Editorial

El parlamento sus omisiones y relatos

César García Acosta

Casi siempre escribo mi columna en OPINAR después de haber terminado la edición. Quizá por eso la tarea de diseño de su portada no siempre se vincula con lo más notorio, sino con el tema que resulta más creativo para nuestro imaginario, interés visual, estético o publicitario. Es bueno decirlo porque esto hace también al contenido editorial, y a la certeza de “decir” ciertas cosas en perjuicio de otras. Mucho de lo que no se dice es más trascendente que un titular. Por eso, texto y contexto hacen a un estado de situación que muchas veces confronta con un sentimiento social y cultural que resulta ajeno a la política, y que solo se vincula a ella por ser parte de un microclima parlamentario desapegado de los aconteceres de la vida. Esta vez TEMU gana a la distancia porque pone en el juego del debate las promesas electorales y el poder del Estado como limitante de la libertad.

En esta edición, más allá de la significación de algunos hechos por sí mismos, que seguramente podrían ser más trascendentes que el elegido, la portada de OPINAR, consecuente con esta filosofía, no dice nada sobre la confrontación política parlamentaria de los últimos días, ni del agresivo estado de guerra que parece ponernos a todos al “borde de un ataque de locura” política. Quizá sea así porque ese estado que se vive en el parlamento no es tal, y ni por asomo se relaciona con el verdadero clima político en el país.

En lo personal que el senador Sebastián da Silva confronte en el recinto parlamentario y logre tan solo por eso gran notoriedad pública, habla más de los restantes senadores que de él mismo. Su actitud siempre es la misma. Cuando analizó la política de los radares que en las rutas nacionales multan a los infractores del tránsito, razona igual que si reflexiona sobre la estafa piramidal de «conexión ganadera», como si el tema fuera la igualdad de género. El tema de fondo no es la razón de sus dichos, sino que sus dichos que son sobreactuados, en realidad provocan agravio porque simplemente la insensatez es lo más notorio de sus dichos. A nadie importa si para defender el interés general, y velar por los destinos de la república, lo hace con razón o sin ella. El otro contendiente, Nicolás Viera (el senador frenteamplista), si bien no insultó de modo soez ni lo discriminó en el debate, ni utilizó como excusa algún rasgo de la vida personal de su oponente, sí pisó el barro al responder los agravios acusándolo de corrupto al asociarlo con la estafa de “conexión ganadera”.

Que el parlamento no haya empleado su tiempo en la estafa piramidal ganadera, y sí en los improperios de los senadores, revela con cierta nitidez que algunos de sus actores pertenecen a una misma especie política, la que profesa la desacreditación y el irrespeto innecesario.

No es guapo quien más grita, ni mejor defensor por la no discriminación el que a los gritos deja en evidencia que el agravio justifica la injusticia. Alcanzó un insulto oportunista para que el Senado callara, y lo que es peor, alcanzó una inconducta circunstancial para que el silencio minimizara el alegato necesario que en realidad se requiere para hacer justicia, y entender la responsabilidad del Banco Central del Uruguay y de los hacederos de las Leyes, los legisladores, quienes fueron omisos por no regular una actividad y evitar la estafa financiera piramidal construida por un par de prestamistas que utilizaron la cultura ganadera como garantía de su engaño.

Hace un tiempo cuando el parlamento debatía sobre la rendición de cuentas del gobierno anterior, el senador Sebastián da Silva descalificaba las multas por radar que el MTOP aplicaba en los excesos de velocidad, argumentando que había que poner en las carreteras pantallas que muestren la velocidad a la que se circula, para que el conductor transgresor baje su velocidad, y la retome -en libertad- unos metros más adelante cuando ya no haya radares y nadie lo vea. En buen romance esto justifica que “no importa robar, lo que importa es que no te vean robando”, y ese es el “leitmotiv” que en silencio defendió el senado.

Pedro Bordaberry fue claro e inequívoco en su alocución: “lo que se violó fue el fuero de los senadores que no participaron de la riña, porque ellos fueron los que quedaron inhibidos de proceder políticamente ante el final abrupto de una sesión que dejó como deuda pronunciarse ante la filosofía política de un ministro de ganadería, que acuñó en su actitud negociar “ganado en pie” poniendo en tela de juicio a la industria frigorífica del país, y a que se sepa -cómo enfrentaremos- la agonía financiera del país real, ante los inventos desmadrados de negocios financieros piramidales que se construyeron sobre la base de esquemas que muchos compraron detrás del mito cultural del “ganado seguro” como panfleto propagandístico de los operadores del poder real.

Quizá algún familiar de los más de 450 muertos que el país tuvo en 2024, en accidentes de tránsito, pueda explicarle a da Silva, lo que el senador parece no entender: la realidad, lejos de ser una opinión, no es más que la verdad representada por los hechos concretos de la vida cotidiana; lo demás, todo lo demás –la vida misma- es apenas un relato de esos hechos.

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