Ley sobre paridad de gènero
La igualdad forzada no es igualdad
Daniel Manduré
A lo largo de la historia es extensa la lista de avances en nuestro país en cuanto a los derechos de la mujer, en esa lucha legítima por la igualdad de oportunidades.
La ley de divorcio por su propia voluntad, el sufragio, la Universidad para la mujer, que hoy lo podemos ver con una mirada anacrónica pero que fue una iniciativa revolucionaria en su momento. La ley sobre sus derechos civiles en 1946. La creación del Instituto Nacional de la mujer en 1987, el ingreso en la década el 90 de la mujer como aspirante a la oficialidad en las FF.AA., algo impensado un tiempo atrás en un ámbito reservado para el hombre. Son solo algunos de los logros alcanzados.
Mucho se ha hecho y mucho queda por hacer.
Aún existe esa desigualdad y en algunas áreas son notorias. Sería necesario implementar medidas que transformen esa realidad, en todos los ámbitos en que esa desigualdad se detecte y combatiendo todo indicio de discriminación que aún pueda persistir. Pero considero, que, en esa búsqueda de la igualdad, el camino a transitar para lograrlo como las formas, son importantes.
En el terreno laboral, si bien las brechas son menores, hay áreas donde esa desigualdad persiste. En ese sentido en el 2015 el entonces senador Bordaberry había presentado un proyecto sobre la igualdad salarial tanto en el ámbito público como privado entre hombre y mujer que todavía debe dormir en algún cajón del parlamento. Un proyecto de similares características presentó la diputada colorada Nibia Reisch en 2021 que esperamos prospere.
Es importante buscar los mecanismos que faciliten y que motiven la participación de la mujer en el escenario político, procurando la mayor representación en cargos de responsabilidad para quienes representan el 52% de la población.
Con una ley de cuotas que no ha brindado los resultados buscados, donde después de ella, apenas el 20% de la representación parlamentaria es femenina. Hoy está a estudio en una comisión del senado proyectos de ley vinculados a la “paridad de género”.
Aquí quisiera detenerme. De la misma manera que no compartí la ley de cuotas, no comparto hoy, una ley de paridad de género. Las cosas forzadas, a través de leyes que obligan no son buena cosa.
No es la forma, no es la manera. Incluso desde lo constitucional puede tener sus reparos. Con un art. 8 que nos recuerda el principio de igualdad donde “no hay otra diferencia que la de los talentos y las virtudes”.
Soy un convencido que no hay igualdad posible que nazca de la obligatoriedad, reglamentando la voluntad ciudadana.
La integración justa de muchas mujeres integrando listas o posteriormente en cargos de gobierno deben ser decisiones voluntarias y realizadas con convicción.
No una decisión en la que muchos se dejan arrastrar por esa correntada de lo políticamente correcto como pasó incluso con la ley de cuotas, donde muchos sectores que la votaron luego recurrieron a los vericuetos de la ley para trampear sus propias decisiones.
Prefiero la honestidad de oponerme que votar una ley que luego no respeto.
Hay un informe de la Udelar que menciona que de aprobarse una ley de paridad de todas formas no llegaría a asegurar que el grado de representación logre superar el 30%, estando lejos del propósito que busca una ley de paridad de género en todos los cargos. Sobre todo, por las particularidades de nuestro sistema electoral. En Montevideo y Canelones los departamentos que por población le corresponden más bancas esa representatividad puede ser mayor, pero en el resto del país con dos o tres bancas divididas entre varios lemas diferentes no tendría casi incidencia, salvo que la mujer encabece la lista.
Quiero muchas mujeres en el parlamento y en todo órgano de poder nacional y departamental. La mujer tiene sin dudas las capacidades, atributos intelectuales y mirada diferente que enriquecerìa la política.
Hoy vemos mujeres, de todos los partidos, destacándose y de gran gestión. Pero insisto, no a través de normas que obliguen. Creo que incluso terminan menospreciando a la propia mujer. No se puede ponerle una cuota a las capacidades. No se puede atender una desigualdad con otra desigualdad. No se puede luchar contra la discriminación con medidas preferenciales.
Un dirigente político que milita activamente, que decide sacar una lista, que utiliza sus dineros en una campaña, tiene derecho a confeccionar una lista con las personas que quiera, donde puede decidir conjuntamente con su grupo incluir muchas mujeres en las listas y muchos jóvenes, pero al que no podemos obligarlo a nada.
Lo ideal sería siempre, los más capaces sin importar su condición.
¿Qué viene después? ¿El cupo obligatorio por cuestiones étnicas? ¿Y luego por razones religiosas?
¿Qué impedimento tienen hoy las mujeres en registrar, sacar y encabezar sus propias listas? Hoy la mujer está en condiciones de hacerlo y seguramente muchos hombres acompañarían esas listas. Como varias ya lo hacen.
A realizar, si se quiere, un llamado público a la población y realizar intensas campañas publicitarias a que voten listas donde su representación sea mayor.
Después quedará en la exclusiva y soberana voluntad ciudadana de elegir libremente.
Siempre vamos a estar del lado de esa lucha por los derechos de la mujer, pero las formas importan. Para que sea una igualdad nacida naturalmente y no un parto por fórceps.
Por eso lo del título, la igualdad forzada no es igualdad, porque no hay igualdad que nazca de la obligatoriedad. Es como hacerse trampas al solitario.