Por qué importa que trump haya ganado
Adrián Báez
Estimados lectores. Los resultados electorales en Estados Unidos tomó a todo el mundo por sorpresa, por lo menos a aquéllos que simpatizamos con la candidatura de Kamala Harris y con el Partido Demócrata, por una cuestión ideológica y de principios, al representar la candidatura de Trump, y él mismo, todo lo contrario a lo que creemos y perseguimos como seres democráticos y liberales.
Muchos se preguntarán, por qué se han vertido ríos de tinta haciendo alusión a Estados Unidos y a sus candidatos a la presidencia, y la respuesta es simple: todo, absolutamente todo, lo que tenga que ver con la política y la economía de ese país, repercute directa o indirectamente en el resto del mundo y, mucho más, en naciones pequeñas como la nuestra, que dependemos exclusivamente del lineamiento de las reglas de juego, las que si cambian y toman una dirección opuesta a nuestros intereses, como dirían en Italia: ¡Madonna Santa!.
Ese es el real temor que cunde, no otro; poco importa si el nuevo Presidente estadounidense es de un partido u otro; lo que sí es preocupante, es que ese hombre, el más importante del planeta, cuyo poder económico y militar -si los mal utiliza, puede hacer temblar los cimientos del mundo-, sea una persona sin un norte ideológico, o lo que es peor aún, lo tenga, pero cargado de racismo, xenofobia, homofobia, misoginia, y de un nacionalismo a ultranza, como los que el mundo ya conoció en la primera mitad del siglo XX, con los despótico regímenes fascista, nazista y comunista, y que él mismo ya demostró en su primera administración -aunque muy solapadamente-, ser afín en determinados aspectos.
No ponemos en tela de juicio el derecho que posee el pueblo estadounidense en darse el gobierno que desee, mismo equivocándose, a nuestro entender, pues como bien lo sostuvo Don José Batlle y Ordóñez: “No es que el pueblo nunca se equivoque, sino que es el único que tiene el derecho de equivocarse”. Lo que nos eriza la piel, es que ese mismo pueblo, que supo embanderarse como primera democracia liberal del mundo allá por 1776, cuyos padres fundadores establecieron bases sólidas en el sistema republicano, para que estilos de gobiernos autoritarios y hostiles a la libertad y sus consecuentes libertades, no tuvieran lugar en esa tierra de hombres libres y de oportunidades, haya roto su lazo inquebrantable con ese ideal, apostando por alguien que -Dios quiera nos equivoquemos y que su performance no pase de eso, de una puesta en escena para obtener voluntades a su favor-, si lo desea, pondrá de rodillas esas creencias, perjudicando incuestionablemente al resto del mundo.
Hablando respecto al tema con amigos, me han criticado mi visión apocalíptica, considerando que los temores no dan para tanto, y que Trump hará los deberes, opinión que respeto, pero que no comparto; porque, podrá retroceder en sus posturas, pero creó, alentó o revivió en la mayoría de sus conciudadanos, a sabiendas o no, un espíritu revanchista y de odio, lo cual ha envalentonado a sectores detestables y repudiables como el Ku Klux Klan; en las escuelas se corean cánticos contra los latinos y a favor del levantamiento del muro, siendo los autores adolescentes que crecerán con la mentalidad de su superioridad racial; y los mensajes hacia socios comerciales y eventuales, no son claros, dando lugar a una expectativa tal, que gobiernos enteros se encuentran en stand by, con una razonable y responsable actitud, ante posibles cambios de rumbos.
Son válidas las dudas que éste out sider de la política generó (pues lo sigue siendo, aunque se sostenga lo contrario, al incomprender las reglas del juego de un Estado de Derecho, pues ganar votos, no es lo mismo que aquello); lo que no son validas, son las falsas esperanzas de crear un mundo mejor, derribando o tratando de derribar los valores de la tolerancia; el respeto; la diversidad en su amplitud racial, religiosa, sexual, nacional e ideológica; el apego a las instituciones democráticas y republicanas, con partidos políticos fuertes y erguidos, por muchos errores en los que habiliten caer; el desplante; la humillación; la burla; por la sencilla razón que, esos modus operandi, a lo largo de la historia de la humanidad, lo único que dejaron fue desgracia, tristeza, muerte y destrucción.
Ojalá nos equivoquemos, lo reiteramos; ojalá el necesario sistema político aúne fuerzas e impidan todo desmán, asumiendo su cuota parte de responsabilidad en el apogeo de ese nuevo “líder”. Ojalá el nuevo Presidente no siga adelante con su pensamiento divisionista y apueste a lo correcto, pudiendo luchar contra una sombra negra que planea sobre el planeta, específicamente en su país, que él, reiteramos, creó, alentó o revivió. Se nos hace muy difícil borrar de la mente el inmoral ataque al Capitolio incitado por un irresponsable que como niño malcriado, no quería aceptar el resultado de las urnas que lo dieron perdedor, esas mismas que hoy, le devolvieron el poder, respaldado por esos mismos a los que él, tan suelto de cuerpo y sin el menor interés de unir, persiguió, amedrentó, y seguirá haciéndolo, muy probablemente.
Todo esto explica el por qué importa que Trump haya ganado.