El batllismo vs. La radicalización
Jorge Nelson Chagas
Si Batlle y Ordoñez tuvo que lidiar con oficiales formados en el santismo, a Luis Batlle le tocó lidiar con un Ejército, formado en el terrismo y muy molesto por una legislación que había desquiciado su estructura. Y las cosas empeoraron.
Los militares perjudicados por el terrismo, continuaron reclamando y se dirigieron al Parlamento y los Ministerios no por vías reglamentarias, sino al amparo de vínculos partidarios y de amistades consolidadas en la cárcel y en el destierro- Estos factores políticos pesaron mucho en las reclamaciones presentadas ante el Tribunal Extraordinario. Por un lado, Luis Batlle necesitaba captar nuevamente al Ejército y echar al olvido, con sentido realista, la colaboración prestada al golpe de Estado de Terra por oficiales todavía insustituibles. Pero por otro, sin una amplitud conciliadora, las fracciones partidarias que respaldaron el golpe de marzo del 31 de marzo de 1933, no hubieran alcanzado los votos necesarios para la aprobación de la ley. Por esto el Tribunal Extraordinario no amparó exclusivamente a los militares directamente perjudicados por el terrismo, también a todos aquellos que, cualquiera fuera el motivo, se consideraban lesionados en sus derechos.
Comprobada la lesión, los reclamantes podían acceder con tiempos mínimos, como hacía mucho tiempo no se veía en el juego normal del movimiento de los escalafones, sin consideración a las capacidades profesionales demostradas. Las decisiones del Tribunal Extraordinario ocasionaron no sólo un trastoque de las jerarquías, también vulneraron intereses creados o situaciones adquiridas. Algunos oficiales retirados, por mandato expreso de la ley, solicitaron y obtuvieron la actividad. “Fue como resucitar a muertos que, por muy queridos y llorados que hayan sido, vuelven de la tumba para reclamar un puesto ya ocupado en la mesa familiar”, señaló un artículo de Marcha del 8 de octubre de 1964, donde historió sobre esta situación.
Esto provocó un resquebrajamiento de la disciplina, dado que no se reconocían las nuevas jerarquías. Luis Batlle concedió privilegios a los oficiales batllistas relegando a otros que no contaban con su confianza política. Hacia los años ’50 existía un notorio enfado de una parte de la oficialidad con los militares simpatizantes de Luis Batlle, conocidos en el Ejército como “La Patota”, que tenían un conjunto de privilegios por encima del resto de la oficialidad.
El 13 de febrero de 1952 se aprobó la ley 11791 que buscó restablecer el orden jerárquico de las Fuerzas Armadas. En el informe elaborado el 24 de enero de 1952 por la Comisión de Defensa de la Cámara de Diputados, estableció que, si bien la finalidad del Tribunal Extraordinario fue reparar las lesiones de un grupo de oficiales sin que pudieran preverlo gobernantes y legisladores, motivó a su vez nuevas lesiones de derecho a un grupo mucho mayor de jefes y oficiales. Pero esta ley también creó nuevas inequidades, dado que no tuvo en cuenta las capacidades de los oficiales a la hora del ascenso. A manera de ejemplo, de nada valieron los méritos evidenciados en veinte años por oficiales que habían ganado sus grados, a fuerza de concursos, quemándose las pestañas. El empuje de los rezagos colocaba a todos en igualdad de condiciones, medidos por el mismo rasero.
Finalmente, la interpretación de la ley quedaba confiada a las autoridades regulares de la institución. Los casos de distingos y diferencias que produjeron fueron, probablemente, en razón de las enormes dificultades de aplicación de una ley improvisada al calor de la demagogia politiquera. El duelo a sable entre el general Juan Pedro Ribas y Luis Batlle – el 22 de noviembre de 1957 en cuartel de La Boyada – debe ser visto dentro de esta realidad. El sentimiento militar antibatllista cobró forma definitiva el 1 marzo de 1959 cuando en el desfile militar muchas unidades lo hicieron con las armas cargadas (“municiones vivas”, en la jerga militar), incluso se creó una organización que llegado el caso los subordinados debían matar a sus jefe. Algunos generales fueron relevados mientras desfilaban y los aviones que participaban del acto estuvieron a punto de caer ante la demora en empezar la ceremonia.
Más allá del esfuerzo por “blanquear” los mandos los gobiernos nacionalistas no lograron evitar las tensiones entre la clase política y las fuerzas armadas. Entre 1964-1965 menudearon los rumores de golpe de Estado. A esta situación se le agregó la intensificación de la guerra fría tras el alineamiento de la Revolución Cubana con la Unión Soviética.
A riesgo de equivocarme creo que es un error pensar que la fundación de la logia de los “Tenientes de Artigas”, obedeció solamente a un sentimiento anticomunista, antimasónico, antibatllista y fuertemente nacionalista. Fue la consecuencia de décadas de malas políticas militares. Es más: en un principio no eran golpistas. El hecho que su fundador, general Mario Aguerrondo, fuera candidato a la Presidencia de la República en las elecciones de 1971 por el herrerismo, demuestra que no necesariamente pensaban poner fin a la democracia.
Repito: no necesariamente.