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Basta de violencia simbólica

Fátima Barrutta

Hoy escribiré no solamente como batllista y republicana.

Hoy, más que nunca, escribiré desde mi condición de mujer.

El episodio de la actuación final de la murga Asaltantes con patente, en que un integrante de la agrupación se refirió a Laura Raffo con un insulto sexista, es indicativo del dudoso avance que ha tenido la causa feminista en nuestro país, a pesar de nuestros inmensos esfuerzos en procura de la igualdad de género.

Y confieso que la disculpa que el carnavalero publicó después en las redes podrá haber significado una reparación para Raffo, que dio por concluido el episodio, pero no me satisface.

Porque decir lo que dijo alguien que además de murguista es libretista e incluso productor de programas de televisión, no puede justificarse como un error por “improvisación” o debido al “cansancio” por estar actuando de madrugada.

Quien profiere ese insulto lo hace porque lo tiene naturalizado.

Percibe como normal que a una mujer (no importa que sea dirigente política) se la califique de esa manera, con la misma lógica que usan un nombre falso o perfil genérico en las redes sociales para calificar a otros políticos de “mugrientos”, por ejemplo.

La diferencia está en que los que ocultan la identidad real  en Twitter tienen al menos la vergüenza de esconder sus nombres y rostros detrás de seudónimos.

En cambio este “artista” dijo su exabrupto a cara descubierto ante miles de espectadores.

Y a juzgar por el registro audiovisual del episodio, motivó con él una gran carcajada, tal vez multitudinaria.

¿Qué nos está pasando a los uruguayos?

¿Todavía no entendimos que el menoscabo a la mujer es el germen del femicidio?

¿Para qué aprobamos en 2017 la Ley 19.580, de Violencia hacia las Mujeres Basada en Género?

¿Sirvió de algo?

¿Cuesta tanto entender los delitos allí tipificados?

El murguista que insultó a Raffo podría perfectamente ser acusado de dos de ellos: violencia simbólica (“es la ejercida a través de mensajes, valores, símbolos, íconos, imágenes, signos e imposiciones sociales, económicas, políticas, culturales y de creencias religiosas que trasmiten, reproducen y consolidan relaciones de dominación, exclusión, desigualdad y discriminación , que contribuyen a naturalizar la subordinación de las mujeres”) y violencia mediática (“toda publicación o difusión de mensajes e imágenes a través de cualquier medio masivo de comunicación, que de manera directa o indirecta promueva la explotación de las mujeres o sus imágenes, injurie, difame, discrimine, deshonre, humille o atente contra la dignidad de las mujeres, legitime la desigualdad de trato o construya patrones socioculturales reproductores de la desigualdad o generadores de violencia contra las mujeres”).

¿Acaso estamos exagerando?

¿Resulta exagerado pretender que decirle “cxxxxxxx” a una mujer no es gracioso, sino una agresión netamente machista?

Ni siquiera se trata de un “micromachismo”, esas actitudes que pasan casi inadvertidas pero revelan sutilmente menosprecio de género.

Esto no es nada sutil, es un insulto puro y duro que procura degradar a una mujer por su condición de tal, y de verdad da repulsión que haya provocado hilaridad: habla muy mal del nivel cultural del público que asistió esa noche al Teatro de Verano.

Lamentablemente este no es un hecho aislado.

Es difícil, cuando ocurren estas cosas, olvidar algunas declaraciones profundamente sexistas del expresidente José Mujica.

Como cuando repartió volantes por la calle, supuestamente para combatir la violencia de género, diciéndole a los varones algo así como que “si ella te abandona, no la fajes, aprendé a perder”.

O cuando declaró por televisión que los blancos debían “cuidar a sus mujeres”.

O cuando se rio de Raffo, diciendo en un discurso que ella recorría los barrios con “taquitos cafisios”.

Estamos a escasas jornadas de un nuevo Día Internacional de la Mujer.

Es imperioso que las organizaciones feministas del país, en lugar de embanderarse con absurdos lemas anticapitalistas, expresen fuerte y claro su rechazo a este machismo sistémico que se cuela todos los días en la política, en los medios y en el carnaval.

Ya no solo hay que reclamar que no nos maten, que nos den oportunidades políticas y laborales parejas a las de los hombres, que no nos paguen menos por igual tarea.

Ahora hay que exigir que paren de insultarnos y menoscabarnos, porque en ese desprecio está el origen de todos aquellos males.

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