El peso de la derrota.
Ricardo Acosta
La derrota de la fórmula Delgado-Ripoll en las recientes elecciones marcó un duro revés para la Coalición Republicana, pero más preocupante aún son las disputas internas que emergieron con fuerza tras los resultados. Mientras el Frente Amplio celebra su victoria, la coalición, ahora opositora, parece sumida en una autocrítica que, en lugar de construir, está destruyendo sus bases de unidad. Este escenario genera dudas profundas sobre la capacidad del bloque para articular una oposición sólida y renovada.
En el Partido Nacional, la decisión de Álvaro Delgado de llevar a Valeria Ripoll como candidata a la vicepresidencia ha sido objeto de críticas internas desde el principio. Tras la derrota, las voces cuestionando esta elección han crecido, señalando que no fue una decisión consensuada ni estratégica. Para algunos sectores, Ripoll carecía de la experiencia política necesaria para un rol de esa magnitud, mientras que otros consideran que la fórmula no logró conectar con las bases populares, dejando un vacío que el Frente Amplio capitalizó con eficacia. Estas críticas no solo reflejan un desacuerdo con la elección de Delgado, sino que también muestran una fractura más profunda en el liderazgo del partido.
Por otro lado, el Partido Colorado enfrenta sus propias luchas internas. La discusión por quién debe asumir como secretario general del partido se ha intensificado, convirtiéndose en un símbolo de las divisiones que afectan al partido. Desde una perspectiva batllista, Andres Ojeda aparece como una figura capaz de liderar una renovación, pero su nombre enfrenta resistencias de quienes priorizan intereses sectoriales antes que el fortalecimiento del partido. Estas disputas, lejos de proyectar una imagen de unidad, reflejan una desconexión alarmante con los votantes que esperaban un liderazgo claro y comprometido tras la derrota.
El problema mayor radica en el doble discurso que envían los líderes de la coalición. Mientras insisten en que el bloque sigue unido, las peleas internas entre los blancos y los colorados contradicen esa narrativa y dañan aún más la confianza de los ciudadanos. Estas luchas no solo son un obstáculo para la construcción de un proyecto opositor coherente, sino que también desmotivan a los militantes y simpatizantes que buscan una coalición fuerte para contrarrestar el avance del Frente Amplio.
Las crisis internas en los partidos tradicionales siempre han tenido un alto costo electoral y político. En este contexto, la Coalición Republicana no puede permitirse repetir errores del pasado. Las elecciones dejaron un mensaje claro: los votantes esperan una oposición constructiva, no una coalición dividida por disputas internas y agendas personales.
El futuro de la Coalición Republicana dependerá de su capacidad para superar estas tensiones y reenfocar sus esfuerzos en los valores que dieron origen a este proyecto. Tanto el Partido Nacional como el Partido Colorado deben priorizar liderazgos que inspiren confianza y unidad. En lugar de buscar culpables, es momento de reconstruir sobre la base de propuestas claras y un liderazgo renovado que logre conectar con las demandas ciudadanas.
La derrota debe servir como un punto de inflexión, no como un pretexto para perpetuar las divisiones. La ciudadanía espera mucho más que discursos vacíos de unidad; espera acciones concretas que demuestren que la coalición puede ser una alternativa seria y responsable frente al Frente Amplio. Solo así podrá recuperar la confianza perdida y consolidarse como un bloque relevante en el panorama político nacional.