Ay con las cumbres…
Julio María Sanguinetti
Fue Mateo de López Bravo, alcalde de Casa y Corte, a mediados del siglo XVII español, un formidable jurista y pensador que, entre tantas cosas sabias, dijo que “de todo excluido se hace un enemigo”. Nada más oportuno que recordarlo cuando en la víspera de una Cumbre de las Américas nos encontramos envueltos en un revuelo gigantesco a raíz de que los anfitriones norteamericanos resolvieron no invitar a Cuba, Nicaragua y Venezuela. Es obvia la razón para excluirlas, pero no luce conducente cuando ella ambienta una revuelta que encabeza el presidente de México, Andrés López Obrador, diciendo que van todos o no va nadie.
Escribiendo esta nota este jueves, solo 10 días antes de una reunión de presidentes, con todo lo que ello significa de coordinar agendas y logísticas, ya está claro que –cualquiera sea la lista final de asistentes– estamos en un gran entrevero, que nuestra América Latina es un muestrario de democracias derrumbadas o degradadas y que, infortunadamente, Estados Unidos carece del liderazgo que otrora ostentó. Ese liderazgo exhibió su mayor esplendor con Roosevelt-Truman durante la Segunda Guerra Mundial, severos eclipses con su intervención en invasiones y golpes de Estado y algunos chispazos estelares con John F. Kennedy, cuando lanzó su Alianza para el Progreso, o Ronald Reagan, que –aunque no siempre se le reconozca– fue el vencedor de la Guerra Fría, cuando arrastró a la Unión Soviética a competir en un terreno de carrera científico-industrial que la llevó poco menos que a la quiebra.
Todo liderazgo se basa en la confianza. Y este es un bien inmaterial. Como en todos los órdenes de la vida, se construye lentamente, con hechos, con gestos, pero se puede destruir rápidamente.
Hemos escrito más de una vez en estas páginas que en ocasiones hay una gran potencia, como Estados Unidos, que no ejerce un liderazgo acorde con esa fuerza, pues carece de la influencia suficiente entre sus eventuales aliados y que, a la inversa, una potencia económica menor, como Rusia, con una economía inferior a Italia y Brasil, puede tener un liderazgo que la ubica como potencia, sin realmente serlo. Pese a que hasta su mediocre fuerza militar solo está capacitada para hacer daño a sus vecinos, igualmente le ha servido para fungir la apariencia de una potencia mundial, al tener al mundo entero en vilo con su agresivo nacionalismo de vieja estirpe zarista.
Miremos lo nuestro desde lo más sencillo: Estados Unidos excluye a Venezuela de la Cumbre de las Américas por razones democráticas más que respetables. Pero, al mismo tiempo, le abre ostensiblemente un canal de relacionamiento oficial ante la crisis del petróleo. Aquellos son los principios, estos los intereses… Así, ¿cómo se genera confianza? De nuestro lado: México es el gran socio de Estados Unidos, pero se calla ante los atropellos nicaragüenses y venezolanos y ahora encabeza la “rebelión en la granja” contra la invitación del presidente Biden.
Estas cumbres nacieron en 1994 con la idea de poner en marcha una gran zona de libre comercio (ALCA), que ya al año siguiente capotó con la tormenta de Chávez. ¿Es entonces absolutamente inútil su presencia? No necesariamente si le damos el contenido y los márgenes de acción adecuados. No es la OEA, un organismo internacional basado en un tratado y configurado como institución permanente, con objetivos tan claros como que no tiene sentido que lo integren quienes no los comparten. Allí la relación entre Estados Unidos y Canadá con los del sur se define sobre compromisos jurídicos incuestionables. Estas otras cumbres son algo mucho menos institucional, instancias de diálogo político cuyo contenido dependerá de cada momento y circunstancia. Podrían entonces abrirse discusiones acotadas a temas específicos, como medio ambiente, inmigraciones o patentes, por ejemplo, para hacerlas menos ambiciosas pero más eficaces, o bien, más ampliamente, como instancias de debate, cuyo propósito debe definirse claramente: ¿la democracia?, ¿la presencia de China?, ¿la seguridad energética y alimentaria?
En cualquier caso, todo este proceso ya ha desnudado todas sus debilidades pese a los esfuerzos de Chris Dodd, un viejo latinoamericanista, prestigioso y querido, perteneciente a una familia a la que su padre, en su tiempo, les hizo aprender español a todos sus hijos alegando que con nadie convivirían más adentro y afuera de fronteras que con los latinos.
Volviendo al principio de las cosas es si tiene sentido excluir y hacer enemigos, como dice el viejo arbitrista español. En algunos casos sí, y en otros no… porque en el océano de la política todo es posible, salvo no saber a qué puerto vamos y qué ruta seguiremos, como nos reclama Lucio Anneo Séneca, aquel enorme romano nacido en la Córdoba de Hispania. Ese es, en sustancia, el problema de la telaraña de organismos e instancias que nos relacionan con el mundo, las tres Américas, solo la América Latina, Iberoamérica, el Pacífico, el Mercosur… o lo que fuere.
Pocas veces se ha logrado un resultado acorde con las expectativas. Quizás el Banco Interamericano de Desarrollo pueda observarse como el mayor de los éxitos. Nació por una iniciativa de Juscelino Kubistchek, el gran presidente brasileño de los años cincuenta, y ha sido el financista mayor de los proyectos de desarrollo latinoamericanos. Hubo vaivenes, pero su capital ha crecido, sus socios internacionales y la lista de sus países miembros también, todo porque el objetivo siempre estuvo claro.
De todo lo cual resulta que una Cumbre de las Américas tiene sentido, y mucho, si la ubicamos en un terreno más claro de la discusión. Para ello ha faltado un diálogo bilateral más activo, unos Estados Unidos más cercanos a los gobiernos, para generar el necesario ambiente.
Al final de cuentas, aunque la flexibilidad es condición esencial de la política, ella tiene límites. El de saber lo que se quiere y con quién se quiere andar. La confusión, la imprecisión, la contradicción, la confusión de principios e intereses solo generan frustraciones. Y desconfianza, cuando precisamos de ella más que nunca para que el ciudadano no se aleje más de nuestras democracias y el mundo, además de ancho, no se nos haga más ajeno.