Historia

El parto de la República

Julio María Sanguinetti

En estos días de abril se cumplen 195 años del inicio de la Campaña de las Misiones, el episodio militar y político que, conducido por Fructuoso Rivera, llevó a definir la independencia nacional. Nada más ni nada menos.

Al incorporarse a la Cruzada iniciada por Lavalleja en el amanecer del 19 de abril de 1825, Rivera volcó las acciones militares con su incuestionable arraigo popular. Su fulgurante acción de Rincón, debilitó al ejército brasileño al privarlo de caballadas. Luego, en Sarandí, Lavalleja, con Rivera y Oribe a su mando, obtienen una victoria fundamental, que termina de convencer a Buenos Aires de la capacidad de los orientales, Se organiza entonces un ejército “nacional” que pretende dispersar los “Dragones” entre las unidades porteñas. Rivera se retira. Desde Artigas, ha sido principio táctico fundamental, mantener siempre una fuerza armada propia. Esa fue, incluso, la condición que Don Frutos logró arrancar al triunfante Imperio cuando, derrotado el artiguismo, pactó con el vencedor, a la espera del momento adecuado para recuperar la libertad. Sin esa fuerza, cuesta imaginar el éxito de la Cruzada de 1825. Se produce entonces un periodo triste en la vida del genial caudillo: no acepta la subordinación, pide su baja y es declarado traidor por un ominoso decreto de Rivadavia. Se refugia en Santa Fe, bajo la protección de Estanislao López, pero tampoco la caída de Rivadavia y su sustitución por Dorrego, cambiará su suerte.

El 20 de febrero de 1827 se libra la batalla de Ituzaingó, con Alvear al Frente. En el terreno, las fuerzas de las Provincias Unidas han predominado, pero el adversario logra preservarse. Rivera advierte la indeterminación “de una guerra que así será horrorosa e interminable”.

A la distancia, el propio General San Martín le escribe a Guido que le felicita por las victorias en “Ituzaingó y Uruguay”, que le comunica, pero le advierte que “no viendo en ninguna de las dos el carácter de decisivas, temo mucho que, si el Emperador conoce -como debe- el estado de nuestros recursos pecuniarios… se resista a concluirla (la paz) y sin más que prolongar un año más la guerra, nos ponga en situación muy crítica”.

Es lo que piensa Rivera. Está convencido de que solo llevando la guerra al territorio brasileño de las Misiones, otrora reivindicación artiguista, será posible doblegar al Imperio. López entiende su determinación. Lavalleja no y Dorrego se suma para no enojar al “compadre”. Rivera, entonces, se larga solo y se le va sumando la gente. Lavalleja ordena su persecución. Oribe va detrás de él. En la noche del 20 al 21 de abril, cruza el Ibicuy y comienza su campaña. Intenta una mediación, pero Oribe fusila a quienes vienen a anunciar buenas nuevas. Finalmente, Bernabé Rivera le convence a Oribe del patriotismo de su acción y Dorrego le reivindica cuando, como un relámpago, conquista las Misiones y llega Possolo a Buenos Aires, con la bandera imperial arrancada a las fuerzas de Alencastre. Fructuoso será ahora Jefe del Ejército del Norte.

Sin derramar sangre, conquista a los pueblos y organiza la provincia de San Pedro. El Presidente de la Provincia escribe al Vizconde de la Laguna: “ la audacia de Fructuoso, el terror que ha encendido; su súbita invasión, su aparente moderación, la prédica revolucionaria que usa; el conocimiento que tiene de toda nuestra gente y la posición que ocupa, todo lo torna un enemigo peligrosísimo; y tenga por cierto que si V.E. no se digna mandar Infantería en apoyo de las insignificantes fuerzas que defienden la frontera de este lado, él puede penetrar por el Oeste o por el Norte, tomar la Villa de Río Pardo y aun llegar hasta Porto Alegre, luego que reciba algunos refuerzos”.

El objetivo ha sido alcanzado. Lo que no se consiguió en una gran batalla, lo logra la astucia de un caudillo popular que en 20 días se queda con toda una provincia. El quiere llegar a más, seguir adelante. Pero las dramáticas negociaciones diplomáticas van por otro lado y ahora sí la paz puede avizorarse, porque la intransigencia imperial empieza a ceder ante el temor de perder todo Río Grande. En Buenos Aires, tampoco hay tranquilidad, porque Dorrego subió a raíz de que Rivadavia fue depuesto por haber aceptado la entrega de la Provincia al Imperio en la Misión García. Paro tampoco Dorrego tiene fuerza. Luego de Misiones, pretende detener las negociaciones de paz que llevaba adelante el mediador británico, Lord Ponsomby. Su enviado, el General Guido, le dice que ya es tarde y que hay que aceptar que la Provincia Cisplatina ( u Oriental), debe ser independiente. Él le había enviado con la instrucción desesperada de que hiciera la paz, porque “no hay una bala que tirar a la escuadra enemiga”, “no hay un fusil, ni un grano de pólvora”.

El 27 de agosto se firma así la Convención Preliminar de Paz de 1828. Luego de 17 años de sacrificada lucha, contra españoles, porteños, portugueses, brasileños, el pueblo oriental consolida la voluntad de autodeterminación que desde 1813, en las Instrucciones, definía su concepto de República. Ha sido un acto de resignación recíproca: Buenos Aires no podía sostener la guerra. El Imperio sentía que podía pagar un precio demasiado alto si no se sacaba de encima a Rivera. Por eso, las Misiones serán el precio de nuestra independencia. Su devolución al Imperio, amarga decisión para Rivera, será la condición esencial que el caudillo acata. Luminosamente José Enrique Rodó nos dice: “Para quien cale más hondo; quien sea capaz de llegar al alma de los hechos históricos, percibirá que la significación de la conquista de las Misiones es inmensamente mayor, al punto de que no hay, en el transcurso de los acontecimientos que se abren con la cruzada de 1825, página que más sin reserva podamos vincular al hecho de nuestra definitiva independencia, de nuestra constitución como nacionalidad”.

Compartir

Deja una respuesta