La batalla de los egos
Daniel Manduré
Hace unos días participé de la presentación del libro de Luis Hierro López en el Teatro Politeama de Canelones sobre Joaquín Suárez, «El héroe silencioso», una linda jornada con la valiosa participación del escritor Aldo Mazzucchelli, del ex Presidente Julio Maria Sanguinetti y la participación virtual del propio escritor, que desde Perú reafirmaba la importancia de la reivindicación de tan decisivo protagonista en la vida de la república. Un hombre sencillo, que hacía de la honestidad una forma de vida. Un hombre modesto, enemigo de la ostentación, más bien callado y que dió todo sin esperar nada. Fue protagonista en su tiempo sin pretender ni querer serlo. Que le entregó a la vida pública toda su riqueza y murió en la más absoluta pobreza.
«Nada me importa el lugar que ocupo sino en cuanto pueda ser útil a mi país»…se le escuchaba decir y actuaba fiel a ello.
En los tiempos que corren ¡que valiosos serían muchos Joaquín Suárez! Esos héroes verdaderamente silenciosos, pero en la acción y en la virtud. Que hacían y daban sin la necesidad de mostrarlo.
En tiempos de tantos personalismos exagerados y sobre todo con un ego que desborda y que nubla la razón.
Esos personajes que no logran comprender que hay un mundo más allá de la punta de su propia naríz.
Que se potencian con la presencia de los avances tecnológicos. Con esas redes sociales que sacan a relucir lo bueno como lo malo, las acciones altruistas como las degradantes, que muestran el accionar del respetuoso como del intolerante, que puede comunicar o desinformar, divertir tanto como bajonear, mostrar acciones solidarias o egoístas y donde se transforman en moneda corriente los protagonistas con un ego terriblemente inflado.
Sin dudas las redes sociales potencian ese ego, esa costumbre permanente a lo autoreferencial.
Ahora, ¿eso es algo malo? No, en una dosis adecuada es positivo, proporciona confianza, brinda cierta seguridad, puede allanar caminos. Sin un ego bien instalado hasta se pueden en diferentes rubros y actividades perder oportunidades de crecimiento. El ego no es nocivo mientras lo sepamos administrar, lo domestiquemos, lo controlemos. Ahora, si el ego es el que domina, aquí comienza el problema. Un ego desbordado puede tornarse insoportable. Da la sensación, de acuerdo a su visión, que sin la presencia de ese ser, la tierra no gira, el sol no ilumina ni la luna nos regala su brillo. Decía Dean Acheson: «el gran corruptor del hombre es el ego, mirar a los espejos continuamente distrae la atención de los problemas»
Esos adoradores de si mismo que no resisten contar anécdotas que no sean las propias, que no alaban a nadie más que a su persona y en donde prevalece el permanente autobombo.
Yo, yo y yo siempre yo y nadie más que yo.
Proyectos que no prosperan, empresas que fracasan, relaciones humanas que se deterioran, lideres que se debilitan por no poder gestionar adecuadamente ese ego que los supera. Esa devoción por la propia imágen que los invade.
No saben escuchar más que a si mismos.
Ayudan al otro no por un gesto de solidaridad sino para mostrar que ayudan.
La Psicóloga Sara Konrath decía que el problema está cuando hay una valoración disparatada de uno mismo.
Una investigación de la Universidad de Michigan observó que las redes sociales han elevado notoriamente los niveles de narcisismo y sobrevaloración del yo. Pretender ser siempre el centro porque no admiten otra cosa debe ser verdaderamente agotador.
Ese ego inflado, del que parece sufrir el sindrome de Hubris. Este síndrome que recibe su nombre del teatro griego y que aludía a los actores que intentaban permanente robar escena, los famosos «figuretti» de los tiempos modernos.
El ego desbordante a veces aparece camuflado de falsa modestia, aparentando lo que no es. Hay quien dice que la falsa modestia es la peor de las soberbias.
Solo un ego bien administrado, de personas que empatizan con los demás, pueden conquistar corazones y voluntades, el exceso aburre, cansa, abruma y termina por resultar verdaderamente insoportable.
Nada más gratificante que el individuo talentoso y solidario que acciona desde la sencillez y el silencio.