Innecesarias complicidades
Fátima Barrutta
Los uruguayos asistimos con inquietud a la agitación social que provoca en Argentina el proceso contra la vicepresidente Cristina Fernández.
La acusación del fiscal Diego Luciani fue de un rigor inobjetable, recibiendo como respuesta un extenso y airado mensaje de la imputada, que echó sombra sobre la transparencia del sistema de justicia, algo nada deseable en una democracia que se precie de tal.
Hemos visto en estos días a dirigentes políticos y ciudadanos comunes de uno y otro lado enfrentándose con inédita agresividad.
Tal vez el caso más extravagante haya sido el de una más que desafortunada declaración del presidente Alberto Fernández al canal TN, donde comparó la situación con la muerte del fiscal Alberto Nisman. Dijo que Nisman “se suicidó” (antes de acordar la fórmula con Cristina Fernández, él mismo había asegurado lo contrario) y masculló entre dientes algo así como que esperaba que a Diego Luciani no le pasara lo mismo.
Tiendo a creer que la frase del presidente fue un comentario espontáneo e impensado, sumamente inconveniente, y no lo que muchos opositores han visto en él: una amenaza velada con código mafioso.
Si así fuera, sería demasiado explícito, y lo cierto es que el disparate fue titular de todos los medios de comunicación y echó más leña al fuego en que se incendia Cristina Fernández, incluyendo un pedido de juicio político de varios legisladores de la oposición contra el presidente.
La situación en Argentina es de una tensión mayúscula y en esto, la agresividad siempre será mala consejera. Es comprensible porque, a las graves denuncias formuladas, se suma una situación económica y social absolutamente desmadrada, pero eso no significa que sea conveniente.
Nuestro rol como vecinos no consiste en ponernos la camiseta de uno de los bandos en pugna, sino esperar con paciencia a que el Poder Judicial independiente se pronuncie y el conflicto se tramite con respeto a todos los involucrados.
Visto de afuera, da la sensación de que los hermanos argentinos, que inventaron el concepto “grieta”, la han llevado al extremo de una batalla irreconciliable entre dos barrabravas futboleras.
Así no se construye una democracia: esta solo puede consolidarse si los sectores de opinión en pugna son capaces de procesar sus diferencias en forma pacífica. Lamentablemente, no es lo que está pasando hoy en el país vecino.
Por eso me preocupa enormemente que los uruguayos, que aún tenemos una cultura cívica de la que enorgullecernos, nos sumemos a la batalla del otro lado del charco en la búsqueda de imponer nuestras ideas y exterminar las del adversario.
No está bien que una senadora de nuestro oficialismo tire al boleo la desacreditación del presidente de Colombia, porque hay un libro que lo acusa de haber sido financiado por el narcotráfico.
Y tampoco está bien que siete legisladores de la oposición hayan firmado una declaración de una bancada del Parlamento del Mercosur, donde se ponen ciegamente del lado de Cristina Fernández y acusan al Poder Judicial argentino de actuar en beneficio de “poderosos” y contra un “gobierno popular”.
Son dichos sumamente graves.
Lo correcto sería mantener un silencio respetuoso y expectante, en lugar de vociferar consignas para la tribuna.
El mismo Frente Amplio una vez apoyó en bloque los desmanes del exvicepresidente Raúl Sendic, acusando a partidos políticos y medios de comunicación, poco menos que de haber conspirado para derribarlo. Finalmente Sendic debió renunciar y quedó demostrado que toda aquella alharaca no había sido certera.
Si somos dirigentes políticos, no estamos para ir a la guerra con un grisín, defendiendo causas indefendibles solo porque las padecen nuestros amigos.
Debemos dar ante la opinión pública un ejemplo de responsabilidad, que en este caso consiste en seguir las alternativas del juicio y opinar sobre ellas, pero sin endiosar acríticamente al propio ni estigmatizar al ajeno.
Al Frente Amplio ya le pasó con aquella decisión del Ministerio de Defensa Nacional de no dejar aterrizar en Uruguay a un avión iraní. Saltaron casi automáticamente a criticar al ministro García en las redes, pero recientemente, en la interpelación a Heber y Bustillo sobre el caso Marset, los mismos que habían vituperado a García lo elogiaron por aquella decisión.
No se puede jugar con el respeto de la gente ni cambiar de opiniones como de camisa.
La ciudadanía está atenta al nivel de coherencia de aquellos que la representamos.