De miembras, integrantas y rehenas
Daniel MANDURÉ
Desde la política española Irene Montero, con sus miembros y “miembras”, pasando por integrantes e “integrantas” de Carolina Cosse, llegando a los rehenes y “rehenas” de la novel diputada María Inés Obaldía, en una de sus primeras intervenciones parlamentarias, todo parece pretender llevarnos al borde mismo de la ridiculez.
Con la frase “soy anti inclusivo, radical en defensa propia”, el escritor español Arturo Pérez Reverte intentaba sintetizar su pensamiento en torno a ese grito fanático e ideologizado de quienes quieren llevarse por delante al lenguaje.
El filósofo Fernando Savater frente a un grupo de estudiantes explicaba que la inclusión o exclusión es una cuestión de hechos sociales y no del lenguaje, es casi ridículo, continuaba diciendo, creer que modificando el lenguaje a los empujones vamos a poder modificar la realidad. El cerebro musical de Les Luthiers, recientemente fallecido, grupo caracterizado por ese humor inteligente, con un uso refinado y cuidadoso de las palabras decía: “el lenguaje inclusivo es una torpeza ideológica”. Para el músico Andrés Calamaro es “patético y ridículo”.
Algunos parecen querer llevarnos a la era de la mediocridad, desafiando incluso a la sensatez y el sentido común.
Los cambios, que en ese sentido se produzcan, se deben dar en forma natural, tomando lo que usual y mayoritariamente la propia sociedad va imponiendo. Pero nunca producto de decretos, normas coercitivas sacadas por fórceps e intentando favorecer a la exigencia de minorías radicales.
Desde hace miles de años, incluso a través de registros fósiles, la historia nos muestra la evolución del lenguaje.
Son múltiples los motivos que inciden en su evolución y que responden a factores socioculturales, políticos, históricos y hasta geográficos, con modismos y usos concretos de acuerdo incluso a regiones dentro de un mismo país.
El lenguaje no es algo estático, se va modificando, pero buscando siempre formas eficaces, practicas, claras y de buen gusto. Brindándonos cada vez más información, sin desdoblamientos innecesarios, sino en forma económica.
Algunos señalaban como ejemplo el nacimiento de la pronunciación de la <z> en el español de Castilla debido a que los cortesanos imitaban el <ceceo> de su joven rey. Lo imitaban tanto y en forma tan reiterada y generalizada que termina por imponerse. Así, en forma natural, sin decretazos. Las sociedades van cambiando y el lenguaje sin dudas debe ir acompasando esos cambios y adaptándose a ellos.
Crece en el mundo, y està muy bien que así sea, la lucha de las mujeres por justas reivindicaciones, por estar en pie de igualdad, por sus derechos y contra la discriminación.
Puedo decir con orgullo como integrante de una colectividad como la batllista, que varias de las primeras medidas en ese sentido son sin dudas de cuño batllista. La ley 10783 de 1946 y los derechos civiles de la mujer, la inserción de la mujer al sistema educativo superior, la ley de divorcio por su propia voluntad, son solo algunas de esas medidas. También fueron votadas en ese sentido, hace algunos años, leyes que contribuyeron en contemplar una realidad inocultable, como las leyes referidas a la interrupción voluntaria del embarazo y el matrimonio igualitario.
Aún queda mucho por hacer cuando todavía hay en el mundo mujeres victimas del más cruel sometimiento y maltrato, muchas veces en nombre de los más irracionales fundamentalismos.
Como también queda mucho por hacer en otros sectores de la sociedad, como la infancia o el adulto mayor, sectores indefensos y en un plano de una total desigualdad.
Pero nada de eso pasa por el lenguaje, por distorsionarlo al punto de destrozarlo.
Todo comienza cuando en nombre de esa lucha por la igualdad se da un giro no deseado, de la mano de absolutas minorías se nos pretenden llevar casi que de las narices hacia lugares donde no queremos ni vamos a ir nunca. Esas posturas radicales, extremistas, fanáticas que al final terminan como un búmeran atentando contra las causas que dicen defender.
“De pesado”, obligando y presionando pretender imponer un lenguaje inclusivo que más que igualar, divide y que, en nombre de supuestas ideas de avanzada, retroceden.
La lucha por la inclusión, por la igualdad, pierde fuerza, los mensajes se confunden, hasta llegar a la propia idiotez.
La palabra “prohibir” me rechina, ojalá gane la sensatez y nunca se deba seguir ese camino.
La búsqueda de la igualdad nada tiene que ver con el lenguaje y su buen uso.
A veces parecen querer imponer la policía del lenguaje, algo verdaderamente apocalíptico, casi que, salido de algunas de las páginas del libro del George Orwell, <1984> donde la imposición pasa a ser ley.
Aceptar la diversidad, respaldar sus reivindicaciones, trabajar por un mundo más justo no pasa por aniquilar el lenguaje.
La profesora de literatura María Inés Obaldía más que nadie lo debería saber.