El problema de la libertad
Jorge Nelson Chagas
Los hechos son los siguientes: la Fundación El Libro canceló la mesa redonda programada para el 4 de mayo próximo en la Feria del Libro de Buenos Aires, titulada “Mesa Redonda sobre los Derechos Humanos y el Estado de Derecho en los países del Río de la Plata”. La organización de esta mesa redonda estaba a cargo de varias organizaciones civiles que plantean una visión de la historia reciente que pretende confrontar con el relato de algunos grupos de izquierda. Uno de los expositores era José D’Angelo Rodríguez, autor del libro “La estafa de los desaparecidos. Mentiras y millones”, en el que habla de supuestos pagos fraudulentos a familiares de desaparecidos en Argentina. Los moderadores del evento eran el periodista Ignacio Bracht y la escritora uruguaya Mercedes Vigil
Tengo entendido que también se le prohibió la participación al periodista Álvaro Alfonso que iba a presentar su libro “Operación Verdad” pero, el inconveniente sería que ha publicitado positivamente el libro de D’Angelo y por eso fue vetado. Se comió un garrón.
No conozco al detalle los estatutos de la Feria del Libro de Buenos Aires y no sé si se actuó conforme a la ley, pero hay acá un problema mucho más vasto y complejo que nos atañe a todos. El problema de la libertad
Vayamos a un caso extremo: supongamos que en la próxima Feria del Libro de Montevideo un grupo de personas quisiera hacer una ponencia sobre el “supremacismo blanco” o bien negando la existencia del holocausto judío. ¿Se debería o no aceptar su participación? La respuesta, en un principio, parecería bastante simple: de ninguna manera. Sin embargo, la raíz de la libertad está en permitir el libre ejercicio de expresión a las personas que no piensan como nosotros aunque sus ideas nos produzcan un profundo desprecio y una repugnancia absoluta.
¿Hay un límite? Sí. Por un lado, la Constitución y las leyes. No se puede hacer apología del odio por ningún motivo (político, religioso, racial o de cualquier otra especie) Esa línea es muy clara. Un supremacista blanco o un negacionista del holocausto podrían expresar sus ideas, pero hasta cierto punto. Si llaman al odio/discriminación hacia negros o judíos estarían violando la ley y sufrirían las consecuencias penales. O sea que sus repulsivas exposiciones estarían acotadas a la manifestación libre y pública de los fundamentos de su pensamiento, aunque los límites son precisos.
¿Esto es incómodo? Sí, al menos para mí es muy incómodo. Sinceramente, me revuelve el estómago. Pero hay otra cara de la moneda. Los que se oponen a ese tipo de pensamiento pueden/deben expresar pública y libremente sus fundamentos: o sea explicar concienzudamente porque el “supremacismo blanco” es irreal y porqué el holocausto fue una terrible realidad documentadamente comprobada. Es el ejercicio de la libertad en la forma más profunda posible.
Por cierto que las ideas de Mercedes Vigil o de José D’Angelo no llegan a esos extremos, aunque tocan temas muy sensibles. En el caso de D’Angelo hay cuestión clave: si sostiene que hubo un fraude monetario con el tema de los desaparecidos – aparentemente no niega que hubo desapariciones, sino que existió una estafa con el cobro de las indemnizaciones pergeñado en la época de Carlos Menem – , pues debe presentar la documentación que avale tales afirmaciones. O sea: las pruebas concretas y falseables.
El caso de Mercedes Vigil tiene una particularidad. Ella reclama para sí misma tolerancia, quiere tener la libertad de expresar sus ideas referentes a la historia reciente, en cualquier ámbito público. Pero, al margen de esta comprensible demanda, ¿ella practica la tolerancia?, ¿es capaz de soportar las críticas respetuosas y con fundamentos a sus, a veces, sorprendentes afirmaciones históricas…?, ¿es capaz de aceptar sin enfurecerse las preguntas incisivas sobre sus expresiones?. ¿está dispuesta a defender la libertad, que exige para sí misma, de aquellos que no piensan como ella…?
Aunque las respuestas a estas preguntas fuesen negativas, estoy convencido que NO – lo pongo con mayúsculas – se le debe coartar su libertad de pensamiento. Porque sí lo hiciéramos nos estaríamos negando a nosotros mismos como personas que deseamos vivir en una sociedad que practique la tolerancia, el pluralismo y la diversidad de ideas.
Es el precio que debemos pagar por vivir en democracia.
¡Viva la libertad!