Política nacional

Sapere aude

Daniel Manduré

Esa frase del latín que acuñó el poeta Horacio y que popularizara el filósofo Immanuel Kant puede llegar a tener  varias acepciones: “atrévete a saber”, “atrévete a usar la razón”, pero todas nos llevan por un mismo camino y al mismo fin: el valor de pensar y la importancia de hacerlo por uno mismo.

No dejarse atropellar por el hueco valor de frases sin contenido, por los falsos relatos, no dar por cierto las verdades de otros.

En tiempos donde algunos intentan, con conceptos de una frágil libertad, aparecer como los salvadores, pero que en un abrir y cerrar de ojos terminan coqueteando con el fascismo. Los que con un pensamiento anquilosado nos intentar vender a la lucha de clases como la solución, cuando al único lugar que nos lleva ese camino es al borde del abismo.

Atreverse a pensar, no calificar un producto enlatado como bueno o malo sin conocerlo, abrir el envase, ver su contenido, dudar, no confiar a ojos cerrados lo que otros dicen, tener el valor y el coraje de comprobarlo por nosotros mismos.

Lo decía Kant, “ten el valor a servirte de tu propia razón”, en una época donde los dogmas religiosos comenzaban a dejar paso al poder de la razón.

Las palabras de Kant eran un acto de rebeldía, una rebeldía bien encauzada, frente a la obediencia complaciente.

No dar por cierto todas las afirmaciones de tu maestro, ni por falsas las de tu adversario. Piensa por ti mismo.

Kant invitaba a pensar, a la duda, a la reflexión. Rechazaba los dogmas que someten al libre pensamiento.

Fue el de Kant uno se los pensamientos más influyentes de la ilustración. El decía que no enseñaba filosofía, sino el arte de pensar.

Kant afirmaba que quien se atreve a saber, a pensar, quien empieza, tiene la mitad del camino recorrido, no quedar boquiabierto viendo el río pasar con la absurda esperanza que en algún momento el río se detenga y deje de fluir.

Sapere aude fue el lema de varias instituciones académicas, renunciar a los dogmas impuestos, atreverse a razonar, en la duda y aún con ella.

Esa cualidad ha sido magistralmente representada por el padre de la escultura moderna, Auguste Rodin, en “El pensador”, esa obra a la entrada de un museo parisino, de un individuo sentado sobre una roca, que, con una mano sobre su barbilla, ejercía unos de sus derechos más poderosos, el de pensar.

Atrevámonos a pensar, a saber, a razonar. Seremos más libres.

La recompensa lo vale.

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