De los “perfumes del Pepe”
y los periodistas militantes
César García Acosta
Mientras el tiempo pasa los aromas también cambian. Lo mismo sucede con los perfumes: el Old Spayce de hace 40 años no se lo percibo como el Burberry o el Polo de 2024. La realidad es que esos aromas de ayer no son los mismos que hoy; y no se trata de una cuestión de fragancias sino de recuerdos y de lo que a cada uno significan en sus vidas. Aunque los percibamos diferentes esas imágenes y esos aromas, definitivamente mutaron y evolucionaron. Un artista uruguayo hace algunos años recreó una fenomenal ´performance´ artística llamada “los perfumes del Pepe”. Se trataba de una obra que conjugaba el pasado como cultivador de flores de José Mujica, con su presente en la chacra de Rincón del Cerro, dejando en el medio estancado del tiempo, casi en el silencio aunque no en el olvido, sus años de guerrillero antes de junio de 1973. Esa preferencia por los gustos y los perfumes, que aún siguen latentes en el mundillo del ex presidente, son un tema que ciertamente importa y mucho, porque como experiencia bien pueden vincularse a las postulaciones políticas, las aspiraciones personales, y a los apoyos o rechazos que como dueño de una ideología confrontativa, constituye un modo de vida. Estas experiencias no son muy distintas de las narradas por Mario Benedetti en el libro “el país de la cola de paja”, cuando aludía a las pérdidas y la impronta del Uruguay de mediados de 1960.
Es por eso que los uruguayos ya estamos cansados de escuchar la misma cantata como si fuera un “leit motiv” recitada por el viejo Frente Amplio, aunque hoy las cosas se encaminen hacia otra cosa. Las elecciones municipales de mediados de 2025 ocurrirán a partir de un oficialismo fuerte asentado hace 34 años en el poder de la Intendencia de Montevideo. Nadie como la izquierda para promover subliminalmente precandidaturas que bien puedne esconder “heladeras”. Insinuarlo, sin proponerlo, es la nueva estrategia política de laboratorio que en primera instancia buscó conocer la aceptación ciudadana de cada posible postulante, casi de incógnito.
Primero fue la actual senadora electa Blanca Rodríguez quien trató de impactar en el imaginario social con su interés indirecto por la jefatura del Palacio de Ladrillo. Su deslucimiento la hizo declinar a poco tiempo de su postulación mediática, argumentando su nueva vocación popular por la defensa de los “sin nombre”. José Mujica que asumió ser el creador de la esterilización política pretendida con Blanca, por esas horas deschavó la trama oculta de su estrategia diciendo que su objetivo había sido buscar a alguien descontaminado. El Pepe manejó para lograrlo dos agendas: una blanca que buscaba el fin de la desconfianza inspirada por Carolina Cosse -a la barra del MPP-, y una agenda negra que se levantaba como una alternativa necesaria si Carolina Cosse se mantenía en su negativa a secundar a Yamandú Orsi.
Y este escenario además de válido para el Pepe, también lo fue para Blanca, cuya porpuesta puso fin a su inseguridad laboral por las estratagemas del grupo Magnolio, que a unos días de ser electa senadora desmanteló la radio comunicando la reprogramación de EL ESPECTADOR para después de cien años de noticias, la posicionó en una difusora sólo dedicada a la crítica del “fóbal”. De haberse quedado en su función de periodista habría perdido su empleo hábilmente sustituído por la política.
Mientras esto acontecía, el senador Mario Bergara, un devenido candidato al Palacio Municipal, que se había proyectado para ese cargo durante años, -aún entre bambalinas, liberó el camino hacia la competencia después de haber sido desalojado del gabinete del gobierno nacional- abriendo la puerta a las expectativas de otros de sus nuevos compañeros. De este modo entró en escena la también periodista María Inés Obaldía -creadora, en el inefable canal 10 de programas populares como Caleidoscopio o Vivíla otra vez-. Recién cuando quedó por fuera de sus obligaciones profesionales, la “preguntona” del 10 que se había transformado en la gestora política en el Departamento de Cultura del gobierno de Montevideo, también vio caer su postulación, la que sirvió al menos para anunciar que su especialidad como parlamentaria -porque es diputada electa- pasaría inexcusablemente por el fomento de la actividad cultural y el rol de sus hacedores, los artistas. Otro postulante caído fue Christian di Candia a quien le dieron el premio consuelo de la subsecretaría de Vivienda, después que había mostrado interés por el cargo haciendo gala de que “hasta una heladera” ganaría las elecciones en Montevideo con la bandera del Frente Amplio.
Otro frentista resignado que entró en la escena municipalista fue Richard Read. El veterano sindicalista de la bebida, de alta credibilidad y dialoguista por excelencia, en vez de defender al gobierno de la Intendencia para destacarse, lo acusó de tener la ciudad sucia. Por verdaderos sus dichos le otorgan una aceptación del 100% de la ciudadanía, habiendo logrado apenas con una verdad, hasta sacar de su zona de confort al Intendente Mauricio Zunino, quien hasta ahora sólo se defendió aludiendo que los intereses de Richar Read sólo podían catalogarse como políticos.
Todavía hay tiempo para algún oficialista más en una ciudad que lejos de estar captada totalmente por el Frente Amplio, tres de sus ocho municipios tienen alcaldes de otros partidos políticos.
En este tiempo donde personajes del periodismo fueron captados por el Frente Amplio para regimentar a los formadores de opinión con fines claramente políticos, corresponde volver al pasado y adoptar algunos de los pensamientos que en 1960 actores claramente de izquierda sostenían criticando lo contrario a lo que hoy defienden: decía Mario Benedetti en el “país de la cola de paja”, que “la cultura siempre ha quedado muy bien en los finales de los discursos. Muchas veces los oradores políticos se refieren a ella como si fuera su violín de Ingres, aunque en realidad no sea otra cosa que su flauta de Hamelin”.