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Cuando el silencio mata.

Detrás de cada sonrisa puede haber una batalla que no vemos, y la salud mental no puede seguir esperando en la lista de prioridades de un país.

Que me disculpen los lectores, pero hoy escribo con el corazón más que con la cabeza. La noticia de la muerte de Matilde Itzcovich me golpeó fuerte. No solo por su edad, apenas 16 años, sino porque era una joven deportista, con sueños, metas y un futuro enorme por delante. Y ahí, inevitablemente, me tocó una fibra personal: los que somos padres de hijos que hacen deporte sabemos que junto con las alegrías vienen presiones, exigencias y un mundo que muchas veces no vemos o no entendemos del todo.

Matilde Itzcovich era una joven llena de sueños. Una promesa brillante del karting uruguayo que, con apenas 16 años, había alcanzado logros que pocos imaginaban. La primera uruguaya en competir en un Mundial, con una carrera que recién comenzaba a brillar en los circuitos internacionales. Como padre, cuando uno ve a un hijo con ese talento y esa pasión, no puede evitar sentir orgullo, esperanza y ganas de apoyarlo en cada paso.

Pero la realidad es mucho más compleja y dolorosa de lo que parece desde afuera. Detrás de esa sonrisa, detrás de ese esfuerzo incansable, a veces se esconden tormentas internas que no alcanzamos a ver. La presión, las expectativas y las exigencias que enfrentan los jóvenes deportistas son enormes. Entre entrenamientos, competencias, viajes y estudios, se les exige un nivel que muchas veces supera su capacidad de sobrellevarlo sin ayuda.

La historia de Matilde es la de muchos adolescentes que luchan con una batalla invisible: la salud mental. No es fácil hablar de ello, menos aún en un país donde aún pesa el estigma y la falta de recursos para acompañar a quienes sufren en silencio. La pérdida de una vida tan joven nos sacude y nos interpela como sociedad, pero también como padres.

Nos invita a preguntarnos si estamos haciendo lo suficiente para cuidar a nuestros hijos, no solo en su desarrollo físico y académico, sino en su bienestar emocional. Si en medio del entusiasmo por sus talentos y logros no estamos olvidando mirar más allá, escuchar con atención sus miedos, sus dudas y su dolor.

Es fundamental que el deporte, la escuela y la familia sean espacios que cuiden y prioricen la salud mental, que seamos capaces de detectar señales de alerta y brindar contención sin juzgar. Porque detrás de cada sonrisa hay una historia que a veces no se cuenta, y cada joven merece sentirse acompañado y valorado más allá de sus resultados.

Cuando un caso así se convierte en noticia, el país se conmueve. Pero ¿cuántas historias similares pasan sin que nos enteremos? ¿Cuántos adolescentes están librando batallas internas en silencio, sin cámaras, sin titulares, sin que el Estado o la sociedad lo sepan? Este no es un tema de un día ni de una tragedia puntual. Es un tema de Estado, que debería estar en la agenda todos los días, gobierne quien gobierne.

En Uruguay, las cifras de suicidio son alarmantes desde hace años, y aunque existen campañas y esfuerzos aislados, seguimos sin tener una política integral, sostenida y seria para cuidar la salud mental, especialmente de los más jóvenes. Y cuando hablo de cuidarla, no me refiero solo a poner un número de teléfono o hacer un afiche. Hablo de presencia real en las escuelas, en los clubes, en los centros deportivos, en los barrios. Hablo de psicólogos, asistentes sociales y capacitaciones para que entrenadores, docentes y dirigentes puedan detectar señales de alerta.

La muerte de Matilde no puede quedar como una noticia triste más. Su nombre, su historia, deberían servirnos para exigir que la salud mental se trate con la misma prioridad que la economía, la seguridad o la educación. Porque de nada sirve formar campeones si no estamos formando personas que se sientan acompañadas, escuchadas y contenidas.

A la familia de Matilde, de parte de todo el Semanario, nuestro respeto más profundo.

Y a nosotros, como sociedad, la obligación de no mirar para otro lado. Si de algo sirve este dolor, que sea para abrir los ojos y entender que la salud mental no es un lujo ni un tema secundario: es un derecho, y es urgente.

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