El espejo incómodo
Ricardo Acosta
Prometieron que gobernaría la honestidad. Cien días después, la imagen reflejada devuelve todo lo que no querían ver. Apenas pasaron cien días y ya apareció la famosa transparencia. Estaba abajo de la alfombra, arrugada, manchada, justo al lado del cuaderno de las excusas y el manual de las dobles varas. La justicia, esa dama tantas veces invocada, resulta ser independiente… salvo cuando se acerca demasiado a los propios. Ahí, de repente, es una justicia sospechosa, parcial, manipulada, armada por oscuros intereses. Curioso, ¿no?
Cuando la balanza apunta a los demás, se celebra como ética pura. Cuando se arrima al propio rancho, es persecución política. La moral viene con interruptor: se prende y apaga según el lado de la vereda donde caiga la denuncia.
Hay quienes todavía creen que “robar para la causa” no es robar, es una especie de donación forzosa. Gente solidaria… pero con la billetera ajena. Y no lo hacen por ellos, claro: lo hacen por el pueblo, por la historia, por la patria… por cualquier cosa menos por la codicia. Porque la doble vara no se compra: se hereda, se practica y se defiende con una naturalidad casi conmovedora.
Prometieron transparencia. Pero cuando el frasco se les cayó de las manos, se hizo trizas contra el piso de la justicia, salpicando para todos lados. Entonces el discurso cambió: ya no hay corrupción, hay “errores administrativos”. Ya no hay acomodo, hay “confianza”. Ya no hay impunidad, hay “otra versión de los hechos”. Y lo mejor: cuando los propios son investigados, es una cacería. Cuando son los otros, es la justicia funcionando como debe ser.
Ahora asistimos al espectáculo de siempre, pero esta vez sin maquillaje. Mientras se multiplican las causas, los nombres y las pruebas, lo que debería ser escándalo se transforma en relato. El sindicato convertido en fortín. El partido que no vio, no supo, no preguntó. Las manos limpias que no tocan, pero sí señalan. El discurso de la honestidad que se descascara al primer roce con la realidad.
No es hipocresía: es manejo de relato. Es el viejo arte de acomodar los hechos al cuento, de fabricar mártires y villanos según convenga.
Hoy no hablamos de teorías ni de sospechas. Hablamos de causas reales.
El exsenador Charles Carreras fue imputado por fraude, falsificación ideológica de documento público y uso de información privilegiada, tras la acusación de que habría beneficiado irregularmente a un civil herido de bala, haciendo uso indebido de recursos del Hospital Policial y fondos de alimentación del Ministerio del Interior durante su gestión con el Frente Amplio.
Además, el escándalo del SUNCA estalló con tres exdirigentes condenados por apropiación indebida, estafa, asociación para delinquir y lavado de activos, en el marco de un proceso abreviado. Las auditorías detectaron transferencias irregulares por más de un millón de dólares procedentes del Fondo Social de Vivienda de Obreros de la Construcción (Fosvoc). Según declaraciones de exmilitantes expulsados, al menos parte de ese dinero fue canalizado hacia el sindicato y el Partido Comunista: las testimoniales apuntan a Óscar Andrade, Daniel Diverio y Laura Alberti, entre otros. Ahora, la fiscalía analiza citarlos como imputados, mientras evalúa declaraciones consistentes y documentación respaldatoria.
La justicia avanza. A pesar de los relatos. A pesar de los discursos. A pesar de los intentos de convertir lo evidente en persecución.
La justicia no es cacería. Es justicia. Lo demás es cuento.