EL “ESCUADRÓN DE LA MUERTE”: OTRO CUENTO CHINO (II)
La mentira enorme que generó ríos de sangre y prisión de inocentes
Ronald Pais
Todo indica que el tupamaro con barniz de intelectual Mauricio Rosencof (o Rosenkopf) fue el artífice principal de esta patraña que no hubiera pasado de eso de no haberse convertido en una gran mentira que, pacientemente alimentada y agrandada, segó la vida de uruguayos que fueron asesinados por los tupamaros y en pleno régimen democrático ha privado de libertad a otros ciudadanos que han sido juzgados sin la más mínima imparcialidad y condenados injustamente.
En un viaje clandestino a Cuba, por intermedio del propio Fidel, Rosencof habría tomado contacto con Manuel Hevia Coscuella, alias “Manolo” – un espía cubano que se infiltró en Uruguay durante un tiempo haciéndose pasar por exilado y luego volvió a Cuba – quién le habría señalado a un fotógrafo policial – Nelson Bardecio – como integrante de un Escuadrón de la Muerte en el Uruguay. La versión de Rosencof es diferente y dice que la recepción de información fue a través de un uruguayo llamado Carlos Nuñez.
De cualquier manera, ni una ni otra versión aparece confirmada por el propio Coscuella, que escribió un libro titulado “Pasaporte 11333. Ocho años con la CIA” el que se habría escrito en 1972, al que el autor le colocó una Nota del Autor en 1975 y con un Prólogo de Joaquín Santana en 1977, siendo impreso recién en 1978 por el Ministerio de Cultura cubano. A pesar de detallados relatos que hace de su infiltración en Uruguay allí no aparece nada de lo afirmado por Rosencof y cuando habla de Bardecio no hace mención de tal “Escuadrón”.
Haya existido o no esa información, su elaboración les vino como anillo al dedo para justificar los crímenes que ya tenían decidido y cuya comisión realizarían más adelante.
Así como hasta hoy siguen mintiendo al afirmar que lucharon en defensa de la Democracia, nada mejor que justificar su accionar en un enemigo oculto que habría asesinado o hecho desaparecer a algunos de sus miembros.
Dos desapariciones y un homicidio, a la que se sumaría otra muerte, cuando ya Bardecio estaba secuestrado, serían todos los hechos que se le atribuirían a esta presunta organización a la que rotularon “El Escuadrón de la Muerte”.
Ya veremos cómo los propios fallos judiciales que comentaremos permitirán ir haciendo descartes.
Estos hechos fueron las desapariciones de Abel Ayala el 18/07/1971 y Héctor Castagnetto el 17/08/1971, la muerte de Manuel Ramos Filippini, ocurrida el 31/07/1971 y la de Ibero Gutierrez, ocurrida el 28/02/1972. Tanto en la muerte de Ramos Filippini como en la de Ibero Gutierrez se dejaron esquelas manuscritas en que un ignoto “Comando Caza Tupamaros” se atribuía las ejecuciones.
En virtud de lo dicho anteriormente, los Tupamaros secuestraron a Nelson Bardesio, fotógrafo policial y lo condujeron a la famosa “cárcel del Pueblo”, un cubículo subterráneo, en el que fue sometido a interrogatorios y torturas desde el 24 de febrero hasta el 16 de mayo de 1972. Entre 120 y 140 preguntas diarias formuladas por interrogadores que dirigía y supervisaba Mauricio Rosencof. Ello dio como resultado unos escritos cuyo contenido le fue dictado al secuestrado, luego lo obligaron a firmarlos y son conocidos como las “Actas de Bardecio” en las que se le arranca la confesión de la existencia, hechos e integración del supuesto “Escuadrón de la Muerte”.
Hasta el nombre de los documentos es revelador: “Actas”. Uno relaciona la palabra con algo formal y serio. Si lo hubieran titulado “Confesiones” ya habría sido sospechoso desde el principio.
Naturalmente, había que validar de alguna manera estas “declaraciones” arrancadas bajo tortura. Para ello, los tupamaros acordaron con un colaborador probado con el que contaban, el entonces parlamentario Héctor Gutiérrez Ruiz (al que todavía se homenajea en lugar de ser condenado históricamente como merecería) simular un secuestro para que pudiera entrevistarse con Bardecio y dar fe de la veracidad de lo que figuraba en las “Actas”.
La simulación del secuestro no es una versión mía, sino del propio Rosencoff en sede judicial donde declaró que el secuestro no existió, sino que fue un acuerdo para colaborar con el movimiento sedicioso.
Permítaseme recordar las concluyentes declaraciones sobre la connivencia de los tupamaros con el exlegislador citado, realizadas por su propio hijo.
En agosto de 1997, Marcos Gutiérrez, uno de los hijos de Héctor Gutiérrez Ruiz, le contó en Búsqueda al periodista César di Candia todo lo que sabía acerca de la relación de su padre con los tupamaros, que habían robado lingotes de oro a la familia Mailhos, en el marco de una acción guerrillera.
(http://historico.espectador.com/politica/80165/a-continuacion-se-transcribe-completo-el-capitulo-sobre-gutierrez-ruiz-y-los-lingotes-incluido-en-el-informe-de-busqueda-del-21-09-06)
Según Marcos Gutiérrez, su padre mantuvo conversaciones con los jefes tupamaros mientras éstos estaban actuando en la clandestinidad y luego fue secuestrado por un comando del MLN. El diario blanco «El Debate», que era dirigido por Gutiérrez Ruiz, «tenía un desfinanciamiento grande y los tupamaros que se habían robado el oro de Mailhos tenían dificultades lógicas para convertir ese dinero».
«Hasta donde yo sé, hubo un acuerdo político por el cual mi padre les consiguió un contacto para poder vender uno o más lingotes y a cambio de eso el MLN financió un tiempo ‘El Debate», relató Marcos Gutiérrez.
A continuación, los Tupamaros concretaron lo que ya tenían decidido de antes, o sea la masacre del Plan “Hipólito” decidida por la dirección del movimiento que estaba integrada por Eleuterio Fernández Huidobro, Enrique Engler, Jorge Candal Grajales y Mauricio Rosencof (Alfonso Lesa “La Revolución Imposible” Fin de Siglo 2003).
El 14 de abril de 1972, por la mañana, los tupamaros ejecutaron a cuatro personas y una quinta murió poco después. El Subcomisario Oscar Delega, su chofer Agente Carlos Leites y su acompañante, Agente Segundo Goñi, fueron ametrallados en Rivera y Ponce desde una camioneta. En Las Piedras también murió ametrallado desde otra camioneta el Capitán de Corbeta Ernesto Motto. Poco después, el Profesor Armando Acosta y Lara es asesinado cuando salía de su casa, por Samuel Blixen, apostado como franco tirador en la Iglesia metodista sobre la calle Constituyente. También fueron heridos su esposa y su custodio.
Asimismo, se intentó la eliminación de Miguel Sofía desde una tercera camioneta, pero la maniobra fue advertida y fracasaron. En el tiroteo que se ocasionó murieron dos tupamaros: Nicolás Groop y Norma Pagliano, quedando seriamente herido el Subcomisario Juan J. Reyes.
La fachada para cometer estos crueles asesinatos fue culpar a las víctimas de ser integrantes del “Escuadrón de la Muerte” y, en el caso de Acosta y Lara, de ser su jefe.
Nada más oportuno que el ex secretario general del Partido Comunista, Jaime Pérez, en su libro “El ocaso y la esperanza” rechaza esta imputación y dice “Dicho sea de paso, siempre tuve dudas de que esto fuese así; creo que erraron en el método de lucha y, además, en el blanco”.
Por mi parte estoy convencido de que los propios tupamaros sabían bien que en el “paquete” había personas que nada tenían que ver con un imaginario “Escuadrón de la Muerte” creado por ellos mismos. Esa era la excusa, la fachada para justificar sus actos criminales contra individuos que visualizaban como enemigos que los estaban combatiendo y derrotando.
Lo que querían, en realidad, era desarticular la creciente organización de la inteligencia estatal que los estaba haciendo pedazos y también impedir que prosperara la aprobación de Estado de Guerra Interno propiciado por el Gobierno.
“Amodio Pérez en sus memorias escribió al respecto:
“El motivo de las acciones (el 14 de abril de 1972) era desvirtuar las razones por las que el Poder Ejecutivo solicitaba el establecimiento del Estado de Guerra y quedara entonces el gobierno como defensor del Escuadrón de la Muerte” (citado por Alvaro Alfonso “Operación Verdad” Editorial Planeta 2022)
Sin embargo, no imaginaron la respuesta que recibirían de inmediato. En el correr del mismo día en acciones desplegadas por unidades militares murieron los tupamaros Luis Martirena, Ivette Jiménez, Alberto Jorge Candán Grajales, Horacio Rovira, Armando Blanco y Gabriel Schroeder.
El plan “Hipólito” no salió como sus ideólogos lo planificaron, aunque trataron de justificarlo como una acción contra el llamado “Escuadrón de la Muerte” y todo en base a las “Actas Bardesio”, confesiones obtenidas bajo tortura de un secuestrado que nunca fueron ratificadas por éste en sede judicial.