Política nacional

Al gimnasio con Andrés

Guzmán A. Ifrán

La profundidad en el debate político es fundamental para el funcionamiento saludable de toda democracia. Un debate bien fundamentado, que trascienda las superficialidades y las meras confrontaciones partidistas, permite que se analicen de manera racional los problemas que enfrenta la ciudadanía, así como las diversas alternativas para su solución. Este es un elemento clave para garantizar que el discurrir democrático no se convierta en un mero teatro en el que prevalezcan los intereses personales o de grupo sobre el bien común. Un debate profundo implica un análisis crítico y reflexivo sobre las realidades sociales, económicas y políticas que afectan a la población. Permite que se planteen preguntas relevantes, se consideren diversos puntos de vista y se exploren soluciones innovadoras. Cuando los actores políticos se comprometen a entender verdaderamente las complejidades de los problemas que enfrentan sus ciudadanos, se incrementan entonces las posibilidades de encontrar respuestas efectivas y duraderas. Asimismo, elevar el nivel de la agenda pública exige un marco de respeto y tolerancia entre las partes.

En tanto en un entorno en el que se fomenta el intercambio de ideas sin ataques personales ni descalificaciones, los participantes están más dispuestos a escuchar y considerar las perspectivas del otro. Esta apertura es esencial para llegar a una síntesis que recoja lo mejor de las propuestas de cada intervención. A través de este tipo de diálogo constructivo, se pueden construir acuerdos que aborden efectivamente los flagelos sociales que, en última instancia, limitan el desarrollo nacional. El respeto y la tolerancia no son solo principios éticos; son herramientas prácticas para enriquecer el debate. Fomentan un ambiente en el que la diversidad de opiniones no se ve como una amenaza, sino como una fortaleza. A partir de este marco, es posible arribar a soluciones que integren diferentes enfoques, llevando a políticas públicas más inclusivas y representativas de las múltiples realidades que componen la sociedad. Por tanto la calidad del debate político es esencial para abordar de manera asertiva los desafíos que enfrentan la ciudadanía en particular y la sociedad en general. Pues al centrar el análisis en problemas concretos y fomentar un ambiente de respeto y tolerancia, se abre el camino para encontrar respuestas conjuntas que contribuyan a un desarrollo nacional sostenible y consensuado. Este enfoque no solo enriquece el discurso político, sino que también fortalece la democracia y la cohesión social, lo que a su vez nos beneficia a todos.

Sin perjuicio de lo anterior, es indudable que el reconocimiento es un elemento crucial para cualquier aspirante a la presidencia. La idea de que alguien pueda ser votado sin que el electorado lo conozca es, en la práctica, implausible. En la política contemporánea, donde la competencia es feroz y las posibilidades de interacción son múltiples gracias a los medios de comunicación y las plataformas digitales, la visibilidad se convierte por tanto en un requisito absoluto. En tal sentido, los mecanismos utilizados para captar la atención del electorado pueden ir desde campañas publicitarias llamativas por medios tradicionales, el uso debidamente segmentado de redes sociales para crear una imagen carismática o provocativa según el público objetivo a conquistar, o una combinación de ambas. Muchas veces las tácticas anteriormente mencionadas pueden parecer superficiales o descontextualizadas en relación con los desafíos reales que enfrenta una sociedad, como pueden ser la inseguridad, la falta de empleo, la calidad de la educación o la injusticia social en algunas de sus tantas formas. Y es aquí donde surge la potencial crítica: ¿Hasta qué punto estas estrategias son efectivas, responsables o incluso éticas, si no están acompañadas de propuestas concretas y un plan claro para abordar los dilemas y problemas que realmente importan?

En clave de lo anterior, por tanto, bajo mi punto de vista las campañas exitosas suelen integrar ambas dimensiones del quehacer político: la creación de una imagen pública que resuene en el electorado, junto con contenido sustancial que hable de soluciones reales y viables a los problemas de la gente. Es así, que cuando una campaña logra equilibrar la necesidad de ser vista con una plataforma programática -de mínima- respetable, no hay entonces nada que achacarle, como ha ocurrido injusta y perniciosamente en los últimos días con la de nuestro candidato a Presidente, Andrés Ojeda. En lo personal, opino que no hay nada que reprochar a quienes buscando atraer la atención también trabajan en propuestas serias y concretas para ofrecerle a la ciudadanía. Y en ese sentido ni a nuestro Partido ni a su circunstancial primer abanderado le duelen prendas, en tanto y en cuanto hemos presentado a la opinión pública un muy buen programa de gobierno que dice explícitamente qué proponemos hacer de llegar al poder. También creo que el programa tiene debes muy importantes que no debieron pasarse por alto. Algunos que realmente rompen los ojos. Por mencionar uno, de algo tan trascendente como la descentralización política prácticamente no se habla, y lo que dice es absolutamente ornamental. Pero no ocurre así con todos los temas, y considero que en términos generales es una plataforma programática seria y confeccionada por técnicos de primerísimo nivel en sus respectivos campos.

Considero que el reto más grande para la candidatura presidencial colorada se encuentra, hoy por hoy, en que la atención captada no se convierta en un fin en sí mismo, sino que sirva como plataforma para discutir y promover políticas públicas superadoras que respondan a las inquietudes de la población, ofrezcan soluciones responsables e impulsen el desarrollo nacional en todas sus dimensiones. Y pienso que en ese sentido vamos bien. También creo firmemente que al Partido Colorado le falta su impronta batllista característica y una clara identificación con nuestras sensibilidades mayoritarias históricas, que son las únicas capaces de captar votos extra-coalición y asegurar una victoria en el ballotage. De modo que en este escenario estamos jugando a ganar el partido a costas del campeonato. Pero eso no es responsabilidad ni de Andrés -que bastante bien está haciendo las cosas- y su “pragmatismo” (según él mismo se autodefinió ideológicamente), ni de pedro y su serio y muy profesionalmente abordado liberalismo conservador, una derecha prolija y respetable al mejor estilo PP español que alegremente bastante votos estaría repatriando al coloradismo. Eso es responsabilidad de los propios batllistas, que mucho tenemos para reformular de cara al futuro si queremos volver a ser una opción atractiva para el pueblo uruguayo.  

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