Políticamente incorrectos
La antesala de la tormenta perfecta
César García Acosta
El conflicto que se generó a partir de una confusa convivencia en el liceo IAVA, se está transformando en la antesala de una tormenta perfecta.
El estado de ánimo de los actores en litigio –docentes, directores del liceo, jerarcas del CODICEN y hasta del Ministro de Educación y Cultura- no es el mejor, y viene siendo, por decir lo menos, en políticamente incorrecto.
A todo esto se suma la opinión de los políticos –oficialistas y opositores- quienes para ganar un momento de fama opinan –como lo hizo Carolina Cosse en una improvisada conferencia de prensa solidarizándose con un gremialista estudiantil-, o como dijo Yamandú Orsi, todo se trató de una acto desproporcionado, sancionándose al director del Liceo por no tener las llaves de un rincón del edificio del IAVA, que se había dado para que oficiara como sala de reuniones para el gremio de los estudiantes. Y convengamos que lo que pretende Secundaria no es más que aplicar el uso correcto de ese espacio edilicio, no como salón -sino como pasarela-, para que sirva de senda de paso accesible a estudiantes con discapacidades físicas.
La carencia de empatía ha llevado a que -unos y otros- en su afán por “llevar agua a sus propios molinos”, hayan perdido de vista la importancia de la institucionalidad en una sociedad organizada.
Para el ministro Pablo da Silveira, por ejemplo, haber cedido esa llave al gremio estudiantil, por parte del director del liceo, fue “privatizarlo”, mientras que para el director de los Medios Públicos, Gerardo Sotelo, en referencia al joven gremialista, dijo: “… sólo tiene 16 años. No importa lo que diga o haga (que después de todo, siendo en parte censurable, no parece tan grave) merece respeto, consideración y consejo, como cualquier persona adolecente”.
De ahí en más las redes hicieron lo suyo y los datos de este conflicto se transformaron en un relato que terminó en poder del fiscal Fernando Romano, que es el mismo que trabajó en los casos de los jugadores de Peñarol y Nacional que vocearon cánticos agresivos y que se viralizaron en las redes sociales. Ahora Romano citará a los twitteros que criticaron al joven. Es justo decir, no obstante, que su discurso memorizado aplica casi con insistencia una terminología propia de los que profesaban “obreros y estudiantes, juntos y adelante”.
La verdad que para quienes llegamos a presenciar las manifestaciones estudiantiles de fines de los años sesenta, sea en la calle Gonzalo Ramírez y Gaboto (donde está emplazada la UTU), o en la avenida 18 de julio y Eduardo Acevedo (en la Facultad de Derecho), los “dimes y diretes” de estos días no han sido más que una inofensiva muestra de lo que puede reivindicarse como un derecho: la exclusividad por un pasillo. Sólo esperemos que esta tormenta no reedite los “cócteles molotov”, ni la represión policial sesentista.
Pero dicho esto lo que importa es ir al fondo del asunto: a la esencia del reclamo, el que a todas luces parece ser muy poca cosa. Lo importante es poder visualizar el proceso institucional en que se enclavan estas acciones de protesta: su difusión o viralización en las redes.
Nada de lo dicho denota gravedad, y nada de lo resuelto se justifica ante la insignificancia del presunto derecho vulnerado. Sin embargo, en este contexto, por los actores en litigio y por la forma como se magnificó todo, se lo hace ver ante la opinión pública que estamos en la antesala de una tormenta perfecta, donde la irascibilidad ostenta un nivel que el hecho no merece.
No estamos en los años sesenta; el estudiantado no está comprometido en causas populares que puedan rozar el honor, la libertad o las afinidades políticas, pero dependiendo el “cristal con que se miren” los hechos, podría asumirse que el riesgo a la confrontación habilitaría a rememorar épocas pasadas, devolviendo al escenario de las calles a muchos extremistas de derechas y de izquierdas que siempre estarán prestos a brindar su apoyo a la sinrazón de causas como éstas.
Pero en lo personal lo que más bronca me da es ver a los políticos que voté cayendo en la insensatez de defender a la democracia, cuando la democracia no esta en tela de juicio, alegando la necesidad de aplicar el procedimiento administrativo a un director de liceo, que cedió poder ante su estudiantado, quizá para mantener su poder en una interna muy compleja, donde los docentes de los liceos están demasiado solos y a expensas de los reclamos y pretensiones de grupos de interés quedan a expensas de ingenuos demandantes que podrían transformar con una “vuelta de tuerca” en una cuestión de honor esta compleja situación.
En un artículo de MARCHA, Héctor Rodríguez, sindicalista que orientó la creación en 1969 de un movimiento político con características inéditas en Uruguay: los Grupos de Acción Unificadora (GAU), creados para promover la acción unitaria de la izquierda. Decía Héctor Rodríguez en aquél artículo: “El Consejo Nacional de Gobierno observó primero, y aprobó después, los presupuestos de sueldos y gastos de los entes autónomos industriales y comerciales del Estado. Entre una y otra actitud mediaron 72 horas de paro –simbólico en algunos servicios, pero de tremenda contundencia en otros, como los bancos oficiales y el Puerto de Montevideo- indicadores todos dichos paros de una limitada y clara unidad de propósitos. Se asegura que al final de la segunda parte de este episodio, casi último de las relaciones del gobierno blanco con los sindicatos, un ministro manifestó: `el poder político cedió ante el poder sindical´. Y bien: creemos que no es así; y nos interesa explicarlo, no para convencer al ministro, sino para evitar que su afirmación pueda promover formas nocivas de la fanfarronería sindical, que puede llegar a ser tan peligrosa como la desestimación de la capacidad de lucha del movimiento.”
Yendo a su argumentación, Héctor Rodríguez definía en aquél lejano 1967 que “… hay en nuestro país, el poder político del Estado y el poder Económico de las empresas públicas o privadas, pero no existe el poder sindical, aun cuando exista un fuerte movimiento sindical (poderoso si se quiere; dotado de poderío, pero no de poder).”
Y agregaba: “mientras las decisiones del Estado o de las empresas se cumplen más o menos coactivamente, como todas las decisiones que emanan de un poder, las resoluciones de los sindicatos sólo se cumplen voluntariamente; su poderío surge de una conciencia de voluntades alrededor de un objetivo. Sólo en sentido figurado se puede hablar de poder sindical (como se habla del cuarto poder al hablar de la prensa).”
Y concluye el articulista sosteniendo que “el episodio que motivó la afirmación atribuida al ministro Ferreira Aldunate no puso si quiera en tela de juicio la autoridad del poder político. Los sindicatos decretaron un paro de protesta porque consideraron violado un compromiso que habían contraído, con representantes del poder político…”
Estas enseñanzas dejan en evidencia que el poder político del siglo XXI ha magnificado este brote gremial estudiantil asimilándolo erróneamente al de otras épocas; eso es por lo menos poco inteligente, desproporcionado, y peligroso como “caldo de cultivo”, y por ser políticamente incorrecto en su esencia. Estas cosas pueden formar la tormenta perfecta que tanto necesita la izquierda política para alcanzar sus objetivos electorales. Cuidado con los estereotipos y más cuidado con los mártires.