos un Intendente, tres Alcaldías Municipales y unas decenas de concejales, difícil que la descentralización pueda ser un objetivo primario para alcanzar la institucionalización partidaria territorial. Para lograrlo habrá que repensar las participaciones futuras en lo electoral como para que el régimen comicial no sea el freno para la existencia partidaria.

Hoy el nivel de debate territorial debería centrarse en la competencia con los blancos, instalando a nivel de todo el país el formato de la coalición, para no seguir resignando que la dirigencia de base decida de antemano inclinarse por un candidato extrapartidario haciendo el ballotage de manera anticipada, resolviendo una contienda que candidaturas mediante, lo que resuelve es la preexistencia política de unos ante los otros. Si esto es así el punto de mira no está en las candidaturas ni siquiera el Frente Amplio, sino en el nivel de competencia con el Partido Nacional.

Hasta que estas cosas no estén definidas la libertad como principio seguirá condicionada: el batllismo como reformismo nos plantea el desafío de la utopía, así que como decía el padre del surrealismo, André Breton, “seamos realistas, pidamos lo imposible”.

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