Política Internacional

Afganistán y el fanatismo religioso

Daniel Manduré

Los talibanes vuelven a controlar Afganistán después de 20 años.

Mientras se van apoderando de las principales regiones del país, su Presidente huye al extranjero, Trump responsabiliza a  Biden, y Biden hace lo propio con Trump.

En el medio de este caos y desconcierto está el pueblo afgano, presa del miedo, el terror y sometido a la ignorancia del más feroz fanatismo religioso. Una multitud que desesperada intenta huir como puede.

Las imágenes que llegan desde esa región son aterradoras.

Si bien los nuevos líderes talibanes hablan de amnistía general y de una nueva apertura hacia la mujer, inmediatamente dejan claro que todo se hará mediante la aplicación de la ley islámica.

La verdad que todo es muy poco creíble.

¿Qué dice la famosa ley islámica, con esa antojadiza y retorcida interpretación que hacen los talibanes?

Dice que la mujer no puede trabajar. Que tiene vetada la educación. Que no puede salir sola de su casa, debe ser acompañada de su esposo, padre o hermano.

Debe usar siempre el burka, tapando todo su cuerpo.

Que puede recibir palizas y latigazos por no cumplir las reglas.

La mujer no puede usar cosméticos, hablar en radio ni tv.

No puede usar tacones, porque el hombre no puede escuchar los pasos de una mujer.

No puede hablar en público, dar la mano ni reírse.

No puede  andar sola en taxi, usar bicicleta o moto. No puede, no puede, no puede…

Esa volverá seguramente a ser en poco tiempo la cruda realidad de la mujer en Afganistán.

Hemos visto estas últimas horas a Trump culpando a Biden, y a Biden culpando a Trump, cuando tal vez son perlas de un mismo collar.

En 2020 en la ciudad de Doha, Trump llevó adelante y firmó una especie de acuerdo con los talibanes. Más que un acuerdo o pacto fue una rendición, un certificado de defunción que contribuyó en enterrar las pocas esperanzas de paz que tenía el pueblo afgano.

Trump concedió todo a cambio de casi nada.

Que no solo fortaleció las ambiciones de los talibanes sino que fue un mensaje hasta alentador para todo grupo fanático de la región que quiera seguir sus pasos.

Se comprometió a retirar tropas en un plazo de 14 meses, a levantar sanciones que pesaban sobre líderes talibanes y a liberar a 5000 presos.

También aceptó el pedido talibán de que el gobierno afgano no participe de las negociaciones.

A cambio intentó asegurarse de que tierras afganas no serían utilizadas para planear ataques contra territorio estadounidense, a dejar libre a 1000 funcionarios del gobierno afgano y a iniciar negociaciones de paz.

Todo «atado con alambre».

Ni una sola palabra que garantice los derechos humanos del pueblo afgano.

Al otro día del famoso pacto la guerra y ataques talibanes continuaron.

Biden aceleró el proceso iniciado por Trump.

Ese es el panorama actual.

Nuestro gobierno al igual que algunos sectores políticos y sociales se pronunciaron manifestando su preocupación, otros guardan un silencio cómplice.

Desde un país de libertad y laico como el nuestro miramos con tristeza lo que ocurre en tierras afganas.

De lo que es capaz el fanatismo religioso, culpable de buena parte de las atrocidades que ha sufrido y sufre la humanidad.

Afganistán duele, ojalá alcance en algún momento la tan ansiada paz.

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