Política Internacional

Un insulto que nos honra

Fátima Barrutta

El título puede parecer contradictorio, pero no lo es.

Recibir un insulto nunca es agradable, pero el que profirió el representante de Nicaragua ante la OEA, Luis Alvarado, contra la democracia uruguaya, quedará para siempre como una excepción a dicha regla.

El señor tuvo la ignorancia o la malicia -nadie lo sabrá- de calificar al gobierno uruguayo como una dictadura, basado en un informe de nula credibilidad que ponía en duda la libertad de expresión en nuestro país, que en realidad es plena e irrestricta desde 1985.

Por suerte estaba allí nuestro representante ante el organismo, el querido correligionario y gran batllista Washington Abdala, para ponerlo en su lugar, con una réplica que quedará para el mejor recuerdo de nuestro orgullo republicano.

Nada menos que el esbirro de una dictadura como la de Daniel Ortega, que en estos días intenta perpetuarse mediante la persecución y cárcel sistemática a todos sus adversarios políticos, intenta enlodar la democracia uruguaya.

Pero el tiro le salió tan por la culata, que hasta la propia «Cainfo» (la organización que redactó aquel informe malintencionado contra nuestra libertad de expresión, basado en mentiras y tergiversaciones varias), salió al cruce de la declaración del nicaragüense, aclarando que nuestro país vive en democracia plena.

Tanta unanimidad genera esta injusticia que hasta el Frente Amplio, votó junto al oficialismo en el Senado, por unanimidad, contra el atropello de Ortega a las libertades públicas de su sufrida nación.

En momentos como este quedan de manifiesto como nunca los posicionamientos políticos. Vean que la condena a estos desbordes en Nicaragua, a nivel de la OEA, solo fue rechazada por ese mismo país, junto a Bolivia y San Vicente.

Pero México y Argentina, lejos de sumarse explícitamente al repudio frente a ese avance totalitario, lo que hicieron fue simplemente abstenerse.

¿Ese tipo de comportamiento es el que elogian quienes, en Uruguay, miran con simpatía al gobierno argentino por su supuesta filiación de izquierda?

En América Latina, la cancha está marcada con total claridad. De un lado estamos las democracias plenas, donde las diferencias se dirimen en el parlamento y los derechos civiles resplandecen, y del otro experimentos dictatoriales como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua, donde se persigue a los opositores y se reprimen las protestas populares con violencia inusitada. 

Haciendo equilibrio, entre tanto, países con gobiernos de izquierda radical como Bolivia, Argentina y México, se muestran incapaces de dar evidencia clara del apego democrático, jugando siempre en el pretil de apoyar al totalitarismo, haciendo gala de esa bochornosa vocación de colocar «lo político por encima de lo jurídico», como decía un ex presidente de triste memoria.

En momentos como este, es cuando las fuerzas vivas de nuestra sociedad y de los países del subcontinente, debemos hacer causa común en la defensa de valores inmanentes, como son los de la democracia y los derechos del ciudadano.

La retórica pueril de Daniel Ortega y Rosario Murillo, consistente en justificar sus desmanes porque sus adversario políticos son «agentes del imperio» y todas esas excusas banales, debe ser derrotada con la fuerza de una diplomacia enérgica que, como la que realiza el Turco Abdala en la OEA, defienda en forma ferviente e indeclinable la gran causa latinoamericana de la libertad.

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