Política nacional

Detonando al batllismo

Ricardo J. Lombardo

“El batllismo es una cáscara” dijo el ex ministro y senador Ignacio de Posadas en una entrevista realizada por el periodista Gabriel Pereira en su programa  “En la mira”.

“Culturalmente sí, hay un resabio batllista” agregó después ante la repregunta de si en realidad, en el Uruguay, no seguimos siendo todos batllistas.

Este tipo de referencia aparece cada vez que se discute el tema del Estado y su responsabilidad frente a los problemas básicos de nuestra sociedad de hoy.

Que se atribuya al batllismo como filosofía o como forma de gobierno, los padecimientos de nuestro tiempo es, si  se dice de manera bien intencionada, un error. Si no, es una canallada.

Los sectores más conservadores siempre vieron al batllismo con mucho resquemor. De hecho, las mayores luchas de José Batlle y Ordóñez fueron contra estos grupos que se opusieron férreamente a sus reformas sociales.

El estado fue el gran instrumento que el batllismo utilizó para impulsar la economía, redistribuir el ingreso y  crear ciudadanía a través de la educación y de poner al alcance de todos los servicios básicos.

Fue ese estado el que realmente construyó la república.

¿Por qué se la emprende contra él hoy, tantas décadas después?

Porque el estado ha dejado de funcionar como debería hacerlo.

Primero la autocrítica.

En la sucesión de gobiernos colorados, el estado se fue convirtiendo en una especie de botín político, que promovía el clientelismo o prebendas a sectores económicos afines. Aún hoy esa práctica se considera prioritaria, creyendo que eso es el poder y así se hace política.

Después la crítica.

Desde los sectores más conservadores siempre se buscó quitar influencia al estado en la creencia de que tenía una especie de gradientes encontrados con el mercado. Se creía que, inevitablemente, achicar el estado significaba dejar más espacio para la inversión privada, el desarrollo empresarial y el crecimiento económico. Olvidaban que eso solo no alcanza para acercar la igualdad de oportunidades a todos a través de la educación, el trabajo y sobre todo alejarlos de los males que trae la pobreza y la indigencia.

Cada tanto, cuando se habla de las dificultades que tiene el país por resolver el tema de la pobreza dura, de la educación decadente, o de la ineficiencia generalizada, se recurre al lugar común de echarle la culpa al batllismo y a su concepción del estado benefactor.

Pero los mismos  que hacen esas críticas desde los sectores más conservadores, son los que cuando les toca ser gobierno, promueven la ineficiencia de las organizaciones estatales escatimándole recursos, nombrando a su frente a personas sin preparación, simplemente porque arrimaron unos votos a las listas ganadoras en alguna parte del país.

Mientras tanto, desde las antípodas, aunque se proclame cierta cercanía ideológica con el batllismo, la realidad ha demostrado que los sectores marxistas o afines, han promovido una especie de corporativismo en las empresas públicas donde los sindicatos prácticamente se disputan el poder con las autoridades designadas por la vía democrática, más allá de los temas inherentes a los trabajadores como tales. Si las empresas son públicas es porque son de todos y deben ser regidas por autoridades que nos representen a todos, y no a minorías que se apropian de un poder fáctico que no les corresponde.

Quizás sean reminiscencias de la máxima leninista “todo el poder a los soviets”. Pero no solamente ese sistema ha demostrado que no funciona, sino que la mayoría de los uruguayos no lo queremos.

Así que acusar al batllismo de los problemas de hoy y de las falencias del estado contemporáneo es, al menos, un absurdo.

Ojalá hoy el país pudiera contar con un estado como lo concibió Batlle y Ordóñez, de funcionamiento eficiente, de impulso a las actividades productivas, de igualdad de oportunidades, de una educación avanzada, de calidad y bajo costo en los servicios básicos producto de administraciones bien concebidas y desarrolladas.

Lo peor es que los propios sedicentes batllistas de hoy, en la pérdida de brújula que experimenta el Partido Colorado, parecen convertirse en los más antibatllistas.

No solo por el anacronismo de los más ancianos que mantienen las prácticas electoralistas de otros tiempos, sino porque hay algunos miembros de las nuevas generaciones que  parecen creer que el mundo empezó el día en que nacieron.

Da mucha pena oír entre los jóvenes convencionales que se integraron hace algunas semanas al Partido Colorado, críticas a José Batlle y Ordóñez o a Luis Batlle Berres,  mientras idealizan a viejos adversarios del batllismo.

Es como una especie de síndrome de Estocolmo que padecen, sin advertir que están sentados sobre un valiosísimo instrumento político, social, cultural y económico, que no tienen derecho a estrellar contra el muro el primer día que le facilitan el volante. Y que su verdadero rol es el de actualizarlo a las realidades de nuestro tiempo y del próximo, manteniendo esos valores que son propios del batllismo y que la sociedad toda ha incorporado al ser nacional.

Entre unos y otros, parecen empeñados en detonar al batllismo como filosofía, estilo de vida, concepción republicana y sistema de valores.

No lo lograrán.

Compartir

Deja una respuesta