OPINAR catorce años
César García Acosta
El dilema de “decir” conlleva un ejercicio de transferencia constante de “libertad”. Tan solo por eso resulta en un principio de vida inigualable que provoca hasta al más pasivo de los ciudadanos. El afán por remover de lo más íntimo de su ser, su capacidad de hacer cosas para el porvenir, son las claves del periodismo de opinión.
Mantener la justa relación entre la necesidad de difundir un hecho o una idea, supone trabajar con el contexto que nos rodea. Eso también es un hecho objetivo que, como dato, es tan provocador como admitir equivocarse, pensar distinto y hacerlo saber, defendiendo lo que piensan nuestros oponentes pero reivindicando nuestras ideas.
No todos tienen el atributo de asumir la libertad de este modo. Debemos admitir que la restricción, la discrecionalidad limitativa, las condicionantes a la información, o la parcialidad informativa, son fenómenos que se dan en este siglo XXI de modo recurrente y de forma intrínseca muy vinculada a la cotidianeidad de la sociedad de la información. Si la internet cambió al mundo, los drones nos muestran la realidad con otra magnitud, quizá porque lo hacen en su mismísima visualización como hechos, variando el sentido de la verdad relativa y el de la interpretación de esos hechos como fenómenos periodísticos, sea cual sea el estilo elegido. Ya no podrán excluirse de esa capacidad de liberalidad entender al hecho como un dato más allá de su interpretación.
En un mundo cargado de opiniones. La guerra es un `drone´ que muestra a la guerra y no la versión sobre esa guerra. La crónica pasa a ser la lente de la cámara en silencio. El rostro de un árabe a punto de ser liquidado por un misil teledirigido, o el de un judío avasallado por un misil lanzado desde un túnel, es la guerra del miedo. Todo lo demás será conciencia, daño colateral y libertad para opinar sobre las visiones que se tengan.
Por eso insisto: hoy los hechos son datos, y esos datos pueden ser números, relevamientos, incidencias y hasta algoritmos. Su objeto es mostrarnos la vida tal cual es desde un ángulo técnico, pragmático, dejando para la opinión todo lo demás. Hoy, si un animal peludo mueve la cola, tiene cuatro patas y ladra, -y lo vemos- es un perro, y no hay posibilidad de que dos bibliotecas nos digan que podría ser una cosa u otra según convenga al momento. Lo que es, se ve, aunque lo que más importe para nuestro sentido de la libertad sea el opinar cuándo o cómo queramos hacerlo.
OPINAR ha intentado desde una visión socialdemócrata -batllista en lo filosófico y liberal en el proceder-, orientar con una lectura ágil, artículos muy diversos apoyados en la libertad como factor medular; La solvencia de quien sostiene una idea pasa a ser una historia, una columna, o una verdad –aceptada o rechazada- aunque auténtica como relato construido con base en las ideas del batllismo reformista.
En OPINAR, a distinción de otros medios vinculados al propio Partido Colorado, todas las visiones encuentran un lugar para su expresión; todas, sin exclusiones ni limitaciones de ideiología. En opinar.com.uy se encuentran todas las ediciones de OPINAR, y allí puede accederse a las columnas más diversas. Muchas han sido reeditadas en Opinar y sistematizada su publicación como parte de una política editorial independiente.
Así se construyó un esquema que lleva 14 años ininterrumpidos semana tras semana. La pluralidad de enfoques, que es natural que exista, no es habitual. Por momentos dejó contentos a unos y enojados a otros. Hay quienes pueden ver en OPINAR una visión crítica del coloradismo, mientras otros –realistas por su pasión- pueden estar viendo con acierto un tiempo de cambios que inexorablemente no pasarán por el cernidor el decir de lo necesario.
Es tan cierta la crítica a la verdad, como lo es el silencio cuando el objetivo es la República. Decía Enrique Tarigo en diciembre de 1974, a más de un año de haberse instalado en Uruguay la dictadura, que “la tolerancia para con las ideas que no se comparten, para con las ideas que se rechazan y que se impugnan, para con las ideas contra las cuales se lucha y se combate dialécticamente, aparece así, según es difícil advertir, como un carácter connatural al liberalismo político. Esa actitud de tolerancia para con las ideas –no para con los actos, desde luego, cuando estos lesionan el orden jurídico- es lo que sintetiza la frase de Voltaire que decía: ´no estoy de acuerdo con nada de lo que usted dice, pero estoy dispuesto a dar mi sangre para que usted pueda seguir diciéndolo´. Y esta es la grandeza del liberalismo y sólo mediante esta concepción puede tener grandeza la democracia”.
En la perspectiva del periodista siempre hay dos visiones: la del ayer, que es la del –hoy- sobre el cual se relata, y la de mañana. La inmediatez de lo actual, del presente, deja inexorablemente de lado lo que somos y no nos permite ver con claridad que el presente también existe, y que eso conlleva parte de alegría, tristeza y, porque no admitirlo, de realidad.
Al político le sucede algo parecido: sabe que lo que tiene hoy es lo que obtuvo ayer, y que el futuro será consecuencia de lo que haga mañana.
Sin ilusión no hay certezas: eso es OPINAR.