Tu cielo Raúl
Diego Martínez
Si puede haber algo de alivio para el duelo de nuestro Campamento, él está en imaginar a Raúl Hernández conversando, ya por estas horas, con el general Fructuoso Rivera, deleitado con la sabiduría y buen decir del recién llegado.
¡Cuánto merece cada uno de ambos una circunstancia así!
Raúl por su compromiso con el conocimiento de la historia, su seriedad y rigor académico en el abordaje de cada tema, por su militancia republicana, democrática y colorada. Don Frutos porque siempre cultivó el trato con personas cultas, inteligentes, lúcidas. Lo hizo entre otros con Julián de Gregorio Espinosa, con Pascual Costa, con José Artigas, con Sebastián Barreto Pereira Pintos, con Antonio Manuel da Cámara, con Lucas Obes, con Gregorio Lecocq. Hermosa imagen llega a través de un tiempo de justicia, que suma a nuestro admirado lancero Raúl Hernández en tantos coloquios de rancho y fogón, o de salón, con el glorioso Fructuoso Rivera.
Tal vez don Frutos, corriendo como está este setiembre, le esté recordando su insistencia en las cartas a Lavalleja de aquel setiembre de 1825, sobre “dar un golpe de mano”, lo que finalmente llevó a ganar la batalla del Rincón y a apoderarse de ocho mil caballos fundamentales para la revolución. Setiembre es un mes de don Frutos. Y ahora también de Raúl.
Muchos años después de Rincón, Bernardina, su amante esposa, recordó a Fructuoso el éxito en aquella batalla. Lo hizo en setiembre. Muchos años en adelante, lanceras y lanceros recordarán cada setiembre la partida del compañero Raúl Hernández. Será justicia.
En “Diálogo de muertos”, Jorge Luis Borges nos cuenta que en el purgatorio se encuentra el caudillo federal Facundo Quiroga con el dictador porteño Juan Manuel de Rosas, este último recién llegado “del sur” muerto en una granja de Inglaterra. Quiroga recrimina a Rosas -quien ordenó asesinarlo años atrás- su cobardía y no haber sabido morir con dignidad. Rosas trata de justificarse, aunque en ningún momento desmiente que Facundo Quiroga murió honorablemente entre sables y lanzas, mientras él lo hizo criando aves entre comodidades de una granja inglesa. En determinado momento, el diálogo se corta pues “Alguien” los llamó.
Movamos la mirada hacia el cielo. Ahí están dos seres que no pertenecen ya a este mundo y tampoco al de Rosas. Pero nos convocan por siempre. Don Frutos está tan pobre como salió de la tierra, a la que llegó rico, muy rico y toda su riqueza la dio para que naciera esta república en que vivimos libres. Don Frutos, gracias a esa pobreza, habita la grandeza, la dimensión de los mayores, la condición que más atemoriza a la muerte. Raúl está con él. Se hablan, se escuchan. Nosotros, apenas humanos, no podremos saber nada de esos diálogos.
Cuando Ana Cecilia Dailliez murió a principios de enero de 1912 en Madrid, provocó “el más formidable dolor” en la vida del poeta Amado Nervo, quien intentó comunicarse por todos los medios con ese mundo al que ella viajó. Su desesperación le trasladó al anhelo del diálogo entre vivos y muertos. Buscó, leyó, estudió y advirtió al final que no era posible una conexión. Sólo los muertos hablan con los muertos. Sólo hoy Raúl Hernández habla con Fructuoso Rivera. Benditos sean.
Caronte era, en la mitología griega, quien venía a buscar a los muertos para llevarlos en su barca hasta el otro lado del Aqueronte, el río del dolor, del Hades, o el Érebo -morada de los difuntos- desde donde nadie volvía. Logró hacerlo Orión. Y Hércules, lo que deparó a Caronte un tiempo de prisión. La hermosa Psique fue y logró volver con parte de la belleza de Perséfone en una caja negra.
También don Frutos volvió. Vino a buscar a Raúl. Alguien le permitió venir a buscarlo por un motivo misterioso, pero importante. Regresaron. Y habitan dimensiones superiores por siempre.
Tu cielo Raúl es como alguna vez lo imaginaste. Siempre serás compañero dilecto de quienes, como tú, merecen lo superior.