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Cuando el debate no es la «historia» sino la libertad de acceso a la información

Los relatores de historias disfrazadas

César García Acosta

La izquierda intelectual defendió a ultranza los relatos construidos para convencer, por ejemplo, que todo lo acontecido hasta 1985 era consecuencia del terrorismo de Estado, cuando en realidad la estratificación de “golpe” como sinónimo de “dictadura” y “terrorismo”, sólo puede entenderse por la ausencia del Estado y jamás por su presencia. La importada “teoría de los dos demonios”, como esquema adoctrinador, se empecinó en la dualidad imaginaria tan fácilmente decodificable por las masas, de que siempre hay buenos y malos, sabiéndose de antemano quiénes son los capaces para elegir, aceptar, rechazar, liberar o censurar, sea a acciones como a personas. Esto fue un `combo´ perfecto para el fomento de una suma de estereotipos que calzaron muy bien en la antipolítica cultural latinoamericana. En este contexto de víctimas y victimarios Carlos Demasi –autoproclamado inmaculado historiador- por sentirse él sí un profesional objetivo, en señal de queja por ver excluida su obra de las recomendaciones de lectura que hizo la Anep a los docentes, la emprende con calificativos de desprecio hacia quienes por no ser de la izquierda intelectual, miran los hechos con una perspectiva diferente. Demasi, y hasta el propio Benjamín Nahum (referencia constante de la historia uruguaya), se presentan en sociedad como escenificadores de una historia que pretende contraponerse a miradas que sean las suyas, cuando por dignidad profesional deberían llamarse a silencio y reconocer que, un relato no es más que una versión de los hechos, al que la diversidad de contenidos le hace bien.

Parafraseando a George Orwell, en su novela `1984´, lo de Demasi encuadra en el concepto de que “… al hablar de una sociedad en la que se adultera la historia de acuerdo a la conveniencia del partido único gobernante”, como sucedió durante los 15 años de gobiernos frenteamplistas, inevitablemente “las tiranías intentan hacer imposible entender el mundo real y buscan sustituirlo con fantasmas y mentiras”. Ese tiempo de la izquierda privilegiada gobernando llegó a su final: por eso, el sonido d elos cambios hace mucho bien, porque siempre es mejor ante una sola idea, muchas ideas, al igual que –ante un libro- lo mejor es una biblioteca.

Siguiendo esta lógica la Anep elaboró más de 100 programas de estudio nuevos —incluyendo aquellos asociados a talleres optativos— los que ya vienen siendo considerados por los docentes rumbo a 2023.

En dos casos de cien, hubo modificaciones entre la propuesta original del equipo técnico que trabajó los programas, y lo que llegó a los profesores tras la revisión de los consejeros del Codicen: esos casos fueron los programas de Historia Contemporánea y de Educación para la Ciudadanía.

Este cambio caracterial ocurrió cuando se constataron visiones sesgadas de varios autores sugeridos para abordar temáticas tales como la dictadura cívico militar (1973-1985). Por un lado, dejó de recomendarse al historiador Carlos Demasidel programa de Historia (incluyendo sus libros de referencia sobre historia comparada en los años previos al golpe de Estado) ofreciendo en su lugar el libro La Agonía de una Democracia de Julio María Sanguinetti.

Jamás agregar una nueva visión habría sido una necesidad, si quienes debieron haberlo hecho no hubiesen censura las visiones de la historia. Alcanza con leer en la prensa al secretario general del sindicato de profesores, el profesor de Historia Emiliano Mandacen, quien criticó la incorporación de Sanguinetti con su obra a los círculos de la historia, por ir “contra la laicidad” porque según él “no incorpora miradas de historiadores, sino a un protagonista que hace política”. En esa línea, explicó a El Observador que “hay un intento de los sectores más conservadores de instalar como verdad válida la teoría de los dos demonios (en que se entiende que la dictadura es una consecuencia directa de la lucha contra el movimiento tupamaro) cuyo principal exponente es el expresidente Sanguinetti”.

Sin embargo, `La Agonía de la Democracia´ como libro, al decir de Sanguinetti, “fue escrito con intención de verdad». Afirmó que «más allá» de que «pueda reflejar» su «pensamiento democrático y liberal personal», se trata de un «relato lo más objetivo posible de los hechos». 

Y señaló que hay dos hechos “incuestionables”: los tupamaros “se levantaron en armas contra un gobierno democrático” y, a la vez, “el golpe de Estado ocurrió cuando los tupamaros ya estaban presos”. Pero, insistió, “en los últimos años se ha tergiversado y se ha querido instalar un relato excluyente de parte de los hechos objetivos (en referencia al rol de la guerrilla)”. 

Entre los autores que integran la bibliografía del programa de Historia Contemporánea hay algunos que, pese a los cambios de administraciones, se mantienen firmes: José Pedro Barrán y Benjamín Nahúm.

En diálogo en El Observador Nahum dijo que “es peligroso que entre Sanguinetti en una bibliografía de estudios liceales, porque la realidad histórica debería escapar a las miradas partidistas”. Para él “la narración histórica debería hacerse despojada lo más posible de los colores, porque, de lo contrario, se es deshonesto con los estudiantes”.

Sin embaro, para el período de estudio 1955-1985, que incluye la última dictadura que vivió el país, la Anep hizo cambios conceptuales y terminológicos por la forma en que se habían concebido los planes docentes: el programa remitido por la comisión incluía cuatro contenidos específicos. Uno de ellos era nombrado como “El fracaso del Modelo ISI [industrialización por sustitución de importaciones]: estancamiento y retroceso económico”, que fue renombrado como “Problemas y limitantes del Modelo ISI: evolución económica”. El segundo contenido modificado fue “El lugar de Uruguay en la Guerra Fría latinoamericana: el debilitamiento de la democracia y el avance del autoritarismo”, el cual fue cambiado por “Uruguay en el marco de la Guerra Fría y latinoamericana: amenazas a la democracia y debilitamiento de las instituciones republicanas, radicalización política, guerrilla y polarización social”. Otro de los cambios de forma fue la calificación de “La dictadura cívico-militar y el avasallamiento de los DDHH”, por el que pasó a llamarse “La dictadura cívico-militar y el avasallamiento de las instituciones y los derechos civiles y políticos.”

Como se ve este no es un debate por los libros sino por el relato.

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