Reflexionando en términos de coalición
César García Acosta
Mientras las encuestas empiezan a perfilar las aceptaciones sociales de los políticos, el debate sobre la predominancia de las “coaliciones”, deliberadamente cae en el mismo “cajón de sastre” a donde se tira todo aquello que por no discutirlo, cae en el olvido.
Pero inexorablemente la primacía de la realidad, más por vieja que por zorra, traerá, como siempre lo hace, y quizá en un tiempo inoportuno, el tioempo para zanjar las diferencias en el marco de las cosas que pueden ser posibles de hacer juntos.
Estos días en las redes sociales varios han sido los dirigentes colorados que advirtieron que “los blancos creen que gobiernan solos”, como lo sostuvo el sociólogo y militante batllista Lole Hierro. Sobre esta misma temática, el politólogo Oscar Botinelli, en la 49º Foro de Debates de la Fundación Vivián Trías, dijo que el gobierno de Luis Lacalle Pou “ha llegado al nivel más alto de lo hiperpresidencial” y que “no representa el concepto de una coalición” de hecho, sino más bien de una “apoyatura” sostenida por “tres actores” —un Partido Nacional “muy monolítico” y dos socios principales, el Partido Colorado y Cabildo Abierto—, lo cual refleja “una debilidad de posición” y “un riesgo”. Con esto, el mandatario apunta más que a un “bibloquismo” coaligado, a un “bipartidismo” entre el Partido Nacional y el Frente Amplio.
Para Botinelli desde que retornó la democracia en 1985 el gobierno de Lacalle Pou es el “más presidencial que ha existido en Uruguay”, según el director de Factum, para quien “esta hiperpresidencialización, este debilitamiento del concepto de coalición, el no funcionamiento de lo que se ha llamado el reclamo de ‘la mesa chica’ (por parte de colorados y cabildantes), que no es casual, es producto de que Lacalle Pou no era partidario de una coalición”.
Los partidos políticos forman una coalición preelectoral cuando anuncian pública o formalmente que pretenden formar un gobierno conjunto si reciben los votos necesarios. Sin embargo, en muchos casos los partidos políticos contienden en las elecciones de manera totalmente independiente y, por consiguiente, los electores no tienen ninguna oportunidad de aceptar o rechazar las negociaciones post-electorales que derivan de la formación de una nueva coalición gobernante.
Por este concepto pasa en Uruguay la conflictividad del Gobierno, porque cuanto más empeño pone Lacalle para zanjar las diferencias y desentrañar en acciones efectivas sólo aquello en lo que se está de acuerdo, el futuro de la coalición multicolor se va destiñendo y las luchas internas por prevalecer hacen que, mientras unos se perfilan como atacantes, otros se cansan de ser nada más que defensores.
Las alianzas preelectorales son un fenómeno común en las democracias liberales. En Europa se formaron más de 200 coaliciones preelectorales entre 1946 y 2012. Los tipos de coalición que varían de un caso a otro, han comprendido espacios que van desde las promesas de gobernar conjuntamente hasta la estructuración de una plataforma común con orientaciones bien definidas en la conquista por la emisión del voto.
La multicolor en Uruguay logró clasificar sus acuerdos preelectorales entre los partidos que la integran, y soportada en una estructura de cargos que otorga un cierto nivel de coparticipación, van amalgamando una estructura que tiembla cada vez menos.
Los teóricos de las ciencias políticas dicen que “si un partido recibe la mayoría absoluta de los votos y forma gobierno por sí solo, los electores pueden exigir que sea responsable de sus actos y rinda cuenta de ellos. Así, los votantes pueden tener una influencia directa en las políticas de gobierno. Sin embargo, si, por otra parte, los partidos tienen que buscar socios para una coalición a fin de ganar la mayoría de los escaños, las preferencias de los electores no necesariamente se van a reflejar en la coalición gobernante.”
Y este el camino elegido por los partidos uruguayos de la coalición multicolor: “se dice que en estas situaciones son convenientes las coaliciones preelectorales, ya que permiten a los electores identificar posibles alternativas de gobierno antes de emitir su voto. Los electores pueden apoyar directamente a una de las coaliciones propuestas y así conferirle al nuevo gobierno mayor legitimidad.”
Con alianzas o sin ellas Uruguay tiene dos bloques bien definidos: los que profesan al marxismo como soporte de su ideario político, y los liberales que conglomerados en un ala más centrista aunque levemente volcada hacia las derechas, ha intentado moverse liderados por un presidente que insistiendo en un estirpe blanca, pueda ocasionalmente insertarse -en su condición de liberal- en formas y estilos más propios de los que observan al Estado necesario en el contexto de ellos Mercados posibles.
Pero si fue posible llegar, quizá no sea tan fácil mantenerse: lo inteligente para hacerlo sería afirmarse en la propia estructura de la coalición más allá de los partidos que la integran, pero si para mantener el orden interno (o, quizá, la paz), su líder -el presidente- quizá nunca arme la “mesa chica” que a modo de gobernanza debería ser la clave sobre la que se construirá su futuro institucional.
El tiempo de ser un caudillo en soledad, o de líder aglutinador, llegará pronto, y deberá dejar paso al espacio del articulador. De no ser así, el poder circunstancial será el de un “mandón” en vez del de un “líder”. La modernidad de Luis Lacalle Pou seguramente hará prevalecer el liberalismo republicano, y abrirá al juego para que la interacción política valga la importancia de permanecer juntos para gobernar, con el único objetivo de centrarse en lo importante.