Amor a la bandera, de eso se trata!!!
Guzm´0n A. Ifrán
La construcción y desarrollo de un partido político sólido, tanto en términos institucionales como territoriales, cuya gravitación en la cosa pública trascienda largamente a sus principales referentes circunstanciales, resulta excluyente para el éxito de toda carrera electoral que tenga como objetivo entusiasmar a las grandes mayorías populares, en orden de ganar las elecciones y a la postre plasmar desde la acción de gobierno su visión de país. Tan es así, que de la efectividad o inefectividad de esta construcción, depende nada menos que la base electoral misma de toda colectividad política.
Ese mínimo de votos que responde exclusivamente a la bandera que flamea con absoluta independencia del abanderado que eventualmente la sostenga, por toda la carga inmaterial que la misma representa, simboliza y encarna. Por todo lo construido filosófica, política y socialmente a su alrededor, que en gran medida la inmuniza frente los desvíos, desventuras o inconsistencias de sus coyunturales máximos voceros. De modo tal que si las cualidades personales de los candidatos determinan el máximo -o techo- de su votación, los partidos políticos a través de los cuales estos se postulan configuran indudablemente su mínimo, o piso. A extremo tal que pésimos candidatos -y posteriormente gestores- se han hecho con cargos de enorme relevancia pese a su evidente incompetencia individual, por el solo hecho de haber sido promovidos por partidos políticos de enorme base electoral, como lo es en nuestro país el Frente Amplio. Con pésimas consecuencias para nuestra salud institucional y erario público, lógicamente.
Un partido político fuerte es entonces la base indispensable para alcanzar una magnitud electoral significativa que permita no solo ganar elecciones presidenciales, sino también liderar coaliciones de gobierno con otros partidos. En el Uruguay durante mucho tiempo nuestro Partido Colorado lo supo ser a impulso de su corriente histórica más influyente: el Batllismo. Es así como tanto a nivel de su organización interna como de su capilaridad territorial, el Partido Colorado ha desempeñado un rol crucial en la historia política de nuestro país, siendo durante décadas el motor de su desarrollo institucional y promoviendo una visión liberal y modernizadora de la sociedad. Para ello, su estructura organizativa a nivel de todo el territorio uruguayo ha sido uno de los factores claves para una longevidad de ya casi dos siglos, y la permanente presencia en la agenda pública del quehacer nacional. Ello estriba en que un partido bien organizado territorialmente es capaz de articular las demandas locales con un proyecto de gobierno que efectivamente las refleje, estableciendo una relación cercana con los ciudadanos y asegurando la representación de sus intereses. Por eso es tan importante trabajar en nuestro fortalecimiento institucional, hoy absolutamente relegado y alicaído pese a valerosas excepciones puntuales.
De modo que la clave para revitalizar al Partido Colorado pasa por fortalecer sus estructuras locales y regionales, permitiendo una mayor articulación de las bases con los liderazgos nacionales. Solo a través de una organización sólida y territorialmente distribuida será posible retomar la conexión con sectores importantes del electorado y posicionarnos nuevamente como una opción viable para encabezar el gobierno. Y para ello la predominancia interna del batllismo como la corriente ideológica mayoritaria del coloradismo resulta la variable capital. Por ser la única capaz de conectar con las sensibilidades más representativas del común de nuestra gente, más allá de otros temas también muy relevantes como la inseguridad, hoy correctamente abordados por la ya mayoritaria derecha partidaria. El Batllismo constituye entonces la única trinchera colorada con la potencialidad de representar a la gran masa de electores y, consecuentemente, también la única capaz de devolvernos nuestra antigua gloria y grandeza. Abogando como desde nuestros albores por la ampliación de los derechos sociales y civiles de los ciudadanos. Interviniendo desde el Estado la economía para evitar abusos de los privados pero sin cometerlos contra ellos. Continuando nuestra obsesión histórica en lo atinente a la persecución de la excelencia de la educación pública. Ampliando los derechos laborales y promoviendo las políticas de bienestar social que nos convirtieran en faro y referencia ineludible del progresismo latinoamericano.
Retomando, en un escenario político fragmentado y competitivo, la clave para ganar las elecciones presidenciales radica entonces en la capacidad de un partido -y no sólo de su candidato- de generar esperanza y confianza en sectores amplios de la sociedad. Para eso debemos trabajar ardorosamente en la revitalización del Batllismo, en orden de presentarlo no como parte de una historia de gloria, sino como el camino a un futuro de esperanza. Como una corriente moderna y adaptada a las necesidades del siglo XXI.
El Frente Amplio trabaja fuerte y consistentemente en su institucionalidad como colectividad política. En la promoción de su sentido de pertenencia. En su valor de marca como organización más allá de sus candidatos circunstanciales. Tal y como lo hacen también y con enorme efectividad los blancos. Unos con el Día del Comité de Base y otros con la Marcha anual a Masoller, entre tantos otros ritos, conmemoraciones y actividades que consolidan año a año la construcción acumulativa de una liturgia mucho más grande que sí mismos. Lo que además de ser algo por sí valorable, les ha reportado enorme éxito electoral. En cambio el coloradismo ha optado en los últimos casi 20 años por la estrategia exactamente opuesta.
Quizá nada habría para reprocharnos si estuviésemos encabezando el gobierno. O si la gente al menos lo visualizara como una opción realista y plausible. Pero no. La negación de la bandera, la renuncia a nuestros colores, la inexistencia de rituales y la exacerbación de los individualismos en detrimento de lo colectivo nos han reducido a la mínima expresión histórica en que nos encontramos en la actualidad. Porque para el Partido Colorado considerar una votación del 17% como alta es una afrenta a nuestra historia, pero más aún, a lo que representamos. O quizá, justamente por haberlo dejado de representar, es que tan poco nos parece tanto.
Guzmán A. Ifrán.-