Historia

A 90 años de Brum

Leonardo Guzmán

El 31 de marzo de 1933 Gabriel Terra disolvió el Consejo Nacional de Administración y el Parlamento. Y en el Cuartel de Bomberos instauró su dictadura. Desde esa jornada, El País, El Día y El Plata dejaban espacios vacíos para marcar que la censura había tachado textos y así luchar por la libertad. Baltasar Brum se inmoló.

Había sido Ministro del Interior y de Relaciones Exteriores. Había sido uno de los ocho redactores de la Constitución de 1918.

Con 35 años se consagró Presidente de la República: el 1º de marzo de 1919 asumió en el Paraninfo de la Universidad y el último día de su cuadrienio -28 de febrero de 1923- inauguró la estatua de Artigas en la Plaza Independencia. Desde 1929, y por el plazo de 6 años, era Consejero Nacional de Administración.

Cuando frisaba en los 50 años, se enfrentó con la quiebra de los valores y las instituciones que había idealizado desde su cuna artiguense y su liceo salteño.

En la mañana de hace hoy precisamente 90 años, rechazó en armas el intento de arrestarlo. Deliberó todo el día, con madre, esposa y amigos presentes. Manejó alternativas: entregarse a la dictadura, irse al exilio, resistir matando o resistir muriendo. Al atardecer, decidió por esta última, encarnando el mandato de los Treinta y Tres: Libertad o Muerte. Brum simbolizaba al Batllismo de generación nueva, que se enamoró de la filosofía krausista, nítida en sus principios, liberal en el alma, fraternal en el propósito. Pero su inmolación trasciende al Partido Colorado y a todos los lemas, porque no fue un acto de militancia sino una resolución de entrega a la identidad republicana.

El suicidio de Brum mostró a un estoico, que colocó sobre sus hombros el destino de su pueblo y lo asumió como propio. La capacidad de darse sin condiciones a ideales, a sentimientos generosos o a principios nobles pertenece a una región de nuestro palpitar que hoy se nombra y se enseña poco. Se llama espíritu: insufló a los grandes en las proezas históricas y en la intimidad de las luchas personalísimas.

De aquel Batllismo de Brum al de hoy, bajo los puentes ha corrido agua y sobre los puentes ha corrido vida.El Partido Colorado ha dejado de usar su apellido secular: Batllismo. Eso a muchos nos duele por la doctrina que se deja ir. Pero mucho más fuerte que ese dolor es la comprobación de que hoy hay hambre de concordia y profundidad, de modo que, tras las luchas, volvamos a tener batallas de ideas para que seamos un pueblo inspirado por el ideal de justicia y no encharcado en guerras de clases.

Cinco años antes del golpe terrista, González Conzi y Giudici habían definido: “el Batllismo considera que el pensamiento humano crea, modifica y extingue los hechos sociales”. Noventa años después de la transfiguración de Brum, la necesidad de rescatar el espíritu y la función de pensar es de orden público.

En diáspora o en refugios de entrecasa, somos muchos los que -desde todos los partidos- sentimos que el ideal de constituirnos en personas libres dentro de una sociedad ordenada y justa no está arrumbado en un callejón de sueños muertos. Por fanatismo, mañana habrá clásico sin hinchada contraria. Por caída de la temática pública, en vez de idearios hoy se ventean procacidades.

¡Si deberemos rescatar lo que Brum nos enseñó! ¡No murió en vano!

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