Nuestro Legado Intelectual y Filosófico
Nicolás Martínez
Hablar de nuestro legado, es hablar de nosotros mismos, es hablar de nuestras costumbres, de nuestros arraigos más profundos, que permean cada día, en lo que refiere a nuestro propio pensamiento. Allá por 1871, el famosísimo antropólogo inglés Edward Burnett Tylor, nos decía que cultura era “…aquel todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres, y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridos por el hombre. La situación de la cultura en las diversas sociedades de la especie humana, en la medida en que puede ser investigada según principios generales, es un objeto apto para el estudio de las leyes del pensamiento y la acción del hombre.” ¿De qué hablamos entonces, cuando hablamos de cultura? Podríamos responder de modo breve y a muy grandes rasgos, que la cultura es todo lo que crea el hombre, todo lo que somos, forma parte de ella.
¿Cuáles son entonces, esos rasgos que nos caracterizan a nosotros los uruguayos? ¿Cuál es ese conocimiento que nos es propio? ¿Hay acaso un pensamiento identitario común a todos? ¿Nos consta la existencia de un sistema filosófico propio o de una filosofía uruguaya? Estas son algunas de las preguntas que deberíamos hacernos una vez generada la conciencia de abstracción y de estudio hacia las distintas formas de pensamiento existentes. Al inicio hablaba de cultura, y resulta difícil evitar el mencionar que somos parte de una cultura eurocentrista, que tiene como centro o como faro, el desarrollo filosófico e intelectual europeo. Dicho esto, le propongo al querido lector el siguiente ejercicio: Piense usted a cuantos pensadores, filósofos o intelectuales latinoamericanos primero, y uruguayos segundo, estudió durante su trayectoria por la educación formal ¿Cuántos? Creo que no es necesaria respuesta alguna.
Un gran debe que tenemos como sociedad, es el del poco cariño y apego hacia lo nuestro, hacia lo que forma parte de nuestra historia y son, en definitiva, los cimientos de nuestros pensamientos. Vivimos inmersos en una cultura que bebe muchísimo de una tradición puramente occidental, donde olvidamos quienes somos y de dónde venimos. Tal actitud “uruguayesca” no es por ausencia de autores nacionales con importantes niveles de reflexión o por ausencia de obras filosóficas, porque las hay, y las hay de muy buena calidad y de reconocimiento internacional. Entonces, la pregunta podría ser ¿Por qué si tenemos grandes pensadores no los conocemos o conocemos poco de ellos? Las ausencias muchas veces pesan y mucho. ¿Pero son ausencias o son olvidos?
Quizás, alguno de los lectores pueda entender que esa ausencia en los planes educativos, en los debates públicos o en la discusión propiamente de las ideas, sea a causa de una necesidad de buscar respuestas en autores o pensadores más actuales. Ahora bien, ¿no tienen vigencia acaso nuestros pensadores?, ¿no tienen nada para decirnos?, ¿no tienen respuestas para las problemáticas del presente? Muchas veces se dice en la jerga arrabalera, que el ser humano sale a buscar fuera, lo que tiene dentro, en este caso, en su propia cultura, en su país.
Tratando de dar respuesta a una de las incógnitas, el legado de nuestros pensadores tiene mucho que decir para las problemáticas actuales que acontecen en nuestra sociedad. Solo por poner un ejemplo, en el ámbito educativo, que de un lado y del otro se escuchan discursos en defensa del estatus quo del sistema educativo, o de reestructuraciones curriculares y pedagógicas, citando a respetados intelectuales que nada tienen que ver con nuestra cultura. A propósito de esto, no se puede evadir la gran obra del filósofo Carlos Vaz Ferreira, quien desde sus escritos abordó las problemáticas vinculadas a la educación, el rol de la filosofía, la necesidad de un sistema educativo integral, el feminismo, los problemas sociales de nuestro país, entre muchos más. En este sentido, y en muchos más, Vaz Ferreira tiene mucho para decirnos.
En la misma línea de la educación, y con motivo de la celebración de los 150 años del nacimiento de José Enrique Rodó, este pensador que es elogiado en todo el mundo por el legado basto de su obra tiene mucho por decir acerca de la educación, acerca del sentido de educar. En su obra “Ariel” publicada en el 1900, hace un llamado a la juventud, a una juventud que debe construir sus cimientos desde un espíritu desinteresado y libre, a través de una educación que sea formadora de buenos ciudadanos, en el sentido de aquellos que se preocupen por la polis, por la unidad latinoamericana de la que siglos atrás, hablaba nuestro prócer Artigas. Opositor a resignar la educación a un fin meramente utilitario decía lo siguiente: «Cuando cierto falsísmo y vulgarizado concepto de la educación que la imagina subordinada exclusivamente al fin utilitario, se emplea en mutilar, por medio de ese utilitarismo y de una especialización prematura, la integridad natural de los espíritus, y anhela proscribir de la enseñanza todo elemento desinteresado e ideal, prepara para el porvenir espíritus estrechos, que, incapaces de considerar más que el único aspecto de la realidad con que estén inmediatamente en contacto, vivirán separados por helados desiertos de los espíritus que, dentro de la misma sociedad, se hayan adherido a otras manifestaciones de la vida». Por lo visto, Rodó aún tiene mucho por decirnos.
No puede olvidarse, al hablar de educación también, el aporte significativo que realiza Antonio Grompone, fundador del Instituto de Profesores Artigas (IPA), quien en sus tiempos intercambió miradas en este sentido con el filósofo Carlos Vaz Ferreira, un legado que, como otros, parece perderse en el olvido. Otro filósofo olvidado es Arturo Ardao, quien contribuyó muchísimo a trazar la investigación de la historia del pensamiento y de las ideas en nuestro país, el que según Carlos Real de Azúa fue clave en “ese proceso en que América redescubre su pensamiento, levanta su inventario, lo despliega en su desarrollo histórico, movida por urgencias que le imponen tanto la dialéctica de su propio interno crecimiento como las inflexiones socio-políticas que lo reclaman y a la vez condicionan”, quien además, declinó de que se lo incluyera en una compilación de filósofos contemporáneos allá por los años 80, alegando la existencia de pensadores más importantes que él.
Sepa el lector, que los anteriormente mencionados son solo algunos de los grandes valores que aportaron desde el pensamiento y desde la filosofía a nuestra cultura. Los hay también en la actualidad, los trabajos que realizan desde hace años, referidos a la divulgación y producción filosófica a través de los medios, filósofos de la talla de Miguel Pastorino, de Pablo Romero García, Horacio Bernardo y muchísimos más, la lista es abundante. Ni hablar si expandimos la mirada a la producción latinoamericana, que es vasta, extensa y muy interesante. Necesitamos una mirada reflexiva e introspectiva, volver a nuestras raíces ¿dónde están nuestras raíces? Seguro que la respuesta descansa entre las páginas de tan nobles pensadores, para tejer juntos mediante el pensamiento, las respuestas a las adversidades de cada día, porque la filosofía, en definitiva, no deja de ser una forma de vivir la vida, una batería de enseñanzas prácticas para el diario vivir, y para la abstracción de las grandes preguntas de la vida.