Defensa Ciega
Ricardo Acosta
A dos meses de una nueva elección nacional, nos encontramos en un escenario donde los partidos se disputan cada voto, con estrategias que muchas veces priorizan el ataque y la defensa sobre el debate honesto. En una contienda que se perfila pareja, temas como la transparencia, la ética y la corrupción ocupan nuevamente un lugar central en el debate. Sin embargo, en lugar de analizarlos con la seriedad que merecen, a menudo se tratan como si fueran parte de una hinchada de fútbol, con seguidores de uno u otro lado defendiéndose a capa y espada, sin importar si les asiste la razón.
Uno de los episodios más emblemáticos en la lucha por la verdad y la justicia en los últimos años fue lo sucedido con Jorge Menéndez, quien, gravemente enfermo, decidió no callar y reveló un encubrimiento que, de no haber sido por su valentía y la presión de la prensa, habría pasado desapercibido. Menéndez expuso cómo el Tribunal de Honor militar había homologado un fallo sin hacer público un crimen de enorme gravedad confesado por el militar José Gavazzo.
El hecho no solo destapó la manipulación de la verdad por parte de ciertos sectores, sino que también mostró cómo la política, cuando está en juego el poder, puede traicionar a aquellos que luchan por lo correcto. Menéndez fue traicionado por su propio partido y por quienes debieron apoyarlo en su búsqueda de justicia. En lugar de ser respaldado, su revelación fue minimizada y, en algunos casos, hasta negada por figuras de peso dentro del gobierno de ese momento. Este episodio dejó al descubierto cómo la ética política puede quedar relegada cuando los intereses partidarios están en juego.
Otro actor clave fue Miguel Ángel Toma, secretario de la Presidencia en ese entonces, cuyo rol en la homologación de las decisiones del Tribunal fue crucial. Toma permitió que decisiones que beneficiaban a Gavazzo se llevaran a cabo sin las consecuencias que estos hechos debían haber tenido, lo que refleja hasta qué punto la institucionalidad fue manipulada para proteger a ciertos actores.
En este contexto, es importante recordar la postura de los actores políticos de la época. La decisión de no avanzar con el desafuero del Gral. Manini Ríos, por parte de ciertos sectores, refleja cómo la política puede priorizar las lealtades y los cálculos partidarios por encima de la justicia y la transparencia. Aunque Manini Ríos no era parte de la política en ese momento ni del actual partido Cabildo Abierto, su posición dentro de la coalición de gobierno hace relevante la reflexión sobre cómo los temas de justicia y transparencia han sido manejados históricamente y cómo pueden influir en la política presente.
A lo largo de los años, tanto en gobiernos del Frente Amplio como en los actuales, hemos visto cómo las irregularidades y decisiones cuestionables han marcado el rumbo del país. Sin embargo, lo que preocupa es la forma en que la política uruguaya ha transformado estos temas en una suerte de batalla entre hinchadas, donde los hechos quedan relegados por la “defensa ciega” del partido propio.
Cuando se habla de corrupción, los partidarios de cada sector político tienden a alinearse como si estuvieran defendiendo los colores de su equipo favorito, sin importar la evidencia. Se olvidan los principios que deberían guiar el accionar público y se prioriza la defensa a ultranza de la bandera política. Este comportamiento no solo distorsiona el debate, sino que perpetúa una cultura de impunidad en la que los hechos, por más graves que sean, son relativizados o justificados según convenga.
Lo ocurrido con Menéndez es un recordatorio de que la verdad y la justicia no pueden estar sujetas a los vaivenes de la política. Su valentía al exponer un caso que amenazaba con quedar oculto nos mostró que, cuando los principios son traicionados, las consecuencias son graves para toda la sociedad. No es solo un tema de un partido u otro, sino de cómo los ciudadanos debemos exigir siempre transparencia, sin importar de dónde provenga la falta.
En lugar de enfocarnos en comparar quién ha sido más corrupto o quién ha cometido más errores, es esencial que esta elección sirva para reflexionar sobre la importancia de la integridad en el ejercicio del poder. No se trata de ganar una batalla partidaria, sino de garantizar que la política uruguaya avance hacia un futuro en el que la transparencia y la verdad no sean sacrificadas en nombre del poder.