Política nacional

¿Cuánto vale la Gioconda?

Ricardo J. Lombardo

Los economistas clásicos coincidieron en que el valor de los bienes se correspondía con el trabajo que tuvieran incorporado.

Aunque después el mercado, con el juego de la oferta y la demanda, fijaría un precio que podría diferir o no de su valor.

Este fue el nudo de la discusión de muchos de los teóricos de fines del siglo XVIII y principios del XIX, en que incluso Marx hizo una de las contribuciones más significativas.

Pero el tema se complicó cuando se plantearon cómo valorar la creatividad, la inspiración y la innovación. Ahí las interpretaciones fueron divergentes y no concluyentes.

Quizás la respuesta pueda encontrarse finalmente en los tiempos que corren, donde estas condiciones pasaron a ser más necesarias, más demandadas y por lo tanto más premiadas.

El capitalismo en las últimas décadas pareció contribuir a darle un fuerte impulso a su valoración, y quizás ahí esté el secreto de la supervivencia y salud de este sistema como eje de las relaciones económicas.

Bill Gates, al crear la computadora personal y el sistema Windows, consiguió innovaciones que lo convirtieron en el hombre más rico del planeta.

Después Steve Jobs revolucionó la forma de comunicarnos inventando diferentes dispositivos y su empresa Apple pasó a ser la más valiosa del mundo.

Luego vinieron Amazon, Facebook y Tesla, y sus propietarios se disputan el lugar de los más opulentos de toda la Tierra.

Pero la valoración de la innovación, la creatividad y la imaginación, no se ha limitado a las nuevas tecnologías.

Los mejores futbolistas son tan bien pagados, que figuran en los primeros lugares de las listas de Forbes. Su habilidad con el balón y su inteligencia deportiva, se ha convertido en un arte que es muy bien pagado porque los aficionados se desviven en admirarlos.

Bien distinto a lo que ocurría más de medio siglo atrás, en que los más grandes jugadores murieron pobres, a pesar de haber conquistado los principales torneos y asombrado a multitudes.

Lo mismo ocurre con los artistas. Los shows de los grandes cantantes y los derechos de autor de sus composiciones les reportan cifras siderales. Los cachés de los actores en todo el mundo son extraordinariamente elevados y los convierten en supermillonarios si, en algún momento, logran conquistar la sensibilidad de las audiencias.

Uno los contrasta con la vida de algunos de los más grandes artistas del pasado que necesitaban mecenas o, incluso, murieron sin poder vender en vida ninguna de sus obras como le ocurrió a Van Gogh.

Hace pocos días, un cuadro suyo que nunca había sido exhibido antes “Escenas callejeras de Montmartre” , se subastó en París por 13,1 millones de euros.

Se trata de una cifra sorprendente pero que igualmente está muy por debajo del ‘Portrait du docteur Gachet’, del mismo Van Gogh, que se vendió por 82,4 millones de dólares en 1990.

Uno se pregunta ¿cuánto se pagaría por La Gioconda que con su sonrisa embruja a millones de visitantes cada año, si alguna vez al Museo del Louvre se le ocurriera venderla? O la Pietá de Miguel Angel, que emociona hasta a los no creyentes, si El Vaticano decidiera subastarla en estos tiempos en que sus finanzas flaquean.

Parece que en esta era en que las tecnologías y la inteligencia artificial están transformando la mayoría de las ocupaciones en sencillos algoritmos que pueden ser ejecutados por los humanos o por simples dispositivos electrónicos, la innovación y la creatividad se han convertido en el gran negocio.

La pasión, la sensibilidad, la emoción, hoy convocan grandes multitudes que son capaces de pagar cifras impensadas por esos estímulos a la sensualidad, ayudados por la imparable cercanía que producen las telecomunicaciones.

Y eso ha conseguido que, además de los grandes gurús de las nuevas tecnologías, los deportistas, los cantantes, los actores, los artistas en general, que se hayan capacitado y tomen conciencia de su potencialidad de influir en las grandes masas, se conviertan en ídolos no solo utilizables como modelos publicitarios, sino en referentes sociales, grandes empresarios y hasta en muy respetados influyentes en las actividades de los gobiernos.

Los rebeldes franceses que en mayo 1968 quisieron cambiar su sociedad, tenían como lema “La imaginación al poder”.

Parece que hoy, por fin, le ha llegado el momento, en estos tiempos en que la sensualidad ha subrogado a la razón

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