Editorial

Debate para el día después

César García Acosta

El estado actual de la política en Uruguay sigue camino a la polarización.

Cuando una sociedad persigue como fin en sí mismo el enfrentamiento lo hace casi siempre mediante dos corrientes. Ese fin es parte de una estrategia de comunicación creada que se adapta a la perfección en las sociedades de perfil democrático y republicano. Nadie lo rechaza como concepto y muy pocos lo cuestionan como un rasgo del radicalismo más anacrónico. Esa bipolaridad, el uso de las dos tendencias, e incluso el bipartidismo, junto a la teoría de los dos demonios, son caras de una misma moneda: lisa y llanamente son una estrategia de comunicación.

Quizá por eso, y en la medida de las posibilidades de cada uno, haya que ir fijando posición sobre lo que vendrá, sobre el día después, sobre el 28 de marzo, cuando ya se sepa el resultado de un referéndum que lejos de plebiscitar una ley, lo que intenta es poner en el escaparate imaginario de la opinión pública un plebiscito sobre al mismísimo Gobierno.

La gente sin saberlo está asistiendo de reojo a una elección primaria o de medio período, cuyo objetivo es cuestionar el proyecto político que ganó las elecciones nacionales.

Es por eso que es importante desempolvar viejos debates y recrear lo que sucederá por la deslegitimación que podrían provocar ciertos recursos de democracia directa, así como la falta de legislación para resolver los vacíos que quedarían si prosperase una iniciativa como la del –SI- para derogar 135 artículos de la LUC. Pronunciarse antes de que las cosas ocurran debería ser una actitud desafiante para consolidar un futuro en paz. Eso, inevitablemente, requiere dejar en evidencia a la mentira, exaltar la especulación política, y dejar en claro las acciones que mediante el engaño intenta hacer que la gente crea que puede frenar a un Gobierno simplemente por recurrirlo, como si fuera tan sencillo limitar a la mayoría legítimamente votada en una elección.

Sea cual sea el desenlace debe quedar meridianamente claro para todos -en un país donde el “fair play” o las reglas de juego ciudadanas, deben ser la esencia, que el programa de gobierno esté en una o en 135 leyes, prevalecerá ante una deliberada una acción política circunstancial.

Las dos bibliotecas para dirimir una contienda de oposiciones será clave para resolver los vacíos que pudiera generar la opción de derogación, y para eso, el camino parlamentario será, inexcusablemente, el ámbito clave para resolver el conflicto.

Es bueno en este marco de las intenciones políticas repasar lo que se viene diciendo de manera prudente desde que se levantó en el país la estrategia de desprestigio con interpretaciones rebuscadas sobre lo regulado por la LUC, sobre todo, cuando esas conclusiones, son mentiras construidas con medias verdades que apelan a la existencia de vacíos conceptuales imposibles de abordar en forma analítica.

Alcanza con ver como en un spot publicitario se recurre al testimonio de una Iglesia inexistente en el país (la Iglesia Antigua), apelando a un cura -que no es un cura de la tradicional Iglesia Católica-, con el solo fin de fijar una imagen de aceptación al SI que pueda influir sobre toda la comunidad católica. Siguiendo esta línea argumental han agraviado al derecho penal, al libre mercado de los combustibles, a la capacidad del Estado para promover adopciones de menores sin familia, al derecho a mantener un número de teléfono celular y a 135 cosas más, sólo mintiendo, porque el propósito nunca fue acercar posiciones, sino poner palos en la rueda.

Consultado en el diario EL PAÍS el fin de semana, Julio María Sanguinetti se prounció sobre si le gustaría debatir con el expresidente José Mujica sobre la LUC. En su esencia resaltó:

“En el caso de dos viejos presidentes, o hacemos una charla amable y quedamos como dos parroquianos de café que se juntan a filosofar sobre el mundo, o nos enzarzamos en un debate fuerte y duro sobre el pasado de él y el mío. Y así no estamos contribuyendo a lo que creo que hemos estado construyendo. La democracia es el límite de los disensos, por eso mismo no me parece que sea lo mejor debatir con él.”

Por eso, si la ciudadanía decidiera con la papeleta rosada del SI, derogar los 135 artículos que se cuestionan de la LUC, y más allá de las teorías sobre los efectos de ese recurso de derogación, la Coalición Republicana –desde ya- debería asumir reeditar -una a una- las materias impugnadas, para mediante leyes ratificatorias posteriores, llenar cada uno de los vacíos generados a partir del día siguiente al 27 de marzo.

Convengamos que el problema medular se centra sobre unos 80 artículos de la LUC que derogaron o sustituyeron total o parcialmente normas anteriores, de manera expresa o tácita:; por eso, en tela de juicio, queda la seguridad pública como concepto, el proceso penal, el procedimiento policial, la inclusión financiera o el cogobierno del sistema educativo.

Ahora bien, si eso sucede, ¿se volverá al estado de las cosas anterior a la LUC?

Ese es el debate que debe instalarse desde ya.

Como decía tiempo atrás el politólogo Oscar Botinelli, tal como lo consignaba ayer domingo el diario EL OBSERVADOR, hay dos opciones: “una ley deja de existir a partir del momento en que es derogada por el cuerpo electoral, sin efecto retroactivo. Así, simplemente deja de existir hacia el futuro y a partir del acto electoral. Según esa postura, fuera de la materia penal –donde opera el principio de la ley más benigna para el acusado– los efectos que la norma haya producido hasta su derogación quedan firmes. Y si la ley recurrida derogó una ley anterior, esa tesis afirma que las disposiciones de la ley anterior no reviven.” Una segunda tesis, implica, acota Botinelli, “… que la ley derogada nunca existió y se anulan todos los efectos que hubiese podido producir durante su vigencia. Es decir, sus efectos son desde siempre, desde que se promulgó la ley. Por tanto, reviven todas y cada una de las normas derogadas o modificadas y desaparecen todas las normas nuevas, además de anularse todos los actos realizados en base a ellas.”

Es hora de ser claros en honor a la verdad.

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