Nos están matando
Ricardo Acosta
Policías mueren defendiendo, menores actúan con violencia, el Estado ausente. Una realidad que ya no admite silencios.
La crisis de seguridad no espera. Es urgente y ofensiva.
El viernes 11 de Julio, el sargento Joel Rodríguez, de 35 años y parte de la Guardia Republicana, salía en moto cuando fue interceptado por seis delincuentes en tres motos. Le dispararon en la cabeza y horas después falleció. Su muerte generó conmoción: era un negociador, colega respetado, padre de dos hijos y amante de su motocicleta, que también le robaron.
Pocas horas después, en Malvín Norte, otro policía llegaba en auto a su casa cuando fue abordado por cinco menores de edad armados. Estaba con su mujer y sus hijos. Al identificarse como agente, repelió el ataque con disparos. Uno de los menores murió, otros dos resultaron heridos. Inmediatamente, vecinos agredieron a los policías e intentaron llevarse el cuerpo del adolescente.
Una escena tan violenta como simbólica: la calle desbordada, la autoridad desbordada.
¿El sentido común?: ausente.
Mientras tanto, bandas de «música urbana» se exhiben en TikTok con armas (dicen que de juguete), motos de alta gama y canciones altaneras. Se graban en barrios calientes, mostrando impunidad.
Esa cultura marginal florece mientras el Estado se borra.
Los sindicatos policiales reclaman. Duele el silencio del PIT-CNT.
No hubo paro, ni declaración formal, ni respaldo a los caídos. ¿Por qué? ¿Por qué no hay pronunciamiento cuando el asesinado es un policía? ¿Por qué no se condena públicamente cuando quien muere es un trabajador de uniforme? La ley de imputabilidad sigue protegiendo a menores que ya saben lo que hacen.
Si alguien de 14 años organiza un robo armado, actúa con violencia y enfrenta a tiros a la Policía, ¿es un niño? ¿O es un criminal con el beneficio de una legislación pensada para otra realidad?
Los que defendieron los “colibrí” no responden.
Los que frenaron el debate de fondo ahora gobiernan. Pero no gobiernan sobre las balas, ni sobre el miedo, ni sobre los patrulleros que vuelven vacíos. No se trata de venganza. Se trata de justicia. De respuestas reales. De parar esta escalada sin relatos. Porque hoy los que mueren son los que nos defienden. Y nos están matando.
En silencio, en redes, en la calle, en cada esquina donde el Estado no llega. Uruguay merece más. Porque mientras el Estado calla o titubea, los que mueren cumplen su deber. Y no los podemos dejar caer en silencio.