Política Internacional

¿Exactamente cuándo se jodió Venezuela?

Jorge Nelson Chagas

– ¡No te inmoles! ¡No demitas! ¡No renuncies! – le dijo Fidel Castro a Chávez en abril del 2002 cuando su gobierno tambaleaba ante una asonada militar. No hubo ningún desembarco de un grupo armado – con apoyo expreso de EE.UU. –  en alguna playa venezolana para derribar al régimen.  Se trató de una asonada militar, bastante chapucera, que contó con la mirada cómplice de Washington. 

Antes había ocurrido un periodo de inestabilidad social y política donde las fuerzas opuestas al gobierno lograron cohesionarse tras el éxito del conocido inicialmente como paro cívico, convocado para el 10 de diciembre de 2001 en protesta contra la promulgación de las 49 leyes que impuso Chávez.  Ocurrieron entonces enfrentamientos armados entre la Policía Metropolitana, el Ejército y grupos civiles, que produjeron diecinueve muertos y cientos de heridos, entre opositores y partidarios del gobierno.

En la madrugada del 13 de abril, Chávez fue trasladado del Fuerte Tiuna a la base naval de Turiamo, donde escribió una nota que indicaba que no había renunciado “al poder legítimo que el pueblo me dio”. Pero el general Raúl Isaías Baduel se opuso al gobierno provisorio de Pedro Carmona y empezó a buscar activamente el modo de restaurar a Chávez en el poder. El 14 de abril de 2002 Chávez fue liberado de la prisión militar en la Isla La Orchila y fue repuesto como presidente de Venezuela.

La actitud del gobierno de  EE.UU. fue ambigua. Chávez no era precisamente un aliado – negocios, aparte – y su caída no le causaba ninguna tristeza. Aunque luego firmó un comunicado conjunto con España  donde deploraron los actos de violencia, se solidarizaron con el pueblo venezolano y expresaron su deseo que  “la excepcional situación que experimenta Venezuela conduzca en el plazo más breve a la normalización democrática plena”  No era precisamente un apoyo a la legitimidad de Chávez, aunque tampoco a los golpistas.

Como sea,  Chávez tomó debida nota de esta actitud de EE.UU. y se preocupó de reforzar los lazos con Cuba ya que el régimen castrista poseía la clave para asegurar su permanencia en el poder. Dicho en otras palabras: no se trataba solamente de lograr el control social, sino de montar una estructura que abarcara a las fuerzas armadas, la policía, los servicios de inteligencia y el aparato burocrático del Estado capaz de conjurar cualquier intentona de derribar al régimen aunque contara con ayuda externa. No importaría si la población tuviese sufriendo penalidades, lo realmente valioso era la retención del poder contra viento y marea.

Sin embargo… a diferencia de Cuba la oposición política nunca fue neutralizada totalmente. Chávez no llegó a imponer un sistema de tipo totalitario. Es más: cuando perdió el plebiscito para reformar la  Constitución, el 2 de diciembre del 2007, aceptó el resultado. Puteando, pero lo aceptó. 

Esto es una demostración que, aunque parezca asombroso, el régimen chavista que heredó Nicolás Maduro es una autocracia fallida porque la oposición, que es numerosa, todavía tiene capacidad de actuar pese al acoso permanente del gobierno.

Digamos a favor de Chávez que su popularidad fue real y no trampeó los resultados electorales. Maduro no tiene el carisma de Chávez y para colmo de males debe gobernar en un contexto  económico y político internacional muchísimo menos favorable.

Para finalizar haré un pronóstico pesimista: aunque Maduro caiga y asuman los legítimos ganadores de los comicios, Venezuela sigue teniendo un problema de fondo que es el petróleo, “el estiércol del diablo”, como le han llamado. Esto le impide generar una cultura de sacrificio, esfuerzo y ahorro. Aunque se logre un nuevo pacto democrático si no se encara de una vez esta cuestión nada se resolverá definitivamente.

Y la democracia no se asentará.

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