¿Nunca más?
Jorge Nelson Chagas
Lo admito. Siento una gran desilusión como historiador y también como ciudadano común y corriente, ante algunos comentarios vertidos a raíz de los cincuenta años del golpe de Estado. Parece que lo más importante es achacarle las culpas al otro, en vez de hacer – cada uno de los involucrados- una autocrítica profunda y sincera.
Por cierto, no poseo la autoridad moral para exigirle autocríticas a nadie. Pero mucho me hubiese gustado que los diferentes actores fueran menos complacientes con el papel que jugaron en los hechos que desembocaron en el quiebre institucional del 27 de junio de 1973 y asumieran su cuota de responsabilidad.
¿Qué podemos hacer los historiadores al respecto? Muy simple: aportar datos debidamente documentados y dejar que los ciudadanos de a pie razonen libremente y saquen sus conclusiones. Hay, a mi entender cuatro puntos claves:
1)Se ha sobredimensionado el papel del MLN-T en la historia reciente. Un grupo clandestino puede poseer una capacidad relativa para robar, matar, secuestrar y realizar atentados con bombas, pero eso no quiere decir que sea capaz de tomar el poder. Uruguay nunca corrió el riesgo de convertirse en la Cuba del Río de la Plata. Eso es una fantasía. El gobierno era legítimo, el Estado no estaba en quiebra, las fuerzas del orden no estaban desmoralizadas ni corrompidas y además, los tupamaros no contaban con un apoyo popular masivo, ni siquiera de la mayoría de la izquierda legal. Fueron derrotados en democracia como lo expresaron los propios documentos de las Fuerzas Conjuntas.
2)Es correcto que Bordaberry tiene su cuota de responsabilidad. Sin embargo entre febrero de 1972 y febrero de 1973 buscó infructuosamente un gran acuerdo nacional. Sus discursos y declaraciones en ese período son de clara defensa de la democracia. En febrero de 1973 le dieron la espalda hasta los propios correligionarios de su partido. ¿Bordaberry renegó de la democracia o en aquellos días fue la clase política la que vaciló ante la defensa de las instituciones empujando al presidente a aliarse con los militares golpistas?
3) Es correcto que una parte importante de la izquierda política y sindical apoyó a los militares sublevados en febrero de 1973 motivada por la ilusión “peruanista”. Pero es absurdo sostener que la izquierda apoyó el golpe de Estado en junio de 1973. Tras el pacto de Boiso Lanza, el Parlamento, la Suprema Corte de Justicia, los sindicatos, la prensa opositora, siguieron funcionado. Como una “carreta fantasma” al decir de Carlos Quijano, pero siguieron de pie. La izquierda consideró en esa etapa que en el interior de las Fuerzas Armadas se estaba produciendo una puja entre “peruanistas” y “gorilas” ,y se debía seguir apostando al triunfo de los primeros. Esta ilusión duró más allá del golpe de Estado, como lo demuestra la aparición en plena dictadura del semanario “9 de Febrero”.
4) Las Fuerzas Armadas también tienen su cuota de responsabilidad, pero antes de convertirlas en el villano de la historia conviene recordar que el 25 de abril de 1946 el Poder Ejecutivo promulgó la ley 10.726 de amparo a los militares lesionados en sus derechos en el período comprendido entre el 1 de marzo de 1931 y 14 de setiembre de 1945. O sea durante el régimen terrista y más allá. Esto distorsionó una estructura piramidal que es de relativa rigidez y se sobrepasaron los niveles marcados para cada uno de los grados. Así comenzaron a producirse lesiones a los que habían quedado y apareció una segunda generación por los perjudicados por el régimen terrista y una segunda ley que intentó regularizar la situación empeoró la situación. Y se terminó deformado seriamente toda la estructura del Ejército. generando un malestar que se profundizó durante el período de apogeo de Luis Batlle Berres. O sea que hubo una serie de políticas hacia las Fuerzas Armadas sumamente erróneas que afectaron valores castrenses muy caros: verticalidad y honor. Ante este panorama, ¿es extraño el surgimiento de Los Tenientes de Artigas? A este cóctel explosivo hay que agregarle la doctrina contrainsurgente de Roger Trinquier, muy efectiva para combatir a los tupamaros, pero que convirtió a todo opositor en subversivo.
Se podría agregar a estos cuatro puntos la cuestión de la crisis económica. Sin embargo, aun admitiendo su relevancia, ¿fue tan determinante como generalmente creemos? La crisis del 2002 fue muchísimo más grave que la de los años ’60-’70 y sin embargo las instituciones no salieron lesionadas. Por supuesto, en esto no hay ningún misterio. El problema en los años ’60-70 no fue la crisis en sí misma, sino la incapacidad de la clase dirigente de tomar las medidas necesarias para resolverla. Costó muchísimo admitir el fin inexorable del modelo de sustitución de importaciones – que había generado un tipo de empresariado rentista y poco dispuesto al riesgo – y tomar al toro por las guampas. Un dato histórico relevante: en el comunicado de la Cámara de Comercio del 13 de julio de 1973- ya ocurrido el golpe de Estado – donde al tiempo que respalda a Bordaberry, señala su rechazo al liberalismo económico. Los mismos empresarios querían seguir atados a un modelo perimido. Al no asumir la realidad siempre un problema se torna insoluble. Y esto es lo que le pasó a Uruguay durante mucho tiempo en materia económica provocando desánimo en la ciudadanía.
Ignoro si estas reflexiones pueden aportar algo. Pero, al margen de ello, en el fondo de mi corazón grito también ¡NUNCA MAS!