El golpe de Estado y yo
Jorge Nelson Chagas
(Dedicado al profesor José Rilla, que tiene la capacidad de pensar con cabeza propia y no le teme a la verdad histórica)
Hoy es 27 de junio de 1973. Es un día frío. Muy frío. Nací en el año 1930, cuando Uruguay fue Campeón del Mundo. Tengo cuarenta y tres años. Me crie en un barrio obrero, habitando por gente humilde y sencilla. Mi infancia no tuvo nada de extraordinario. Desde que tuve uso de la razón oí historias de hazañas olímpicas y más adelante, a medida que fui creciendo, oí los relatos de las luchas de las dos divisas tradicionales del país. Tiempos heroicos de poncho y sobretodo. Completé la escuela y enseguida comencé a trabajar. Me ennovié, contraje matrimonio y tengo un hijo – al que le puse Obdulio en homenaje al “Negro Jefe” – que va al liceo. Algo que me da orgullo, porque deseo que él llegue más lejos que yo. Con mucho esfuerzo compré mi casa y esa es otra de mis dichas.
Es curioso, pero no recuerdo ningún hecho violento en mi niñez ni juventud. Antes las cosas eran diferentes. Añoro aquella tranquilidad y principalmente extraño vivir sin miedo. No estoy seguro cuando comenzó a irse todo al carajo. La otra vez, en la barra del boliche, alguien dijo que Uruguay se empezó a joder cuando la pelota de Schiaffino quedó parada en el barro en el partido contra los húngaros. Me reí de esa ocurrencia, pero sin alegría. Tal vez tenga razón, porque en esas fechas todo empezó a ir mal. Recuerdo los catálogos del London París y la libreta de almacén. Mis padres protestaban por la carestía, pero los precios no aumentaban de un día para otro, en forma continuada. La palabra inflación era inexistente. Pero allá, a medidos de los cincuenta, cuando Luisito aún nos gobernaba, esa palabra se convirtió en una maldición que nos ha perseguido por años.
Eso no fue todo. Los estudiantes se volvieron rebeldes. Fue una especie de fiebre que contagió a toda la juventud uruguaya. El respeto por los mayores, la autoridad, las normas de buena conducta y decoro, el pudor, el amor por nuestras raíces, se empezaron a descomponer como una fruta podrida. Aparecieron los melenudos, las minifaldas, los cultores de la música estridente. ¡La “nueva ola”! Ahora los jóvenes hablan de “amor libre” y dicen que la virginidad “es prejuicio burgués”. Cambiamos para mal. Creo que la familia uruguaya, día a día, se está desintegrando.
Hay una iracundia en los jóvenes. Hace un tiempo atrás me topé con una manifestación relámpago y observe pasmado como quemaban gomas y gritaban consignas contra el gobierno. Otra vez, cuando iba al trabajo en el ómnibus, me retrasé porque había un peaje estudiantil. Casi no nos dejan pasar. Yo soy un simple laburante. Vivo de mí sueldo.
Temo cada vez que mi hijo va al liceo. No sé qué pasa en las aulas. No sé si lo están adoctrinando y un día de estos se va a volver en mi contra y saldrá a romper vidrieras y quemar coches. Esa sola idea me da escalofríos. Acaso lo más terrible que pasó en este país fue la aparición de los tupamaros. Nunca llegué a comprenderlos. No entiendo cómo querían imponer en este país sus ideas por medio del robo, el secuestro y el crimen. Por suerte, las Fuerzas Conjuntas los han derrotado. Pero yo igual sigo teniendo miedo. ¿Podrían volver?
Es extraño. Siempre he rechazado las ideas totalitarias. Por eso nunca me gustaron los comunistas. Pero los sindicalistas comunistas de mi trabajo, son honestos, siempre defienden nuestro salario y están a la orden frente a cualquier problema con los patrones. Por eso los voto en el gremio, aunque cuando estoy solo en el cuarto oscuro he votado siempre por la divisa de mi abuelo, de mi padre y que llevo en la sangre. No entiendo esta contradicción y sinceramente, no me importa.
Acaso mi gran desilusión es con los políticos. En los últimos años me ha parecido que miran su propio ombligo en vez de pensar en el país. El caso de los ediles de Montevideo fue el colmo. Un escándalo vergonzoso. Tal vez sea por eso que no tuve ganas de ir a la Plaza Independencia cuando Bordaberry llamó a defender a las instituciones. Soy demócrata, pero esta democracia de ahora, de este presente, no me gusta.
No soy miliquero. Pero debo admitir que las Fuerzas Conjuntas son merecedoras de nuestro aplauso. No parecen estar contaminadas con la corrupción imperante y apuntan desinteresadamente al bien de la Patria.
Hoy es 27 de junio de 1973. Es un día frío. Muy frío. Mientras paseo a mi perro por las inmediaciones del Palacio Legislativo, observo una tanqueta que apunta hacia ese magno edificio. Sólo deseo que los militares logren imponer la paz y el orden definitivamente, arreglen la economía del país y podamos retornar, de una buena vez, a esa Edad Dorada que tanto añoro.