En el pretil
Guzmán A. Ifrán
En el marco de las elecciones nacionales que se celebrarán el último domingo de octubre de 2024, las proyecciones apuntan a un escenario inédito en la historia reciente del Uruguay. Según las últimas encuestas de opinión pública, el Frente Amplio, principal partido de la izquierda uruguaya, es el favorito para ganar las elecciones. Sin embargo, y de manera paralela, las mismas encuestas revelan que dicho partido no lograría alcanzar la mayoría parlamentaria en ninguna de las dos cámaras, ni en la Cámara de Representantes ni en el Senado. Este es un hecho sin precedentes en los tres gobiernos anteriores del Frente Amplio, en los cuales siempre se había asegurado una mayoría legislativa que le permitió gobernar con cierta comodidad.
Además, todo parece indicar que el Frente Amplio tampoco alcanzará la mayoría absoluta de los votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, lo que forzaría un ballotage. Pese a lo cual, las mismas encuestas señalan que la coalición de izquierdas es la favorita para ganar la segunda vuelta, haciéndose así con la Presidencia de la República y el control del Poder Ejecutivo pero sin un control parlamentario pleno. Este panorama plantea un escenario complejo, lleno de incertidumbres y desafíos para la gobernabilidad del país. El Frente Amplio, de lograr la presidencia sin una mayoría parlamentaria propia, se vería por tanto en la necesidad de buscar alianzas tanto para optimizar las condiciones de gobernabilidad como para lograr la ejecución efectiva de su programa de gobierno.
Es así, como el escenario político resultante de una victoria del Frente Amplio sin mayoría legislativa podría generar nuevas dinámicas de negociación y acuerdos políticos sin precedentes en nuestra historia reciente.
En clave de lo anterior, una posibilidad en este escenario posible y cada vez más probable es la de articular un co-gobierno con alguno de los partidos de la oposición, como ser el Partido Nacional, el Partido Colorado o Cabildo Abierto. De modo tal que la formación de un gobierno de coalición permitiría a todas las partes involucradas influir en la agenda no solamente legislativa sino también ejecutiva, tomando decisiones de manera consensuada, incorporando al gobierno de cerno frenteamplista perspectivas políticas al día de hoy no contempladas y profundizando simultáneamente los contralores al gobierno de turno, que ya no responderá por su acción por sí y ante sí, como en las últimas tres oportunidades que les tocara gobernar. Ello impactaría también e indudablemente en la moderación de sus propuestas más dogmáticas y radicales, abriendo camino al centro del espectro político para infiltrar de moderación, sensatez y responsabilidad republicana a la coalición de izquierdas. Naturalmente, ello es algo que además contribuiría directamente al fortalecimiento de la estabilidad política y económica del país.
Otra posibilidad es que no se escogiera por el camino del co-gobierno, y se decida negociar ley por ley con la oposición. En mi opinión, ello es algo que también constituiría un escenario positivo para nuestro sistema democrático, en tanto la ausencia de una mayoría parlamentaria obligaría al Frente Amplio a dialogar y negociar con diferentes actores del sistema, incorporando así otras prioridades legislativas y sensibilidades políticas a la agenda pública y de gobierno. Este tipo de procesos, aunque desafiantes, de ser bien logrados decantan en el tan necesario pluralismo que todo gobierno que aspire a la representación de mayorías debe necesariamente encarnar.
Sin embargo, cabe también preguntarnos ¿qué otros escenarios hemos de esperar de no concretarse ninguno de los anteriores dos? En tal sentido, la casuística es casi inabarcable, pero algo será definitivamente común a todos ellos: el Frente Amplio tendrá serios desafíos para consolidar la gobernabilidad y potencialmente la propia estabilidad política del país.
Pues si el Frente Amplio no logra conformar un gobierno de coalición, ni se genera -al menos- un clima político proclive a la negociación extrapartidaria, y por algún motivo termina gobernando en el pretil de la minoría parlamentaria, se enfrentaría entonces a un parlamento donde la oposición tendría la posibilidad de bloquear gran parte de su agenda legislativa y, por tanto, también de su gobierno. Este escenario podría generar un estancamiento en la aprobación de leyes y reformas, limitando significativamente la capacidad del Ejecutivo para llevar adelante su programa de gobierno. La necesidad de negociar ley por ley podría ralentizar así el proceso legislativo y crear tensiones permanentes entre el Ejecutivo y el Legislativo, abonando a un clima político nada recomendable para la sanidad democrática.
Otra hipótesis que por improbable tampoco es imposible, es que la eventual oposición decida actuar en bloque y no otorgar los votos necesarios para aprobar propuesta alguna de iniciativa frenteamplista, lo que podría llevar a una parálisis en el funcionamiento del Parlamento. Pues si la oposición bloquea entonces de manera sistemática las iniciativas legislativas del gobierno, este podría encontrarse entonces sin margen de maniobra para cumplir con sus promesas de campaña, lo que podría derivar en una crisis de gobernabilidad con consecuencias harto negativas para el desarrollo del país; ya que, además, la oposición tampoco podría imponer agenda legislativa alguna, porque si bien con mayoría parlamentaria, esta no sería suficiente para levantar los vetos presidenciales que permitirían al Frente Amplio al menos no dejarse imponer una agenda política exógena.
De modo que un eventual triunfo del Frente Amplio sin mayoría parlamentaria plantea un futuro incierto, probable y sin precedentes para el Uruguay y su sistema político. Pero para el cual pienso que la longeva tradición republicana de nuestro país está preparada. Esa que a influjo del batllismo permeara para siempre y de forma indeleble en nuestra conciencia colectiva como pueblo.