Conflicto en el IAVA: todo lo que está mal
Fátima Barrutta
Vamos a empezar por lo más importante. Esta nota no tiene como única finalidad criticar el comportamiento de los gurises agremiados que iniciaron el conflicto en el Instituto Alfredo Vásquez Acevedo (IAVA), ni la actitud del director del liceo, que perdió el control de la situación. Por supuesto que tampoco voy a justificarlos.
El tema es más complejo que ponerse de un lado o de otro de esta penosa situación que divide a republicanos de frenteamplistas, siempre azuzada por los insultos de ambos lados que se multiplican en las redes sociales.
Creo que lo que ha pasado en los últimos días es una suma de adversidades, donde la escalada de radicalismos solo podía conducir al precipicio.
Empezando por el gremio estudiantil, que mantenía su salón en un estado calamitoso, con las paredes pintarrajeadas de forma caótica, olvidando que el edificio público es patrimonio histórico no solo por su valor arquitectónico sino por el intangible de haber sido durante décadas un verdadero templo del saber.
En épocas en que la enseñanza secundaria no se había popularizado en todo el país, entrar al IAVA significaba recibir una educación de altísima calidad, la que formó durante buena parte del siglo XX a los principales intelectuales que ha dado el país en las más diversas disciplinas.
Luego vino la negativa de los gurises a cambiarse de salón, una vez que los servicios técnicos de ANEP propusieron instalar allí una rampa para el acceso de discapacitados.
El rechazo estuvo basado, según palabras del gremio, en que esa área, funcionando como pasillo de ingreso por una entrada accesoria, había servido en épocas de la dictadura para que las fuerzas represivas ingresaran a llevarse detenidos a estudiantes y docentes.
Si tanto les preocupaba el valor simbólico del doloroso pasado, podrian no haber vandalizado antes las paredes del salón, como irrespetuosamente lo hicieron.
A partir de allí, la medida de trancarlo con una cadena y un candado, y luego violentar el cerramiento con que lo sustituyeron las autoridades, agrega una nueva irregularidad, en la que el gremio se apropia de un bien que pertenece a todos los uruguayos.
Lo mismo puede decirse del director de la Institución, que se puso del lado de los gremialistas y no del de la inmensa mayoría de los estudiantes del IAVA, desacatando normas e incluso admitiendo que él mismo carecía de las llaves del famoso candado.
Hasta allí, la situación era cristalina y la rebeldía de los gurises se apartaba en forma creciente tanto de la legalidad como de la más estricta lógica de convivencia.
Pero la decisión de las autoridades de ANEP de sumariar al director con separación del cargo y penalización salarial, resultó a nuestro juicio excesiva y desafortunada.
No porque el funcionario no lo mereciera, sino por razones que tienen que ver con la más simple estrategia política: era obvio que ese castigo iba a dar justificación al recrudecimiento del conflicto.
Así lo vio el gremio estudiantil, al que se sumó el de los docentes y, cuándo no, los siempre oportunistas dirigentes del FA y el PIT-CNT, que aparecen al minuto cada vez que ven un espacio donde incendiar la pradera.
Si no se hubiera sancionado al director, el conflicto se habría extinguido solo.
Con aquella decisión, se ofreció servida en bandeja una excusa para profundizarlo.
Repito que no discuto que el director del IAVA mereciera la sanción.
Con el diario del lunes, sin embargo, queda clarísimo que la decisión fue desafortunada.
Los radicales que están todo el tiempo torpedeando la imprescindible reforma educativa (lo mismo que hicieron con los tímidos intentos de mejora de los gobiernos del FA), encontraron la justificación que necesitaban para seguir el barullo, a lo que se sumó luego la victimización por los insultos que estudiantes y docentes recibieron en las redes sociales.
Como decimos en el título, este conflicto es todo lo que está mal.
Nuevamente el radicalismo paralizante de quienes se niegan al cambio recibe atención pública; nuevamente el victimismo sustituye a la razón y nuevamente, los más perjudicados son los miles de estudiantes que pierden clases y con ello, postergan su preparación para un futuro cada día más competitivo en la sociedad del conocimiento.